Deconstructing Rotary

¿Qué tienen en común Angela Merkel y Neil Armstrong? ¿Augusto Pinochet y Bill Gates? ¿Nicolas Sarkozy y Walt Disney? Pues que todos son rotarios. Rotary Club lleva más de un siglo concentrando a profesionales filantrópicos, gente aparentemente muy distinta, por el supuesto bien de la sociedad.

Pero, ¿qué es Rotary? Hay respuestas para todos los gustos: “Son una secta como los masones”, “son como una especie de ONG cristiana que está en todas partes”, “son un club de élite”. Parece inevitable comparar el disparatado club que la serie estadounidense ‘The Simpsons’ parodiaba con las reuniones de Rotary: “Anoche vi cosas raras en aquel sitio: cosas raras, misteriosas, malignas ¡y muy ateas! Quiero ingresar” así descubría Homer Simpson el club de los canteros, del que luego sería ‘el elegido’. Reuniones donde los miembros bebían cerveza, llevaban uniformes y contemplaban un ‘pergamino sagrado’. De manera similar, Rotary nació en 1905 en Estados Unidos de la mano del abogado Paul Harris y tres amigos suyos: Silvester Schiele, negociante de carbón; Gustavus H. Loehr, ingeniero de minas, e Hiram E. Shorey, sastre. Todos ellos pertenecían a la francmasonería pero habrían decidido fundar Rotary precisamente por tener diferencias con esta logia.

Bromas aparte, probablemente aún hoy en España nadie que no pertenezca a los rotarios tiene claro quiénes son. El Rotary Club Madrid fue el primero fundado en la Europa Continental, en el año 1920. Tras años de guerra y represión -Franco prohibió todo este tipo de clubes por asociarlos a la conspiración judeo-masónica- en 1976 volvieron a ser admitidos, aunque se sabe que durante la dictadura hubo reuniones habituales de rotarios, por ejemplo, en Mallorca.

“Es cierto que tenemos nuestros pequeños rituales: la ceremonia del cambio de collares, el toque de campana, la invocación rotaria… pero seguirlos a rajatabla es decisión de cada club” cuenta José Luis, un joven de 30 años que perteneció a Rotaract (la sección juvenil de Rotary, de la que forman parte jóvenes de entre 18 y 30 años).

Rotary tiene sus propias ‘convenciones’: el año rotario empieza el 1 de julio y acaba el 30 de junio del año siguiente, y ahí es cuando se hace la mencionada ‘ceremonia del cambio de collares’: el cargo que detente cada miembro (gobernador, secretario, tesorero…) dura un año y es elegido a votación, y nadie puede repetir si algún miembro del club no ha ocupado aún un cargo. Es decir, que rotan: de ahí el nombre. El cargo de presidente corresponde a llevar las actividades de un club y el de gobernador a coordinar las de cada uno de los distritos, que no coinciden necesariamente con las distintas Comunidades Autónomas. A su vez, la inauguración de un club se hace a través de una carta constitutiva: “Cuando alguien quiere formar un club rotario o Rotaract, debe rellenar un formulario que se gestiona en Zúrich, y ahí se compone la carta” explica Laura, que participó en la creación de Rotaract Velázquez tras ser convencida por una profesora de la universidad, también rotaria. Miden el tiempo, marcan las fronteras y tienen una burocracia a su manera.

INGRESAR EN ROTARY O ESPERAR A SER ‘CAPTADO’

¿Y la llamada ‘captación’? ¿También sigue unas pautas propias? La forma más habitual y casi exclusiva es que un miembro entre tras haber sido convencido por un amigo o un compañero de trabajo, al ver que la ética, las aptitudes y el éxito profesional coinciden con los criterios de Rotary. Sin embargo, en Rotaract la entrada puede ser voluntaria: en sus páginas web se indica cuándo y dónde quedan para que quien tenga curiosidad se pase. Por lo general, los miembros de Rotary Internacional suelen ser profesionales, empresarios y personas destacadas en su campo por sus actitudes de trabajo y liderazgo.

A otro nivel, Rotary International se compone de distintas regiones, distritos y clubes. “Rotary funciona como una empresa: hay un presidente, unos directores y unos encargados de departamento” dice Laura. El símil es muy claro: Rotary International funciona como una gran franquicia de la filantropía. Bajo unos estatutos, una jerarquía y una burocracia comunes, los distintos clubes se organizan en cada país y adoptan la base teórica, aunque luego adapten particularidades nacionales al club: “Por ejemplo en España se amplió la edad para formar parte de Rotaract a 35 años porque la situación de muchos treintañeros no encaja en el perfil de Rotary sino más en el de Rotaract” comenta Laura.

Su actividad consiste en reuniones semanales en hoteles, restaurantes o cafeterías (no tienen sede fija, no quieren tener propiedades) donde se habla de los distintos proyectos que se llevan a cabo. Se abordan temas como la financiación de un proyecto o el contacto con clubes rotarios de la zona. Estos proyectos son de servicio a la comunidad tanto local como internacional: cada club organiza sus propias maneras de aportar algo a la sociedad. A veces es un hospital en Haití, otras veces ayudar a las ONG a distribuir la comida de los bancos de alimentos en la misma ciudad…

En estas reuniones, que algunos clubes de Madrid realizan en hoteles como el Ritz o el Palace (cuyas entradas cuentan con placas de la rueda dentada, el símbolo rotario), también se habla de eventos propios del club y se invita a conferenciantes a que hablen de su actividad empresarial, sus dotes de liderazgo o resolución de conflictos. ¿Son estas reuniones secretas, acatan la liturgia, sacrifican bebés? Los miembros de Rotaract Serrano se reúnen todos los jueves por la noche en una cafetería en la zona del Santiago Bernabéu. Bajando unas escaleras, la pesada puerta del local deja a la vista un establecimiento completamente vacío salvo los dos camareros que preguntan “¿viene usted a lo de Rotary? Es ahí”: tras unas puertas correderas de madera, nueve personas se sientan en torno a una mesa. Vestidos de calle, con los Smartphone sobre la mesa, toman cervezas y frutos secos.

Ni rastro de la ‘campana rotaria’, aquella que marca el inicio y fin de las reuniones y establece la prohibición de hablar de política o religión: Rotary se caracteriza por ser aconfesional y apolítica, aunque sus miembros no lo sean. “Nosotros somos respetuosos con todas las opiniones políticas y religiosas aunque, evidentemente, todos sabemos que tal o cual miembro es de tal partido o profesa una religión u otra” reconoce José Ramón, gobernador de este año del distrito 2201 (el que corresponde a parte del norte de España, las dos Castillas y Madrid, entre otras). “Esos temas se dejan a un lado para hablar de proyectos y que no haya conflictos, se va al grano” añade Laura. Ni rastro del macero, un ‘moderador’ que da el turno de palabra “y cuya presencia en los clubes de Alemania, por ejemplo, se cumple a rajatabla” comenta Laura. Ni rastro de banderas, invocaciones o rituales: unas cañas, unos aperitivos y un iPad en el que Emilio, presidente de Rotaract Serrano durante este año, va describiendo las actividades.

En esta reunión asisten miembros rotarios de Tres Cantos y Henares, aunque no del club padrino de Rotaract Serrano. Los ‘mayores’ escuchan los planes de los jóvenes para apoyarles, sobre todo económicamente, pues en Rotaract no se paga una cuota tan alta como la establecida en los clubes. El plan consiste en llevar a estudiantes de intercambio (como por ejemplo François, que está sentado a la mesa también) a Toledo, a una ceremonia de carta constitutiva de un club rotario y a conocer la ciudad. “Cuando miembros de distintos clubes quedan, se hacen tres cosas: por un lado se habla de un proyecto conjunto; por otro, se hace una actividad cultural que organiza el club anfitrión y, por último, se hace una cena, en el caso de los mayores, o se sale de fiesta si se trata de Rotaract”, explica Laura.

La colaboración entre clubes es muy frecuente y da pie a viajes, relaciones sociales e incluso profesionales: José Luis llevaba tiempo manteniendo buenas relaciones con un rotario con el que tenía grandes afinidades en su ámbito de trabajo. Tras abandonar Rotaract, decidió abrir su start up tecnológica, y contó con el apoyo de su amigo Richard. Ambos a su vez se han involucrado en crear el primer ciberclub rotario de España: “Yo me encuentro en el limbo de haber abandonado Rotaract porque mi sitio estaría en Rotary, pero sin poder ingresar en un club rotario porque no me puedo permitir las cenas semanales, tengo que sacar adelante mi empresa… Nos dimos cuenta de que había más rotarios en esta situación: el ciberclub entonces serviría para aquellos miembros con necesidades familiares (parejas con hijos pequeños) o con falta de tiempo, y respondería a ese modelo low cost, que se apegaría más a los objetivos finales, sirviéndose de la tecnología y las nuevas maneras de comunicarse, ahorrando en tiempo y costes, y aumentando la efectividad”.

 

MERITOCRACIA, FILANTROPÍA… CON MATICES

El problema que se le plantea a Rotary en España es la falta de visibilidad, pues hay clubes cuyos miembros tienen más de 50 años, una situación económica estable y siguen algunas reglas de Rotary que no se adaptan a los tiempos: Jara, de Rotaract Serrano, comentaba la poca afinidad que tienen ellos con su club padrino, donde han denegado más de una vez la entrada a una mujer, mientras Laura comenta que en Rotaract es muy común que sean las chicas quienes ocupan los cargos. Rotary no admitió a mujeres hasta el año 1989, aunque se había creado Inner Wheel, que vendrían a ser las ‘esposas de’. Aunque quedan pocos clubs de este tipo algunos siguen teniendo actividad, como el de Marbella.


Vicente del Bosque apoya la campaña contra la polio. Foto: Rotary Club.

Esta podría ser la contrapartida de ese paraguas ético común que, en teoría, engloba a todo el mundo: la condición apolítica y aconfesional de esta organización facilita la tolerancia pero también las grandes diferencias. Con todo, aunque todos crean en la meritocracia y la filantropía, hay algunos miembros que no consideran pertinente incluir a una mujer o a una persona en paro: el problema es que aunque en sus reuniones se renuncia a la ideología o condición personal, fuera de ellas sí existe, y eso se nota también en las propias críticas que hace según quién: mientras José Ramón habla de una necesaria captación y formación de rotarios, Laura o José Luis apuntan a una renovación del propio club.

A pesar de su funcionamiento interno, Rotary no puede evitar la realidad, y mientras en Madrid se está pensando en hacer un club low cost y se financian cabalgatas o comedores solidarios, los miembros del club rotario de Ávila “son todos los que tienen pasta de la ciudad”, según otra rotaria asistente a la reunión Rotaract. “Nosotros no tenemos ninguna fuente de financiación salvo la Fundación Rotaria, que suma al presupuesto del proyecto la misma cantidad de dinero que haya recaudado el club en cuestión. Tenemos que buscar los recursos para cualquier proyecto que hagamos. Esta época de crisis nos afecta también a los clubes, especialmente desde que los propios miembros tienen dificultades en sus empresas y deben dedicarles más tiempo que a Rotary, hasta en lo relacionado a buscar financiación en empresas o instituciones” explica José Ramón.

Por otra parte, su aspecto de profesionales con perfil económico alto no debe engañar: se toman muy en serio dónde va su dinero y su esfuerzo. Al fin y al cabo, trabajan como voluntarios. Pero es tal vez la mentalidad de empresa lo que les hace implicarse en cada paso del proyecto solidario: qué se hace, cómo, con qué se paga… “he colaborado en ONG antes y lo que me gusta de Rotary es que yo sé dónde va el dinero que pongo” comenta Laura, “eso sí, en vez de trabajar un par de horas a la semana en un proyecto impuesto por la organización, en Rotaract trabajo toda la semana, y decidir el proyecto, calcular el presupuesto, buscar consenso… exige un nivel de creatividad, una capacidad de resolución de conflictos y de trabajo en equipo: es mucho más que ser voluntario”. De ahí que esas conferencias o charlas introductorias sobre liderazgo (“que son una manera de captar miembros jóvenes” en la opinión de José Luis) que se celebran en los lugares de reunión de los rotarios, animen a la gente con aspiraciones filantrópicas a aplicar sus conocimientos profesionales para auditar y optimizar un proyecto. Podría decirse que se sienten más realizados, pues a la satisfacción de ayudar a los demás se une un aprendizaje que en las escuelas de negocios se paga.

¿QUÉ HACER CON LOS APROVECHADOS?

A esto va unida una ética establecida en unos estatutos que comparten los clubes rotarios (Rotaract tiene otros aunque, en esencia, muy parecidos) y que deben ser seguidos para evitar malas prácticas. “Evidentemente, en Rotary te encontrarás gente más maja y menos maja, gente que sigue más el manual (los estatutos) y gente que lo sigue menos. Y es cierto que a Rotary se han acercado muchos para medrar. Pero a esos se les detecta en seguida” comenta José Luis. “Nuestra filosofía está en el servicio a través de la amistad” dice José Ramón, “si alguien entra para aprovecharse de las redes de contactos que se forman en Rotary, que son grandes y de gente importante, se le puede expulsar. Sobre todo por razones éticas. Y, aunque nosotros no somos jueces, hay que ser poco tolerantes con eso”. Laura, por su parte, explica que a menudo, aquél que ha realizado alguna mala práctica en el club “acaba yéndose. La gente detecta su interés por hablar más de trabajo que de proyectos solidarios, y se le llama menos”. Una especie de ‘ostracismo’ que llevaría al aprovechado a irse por su propio pie.

Sin duda, no es coincidencia que los valores de Rotary coincidan con la filosofía del utilitarismo y el pragmatismo, muy apegadas a las culturas anglosajonas: sus miembros defienden los méritos por encima de todo, valoran la autocrítica, el esfuerzo y la amistad. “En Rotaract he hecho muchos amigos, ha mejorado mi capacidad de administrar equipos y solucionar conflictos… las personas somos distintas y no siempre tenemos los mismos intereses: uno prefiere ayudar a un colectivo en África y a otro le motiva más hacer un comedor social en España” comenta José Luis.

El hecho de que los propios rotarios reconozcan poder disfrutar de una extensa red de contactos, que admitan su perfil profesional y económico y su actitud gestora ante la filantropía, podría neutralizar las posibles sospechas. En países como Estados Unidos, Alemania o Colombia, Rotary es muy grande: no solo por tener muchos miembros sino también por ser conocido entre gente no participante. Son claros sus modos de captación o su preferencia por un perfil concreto de miembro, pero no se les han atribuido hasta la fecha escándalos económicos (sus cuentas de resultados y otros estados financieros están publicados en la web) ni se les acusa de comportamientos sectarios. 

La actividad de Rotary es muy parecida a la de otros clubes como los Leones o los Kiwanis: la ilegalización de toda esta actividad laica durante el franquismo impidió su ‘normalización’ en España, y mientras Beyoncé (que es rotaria) participa en un concierto benéfico para recaudar fondos en Estados Unidos, en España una gran pancarta en la Plaza de Cibeles de Madrid con la rueda rotaria y el lema “End Polio Now” no provoca reacción alguna entre la población. Rotary es órgano consultivo en las Naciones Unidas y participa con UNICEF y la OMS (sobre todo por su proyecto global más conocido que es acabar con la polio en el mundo) pero en España apenas se leen unas líneas en la prensa local (el único reportaje sobre Rotary en prensa nacional apareció en El País, basándose en la imagen elitista que se tiene de los rotarios. Era 1989).

Las críticas a Rotary en España, que siempre son más abiertas entre la gente joven, coinciden en hablar de una mala gestión de la comunicación: ni siquiera ellos mismos saben qué hace el club vecino. A pesar de la gran cantidad de información que ofrece Google al buscar “rotarios” el mensaje sigue siendo críptico. “Ha habido unos intentos vagos, y pobres en mi opinión, de establecer comunicación” sentencia José Luis. Se han hecho vallas o financiado estatuas en rotondas de ciudades españolas, pero el problema es que “nadie conoce la rueda rotaria”.

“Rotary Internacional está trabajando con una consultora norteamericana para tratar de ver qué imagen vamos a proyectar y cómo lo vamos a hacer, qué imagen de marca queremos dar y cómo sacarlo adelante. También tenemos un proyecto muy importante para dar a conocer nuestras verdaderas aportaciones y lo que hacemos los rotarios en conjunto” aclara José Ramón. A veces las cifras mandan: el gobernador de este año calcula que “solo en España hemos aportado en distintos proyectos alrededor de 200 millones de euros y si la gente supiese eso, cambiaría su opinión sobre nosotros”.

 

Dispuestos a desobedecer

 

Personas que se agolpan delante de una vivienda para evitar el desahucio de una familia, pacientes que rechazan pagar el euro por receta, conductores que se niegan a pagar el peaje e insumisos fiscales. Las acciones de desobediencia civil -incumplir una ley que se considera ilegítima- parecen estar aumentado en los últimos tiempos. Pero, ¿qué implica la desobediencia civil? ¿Estamos dispuestos a desobedecer asumiendo las consecuencias?

En 1971 Pepe Beunza, un joven de Valencia, se negaba a hacer el servicio militar y se declaraba objetor de conciencia, pagando todo ello con la cárcel. Emprendía una campaña no violenta para reclamar un servicio civil sustitutorio que levantó simpatías y tuvo muchos apoyos. Unos pocos años más tarde, jóvenes de todo el estado también se declararon objetores y fueron, como Pepe, a la cárcel.


Pepe Beunza, primer objetor de conciencia contra la mili forzosa

Martí Olivellas tampoco quería participar en el ejército “ni prepararse para la guerra”, así que cuando conoció al grupo que apoyaba a Pepe Beunza empezó a colaborar con ellos. En Can Serra, un barrio del Hospitalet de Llobregat donde había un fuerte movimiento vecinal, Martí y otros tres jóvenes decidieron poner en marcha un servicio civil alternativo, era el verano de 1975. “Intentamos demostrar que no hacer la mili no implicaba escaquearse, queríamos dedicar nuestra energía a construir las bases de justicia social y equidad, que son las bases de la paz”, asegura Martí. Pero la decisión de hacerse objetor no era fácil porque se arriesgaban a condenas en cadena: “Si te negabas a hacer la mili te encarcelaban un año, al salir si te volvías a negar, otro año más y así hasta los 35 años que se acababa la edad para hacer la mili”.

En Can Serra construyeron una guardería, un centro para la tercera edad, colaboraban con la parroquia, con la asociación de vecinos… En noviembre ya eran once personas las que trabajaban en ese servicio civil alternativo. La Nochebuena de ese año, 1975, repartieron por varias parroquias un manifiesto llamado “Camino por la paz” donde explicaban su campaña no violenta y las razones para negarse a hacer la mili así como dónde localizarles. Durante una manifestación proamnistía, un primer grupo de los “objetores de Can Serra” fue detenido el 7 de febrero de 1976 y encarcelado en el Castillo de San Fernando, en Figueres. Martí y otros compañeros se plantaron en la caja de reclutas: “Les dijimos que o bien liberaban a los objetores que habían ido deteniendo de uno en uno o nos detenían a todos”. Y así fue, les llevaron detenidos al Castillo de Figueres.

Algunos objetores fueron liberados en la Amnistía parcial de julio de 1976 y el resto saldría tras la ley de Amnistía de octubre de 1977. En ese tiempo se redactaron propuestas de ley que regulasen la objeción de conciencia. Finalmente, la Constitución de 1978 recogió en su artículo 30 ese derecho a la objeción, pero la ley que regulaba el servicio civil sustitutorio no llegó hasta el 1984. Hasta que se abolió la mili en el año 2001 se declararon más de un millón de objetores de conciencia.

En realidad, los primeros que se negaron a hacer el servicio militar en España fueron los Testigos de Jehová, que ya a mediados de los 50 fueron encarcelados por ello. La diferencia con los objetores es que los Testigos lo hacían por motivos religiosos, sin exigir que se reconociera la objeción de conciencia.

A finales de los 80, surgió una nueva generación de objetores, los insumisos, que se negaban también a hacer el servicio civil. Explica Martí Olivella que se trataba de “un grado más de exigencia: el objetivo era no legitimar que el ejército existiese de otra forma”. El movimiento insumiso llegó a aglutinar a 30.000 hombres y hubo un momento en que “algunas cárceles tenían encerrados más de 200 insumisos”. En este punto, Martí cita a Gandhi y afirma: “cualquier acción de desobediencia civil tiene efecto a partir del momento que el número de gente detenida por desobedecer la ley no cabe en las cárceles”.

 


No a los consejos de Guerra contra los insumisos, 1985

DE LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA A LA OBJECIÓN FISCAL

El economista Arcadi Oliveres es presidente de la fundación Justicia y Paz, entidad que apoyó a los primeros insumisos. Desde hace 30 años promueven la objeción fiscal a los gastos militares; en total son 3.000 las personas que en todo el estado se niegan a pagar a Hacienda la parte proporcional de sus impuestos que irán a Defensa.

Oliveres pone un ejemplo con cantidades ilustrativas de cómo se hace esta acción: “Si a ti te toca pagar 1.000 euros a Hacienda y durante el año ya has pagado 800, cuando haces la declaración en junio te sale a pagar 200 euros. Bien, si el presupuesto para Defensa es del 5%, de esos 200 te niegas a pagar 10 euros. Pero tú quieres demostrar que no los pagas en desacuerdo con el gasto militar y no porque no quieras contribuir. Entonces haces una aportación de 10 euros a una ONG y pides el recibo. Cuando haces la declaración escribes una carta explicando que te niegas a que parte de tus impuestos se destinen a Defensa y aportas el recibo del donativo que has hecho a la ONG”. ¿Qué pasa luego? “Si resulta que verifican tu declaración (porque está comprobado que no verifican todas) te enviarán una carta reclamándote los 10 euros. Tú no haces caso y entonces te volverán a enviar otra carta en la que, además de los 10 euros, te exigirán 20 más por intereses. Llegará otro requerimiento y al final te acabarán embargando de la cuenta la cantidad que has dejado de contribuir”.

Acabar pagando no solo la cuantía que dejan de pagar en su declaración de la renta sino también los intereses no desanima a Oliveres porque “las libertades a lo largo de la historia nunca se han regalado, se han conquistado”. Insiste en que para evitar un año y medio en la mili, los insumisos se pasaban tres en la cárcel y, aunque califica de “resultado poco brillante” la cantidad de gente que en España hace objeción fiscal, añade que “se trata de una acción pedagógica y de presión”.


1977, objetores pidiendo la liberación de sus compañeros detenidos

LOS “EARLY RIDERS”, AQUELLOS QUE CABALGARON PRIMERO

Según explica el profesor de políticas de la Universitat de Girona Raimundo Viejo, “en las sociedades democráticas contemporáneas la desobediencia normalmente es a pequeña escala”. Muestra de esto es que, según el Institut Catalá de la Salut, durante el tiempo que ha estado vigente el euro por receta en Cataluña, sólo en un 0’07% de las recetas mensuales se ha dejado de pagar la tasa. Viejo añade que los movimientos sociales se desarrollan siguiendo ciclos. Primero “hay un pequeño grupo de gente a los que se les llama early riders, los que cabalgan primero. Son gente innovadora, más crítica y con un razonamiento político elevado. Esta gente es desobediente, como los insumisos o los okupas. Y cuando esta gente acierta con sus acciones, si son muy llamativas y si se dan las condiciones estructurales oportunas, la gente se añade”.

Veamos ahora otro ejemplo de desobediencia civil más reciente. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca, la PAH, empieza su andadura formalmente en 2009 pero viene de lejos. Su origen está en V de Vivienda, un movimiento surgido en 2006, en plena burbuja inmobiliaria, que reivindicaba una vivienda digna. “La gente que veníamos de V de Vivienda”, cuenta la portavoz de la PAH, Ada Colau, “sabíamos que había un problema de sobreendeudamiento, y por eso sabíamos también que la burbuja estallaría, habría mucha gente que no podría pagar la hipoteca y que entonces se producirían desahucios masivos”. En 2008 empezaron a trabajar sobre las ejecuciones hipotecarias y la PAH se constituyó formalmente en febrero de 2009. Entonces se dieron cuenta, dice Colau, de que era peor de lo que habían imaginado: descubrieron que la gente, aun habiendo entregado el piso por no poder pagar la hipoteca, seguía en deuda con el banco.

Pero la PAH no surge solo para ayudar a estas personas sino que lo hacen “con la idea de aprovechar la gran estafa hipotecaria para intentar que cambie de una vez por todas el modelo económico”. Fueron ellos los primeros que empezaron a reivindicar la dación en pago. Pero antes que enfrentarse a los bancos, cuenta Ada, tuvieron que hacer frente a un “enemigo interior, que no habíamos previsto, y que eran aspectos sociales y culturales. Nos encontramos que a la gente que sufría esto en soledad lo que más le preocupaba era la vergüenza y el miedo. Bueno, y que interiorizaban el discurso oficial de que era culpa suya, el de hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Así que antes de pensar en movilizaciones lo primero fue construir un espacio de apoyo mutuo, donde los afectados se encontraran y vieran que no eran los únicos. “Ahora estamos muy contentos porque, aunque todavía no hemos conseguido cambiar la ley hipotecaria, sí hemos logrado cambiar el imaginario social, que no es poco. Ahora todo el mundo entiende que ha habido una estafa. Todo el mundo sabe qué es la dación en pago y el 90% la apoya. Pero cuando empezamos era algo invisibilizado y estigmatizado.” Dicho esto, la PAH en su manifiesto tampoco elude la responsabilidad individual de las personas que firmaron una hipoteca aun sabiendo que su sueldo no daba para pagarla y vivir al mismo tiempo.

Pero ¿Qué papel juega la desobediencia civil en las acciones de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca? Según Colau, ésta no es un fin en si misma, sino que forma parte de su estrategia para conseguir el objetivo de cambiar la ley hipotecaria introduciendo sus tres demandas: dación en pago, alquiler social y moratoria en el pago de las hipotecas. Mientras la ley cambia o no, hay gente, añade, que no puede esperar, es cuestión de supervivencia. Aun así la desobediencia es el último recurso: “Antes agotamos todas las vías, hablamos con los servicios sociales, con el banco, con las oficinas de vivienda, con los partidos, con los ayuntamientos, presentamos recursos ante el juzgado para ganar más tiempo… Pero cuando todo esto fracasa no tenemos más remedio que recorrer a la desobediencia civil para parar desahucios.” En este caso es cuando se hacen llamamientos a través de las redes sociales para que acuda la gente a una dirección concreta. Normalmente cuando llega la comitiva judicial y ve la gente congregada, el desahucio se aplaza, se gana tiempo. Otra cosa es cuando el juez dice que hay que hacerla efectiva. Entonces es cuando llega la policía y obliga a las personas a salir de la vivienda. “Como es una acción no violenta no nos enfrentamos a la policía. Como mucho hay identificaciones y puede haber multas; en ese caso se busca la manera de hacerle frente de forma colectiva”.

 

PERDER EL MIEDO O QUE ESTE CAMBIE DE BANDO

Para Arcadi Oliveres “la situación de deterioro social es tan grande que mucha gente no se conforma con ir un día a una manifestación o hacer huelga. Pero es verdad que este tipo de acciones de desobediencia son minoritarias porque hace falta una mayoría y que esta pierda el miedo”. Para Raimundo Viejo, sin embargo, el miedo va a estar ahí siempre porque “creer que puede haber una sociedad sin miedo es creer que puede existir algo contrario a la naturaleza humana. El miedo existe, la pregunta es ¿quién tiene miedo?” La cuestión, dice, es saber cómo cambiar de bando el miedo o “como mínimo redistribuirlo y que el miedo de la gente sea miedo a la enfermedad, al accidente, el miedo razonable de una vida de calidad”.

Quien ya ha perdido el miedo es Antonio, un hombre de 48 años que encontramos en una protesta de las PAH catalanas ante la sede de Catalunya Caixa. Nos cuenta que él era autónomo y el negocio que tenía le empezó a ir mal. Las cuotas impagadas de la hipoteca se acumulaban y no les podía hacer frente. Fue entonces cuando una conocida le habló de la PAH de Sabadell y ellos le ayudaron a negociar con su banco para conseguir la dación en pago. La consiguió pero no tenía dónde ir así que cuando la PAH ocupó un edificio vació que pertenece a Catalunya Caixa no dudó en ocupar una de las viviendas. Esto fue en abril del año pasado y él y dos familias más siguen allí. Le preguntamos si sabe que lo que está haciendo es ilegal y si no tiene miedo. Su respuesta: “Antes sí podía tener miedo, ahora lo he perdido porque era esto o la calle”.

La intención de Antonio no es vivir gratis en esas viviendas sino pagar un alquiler social basado en lo que cada uno pueda aportar. Desde la PAH de Sabadell explican que esa es su voluntad y desde el principio han querido abrir una cuenta para poder ingresar el dinero, pero que Catalunya Caixa se lo impide. La ocupación de bloques de viviendas vacíos es otra de las acciones que ha emprendido la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. La llaman irónicamente “Obra Social La PAH” y ya son seis los casos en el área metropolitana de Barcelona, en Sabadell hay otro edificio ocupado más. En el primer caso, donde ahora vive Antonio, el juez ha archivado la denuncia de ocupación porque el banco no ha podio acreditar la propiedad de bloque. En otro edificio de cinco viviendas el propietario, un grupo inmobiliario, les ha denunciado por usurpación.  Cuando nos despedimos de Antonio nos cuenta que su caso ha salido en medios alemanes, franceses y japoneses. Una chica nos dice sonriendo “es el Antonio Banderas de la PAH de Sabadell”.

CUANDO LA CHISPA PRENDE…

Contravenir la norma acarrea un castigo, normalmente en forma de multa. “Yo entiendo que la gente quiera hacer esas acciones como tipo de protesta” -explica María Teresa Saez, portavoz de la Asociación Profesional de la Magistratura (APM)- “me parece muy legítimo pero tiene que asumir las consecuencias y esto va implícito en la misma protesta”. Josep Casadellà tenía claro que estaba haciendo un acto de desobediencia civil cuando decidió no pagar por pasar un peaje de la autopista que une Barcelona con Girona. Josep afirma que “ya se ha pagado demasiado tiempo; 43 años pagando unas autopistas no tiene color, no puede ser y ya está”. En marzo del 2012 iba con su hijo en coche y oyó en la radio unas declaraciones de la ministra de Fomento Ana Pastor que decía que iban a rescatar las autopistas deficitarias de Madrid con los rendimientos de las autopistas de Cataluña y de otros lugares que eran las que daban beneficios. Luego se desmintió pero en ese momento, cuenta, iban a pasar por un peaje y dijo la ya famosa frase “no vull pagar” (no quiero pagar). Lo grabaron, lo colgaron en youtube y prendió la mecha.

En los fines de semana siguientes la gente imitó a Josep y formularon la misma frase. Así, miles de negativas a pagar los peajes. Algo insólito hasta entonces. Aunque no era la primera vez que Josep hacía un llamamiento a la desobediencia: el año anterior había hecho una campaña en Facebook para que el 11 de septiembre del 2011 -la Diada de Cataluña- la gente no pagase peajes. “Y lo hice yo mí me conmigo”, bromea. ¿Por qué entonces no cuajó y meses más tarde sí? “Yo entiendo que era el momento”, cuenta Josep. En temas de desobediencia civil hace falta que haya una chispa y que se encienda, pero si no hay paja a punto no se enciende. “Fue un momento muy concreto, por un lado la crisis y por otro los medios que lo publicaron… y todo junto hizo que se disparase”. Uno de los factores determinantes para que una acción de este tipo cuaje es, según Raimundo Viejo, que no haya una postura ideológica muy marcada. “La PAH ha sido muy inteligente en este sentido”, afirma, “porque uno de los errores de los movimientos actuales es hacer lecturas ideológicas, sectarias”.

… Y LA MECHA SE EXTINGUE

Seguimos en Cataluña: en diferentes fines de semana de la primavera de 2012 se han producido hasta 50.000 negativas a pagar los peajes por parte de 25.000 personas, según la plataforma No vull pagar, y Abertis, la empresa concesionaria, hace un llamamiento al gobierno. Empiezan a llegar las multas de 100 euros y la protesta se desinfla.  “Cuando yo hice el primer no vull pagar, yo era consciente de estar desobedeciendo una norma, un decreto que sale cada año con las tarifas que hay que pagar. Por tanto, yo era consciente que era un acto de desobediencia civil que podría tener repercusiones en mi contra. Ahora, no sé si la gente que luego se negó a pagar el peaje era también consciente”, explica Josep. Multas que, por otro lado, no eran legales y se podían recurrir ya que por entonces se trataba de una infracción contractual y era la empresa concesionaria, Abertis, y no el Servei Català de Trànsit (la autoridad catalana de tráfico) la que tenía que denunciar a los conductores que no hubiesen pagado el peaje. Es más, Josep afirma que hasta la fecha él no ha pagado nada porque ha ido interponiendo recursos.

La campaña No vull pagar ha tenido consecuencias, aunque no de la forma que quisieran los impulsores de la protesta: en los presupuestos generales para el 2013 el gobierno ha modificado la ley para poder sancionar, ahora sí, a las personas que se nieguen a pagar un peaje. Si a esto les sumamos las nuevas tasas judiciales es fácil comprender que se desanime incluso el promotor de la idea, que ha optado por no utilizar las autopistas de peaje. A pesar de todo, la plataforma mantiene que van a seguir pensando en nuevas movilizaciones para mantener la protesta. De momento van a pedir responsabilidades por utilizar el código de circulación para sancionar un hecho, el no pagar, que no era sancionable por entonces.

LEY LEGAL NO ES LO MISMO QUE LEY LEGÍTIMA

La Plataforma de Afectados por la Hipoteca ha recogido firmas para intentar cambiar la ley hipotecaria mediante una Iniciativa legislativa popular (ILP). Desde 1982 se han presentado 92 ILP al Congreso las cuales han sido inadmitidas, rechazadas, caducadas o bien trasladadas a la siguiente legislatura. Para la ILP de la dación en pago, la PAH y otras entidades han presentado 1.402.854 firmas, casi el triple del medio millón de firmas exigio. Quieren que en el trámite de debate en el Congreso del decreto ley que aprobó el gobierno para regular la dación en pago en ciertos casos, se debatan y se aprueben las tres demandas mínimas de la PAH. “Si esto no ocurre”, afirma Ada Colau, “el gobierno estará legitimando que se extienda la desobediencia civil masiva. Que haya una subida de tono de las protestas y que sean masivas y sistemáticas porque no estarán simplemente ignorando un problema sino que serán cómplices explícitos del sufrimiento de la gente. Y estamos pensando en campañas que extiendan la desobediencia civil mucho más allá de las ocupaciones de viviendas”. En este punto no han querido avanzar de qué medidas se trata.  Por lo pronto asegura que señalarán y perseguirán a los diputados que voten en contra de las tres demandas básicas que piden, les harán “responsables del sufrimiento de la gente y no les dejaremos vivir tranquilos”.

DESOBEDIENCIA MATIZADA

Retomamos la conversación con Martí Olivellas, quien nos comenta que, 40 años después de la campaña por la objeción de conciencia, está a punto de lanzarse una nueva campaña de desobediencia civil denominada “Llamada a la desobediencia civil por los derechos ciudadanos y contra la dictadura financiera”. Cuenta Martí que se trata de recuperar una campaña que hicieron hace tres años llamada “Prenda fiscal por la transparencia” que consistía en no pagar a Hacienda e ingresar el dinero en una cuenta de banca ética, hasta que el gobierno explicara con transparencia a qué se destinaban los impuestos. Ahora se trata de retomar esa campaña pero para que sea masiva proponen hacer el ingreso en la Caja General de Depósitos, un órgano administrativo del Ministerio de Economía que se encarga de la gestión y control de las garantías y depósitos que se hayan constituido ante la Administración Pública. Asegura Martí Olivellas que “no estás defraudando. Lo que dices es que el día en que ustedes (el gobierno) tengan la ley de transparencia, acaben con la corrupción y sepamos cómo gestionan nuestro dinero, le pagaré mis impuestos que tengo retenidos en la Caja de Depósitos”. Pero entonces, si no se está dejando de pagar sino reteniendo ese dinero en una caja del mismo ministerio, ¿hablamos también de desobediencia civil? “Se trata de una acción de desobediencia muy matizada y pensada para el gran público. Pero cada uno puede modular el riesgo: por ejemplo destinando lo que tendría que pagar a Hacienda a un préstamo sin interés a una entidad social que debería haber recibido dinero del Estado pero no lo ha recibido.” ¿Y creen que tendrá seguimiento? “Eso esperamos, el próximo 16 de febrero hay asamblea y se acabará de perfilar. Y luego empieza la campaña de la declaración de la renta. Es el momento óptimo.” En ese caso, cuando se presente, habrá que ver si la sociedad está dispuesta, que no preparada, para desobedecer.

Comida orgánica: el lujo de las clases medias.

A pesar de ser una de las ciudades con más contaminación de Europa, Londres presentó el lema “Green to Gold” (del verde al oro) en los Juegos Olímpicos para exhibirse ante el mundo como una ciudad ecológica y promover entre sus ciudadanos el ejercicio y la utilización de espacios verdes. El espíritu ecológico que recorre la ciudad de punta a punta a través de sus bicis y sus gigantescos parques encuentra también su hueco en los mercados de abastos repartidos por las plazas  y a lo largo de las calles.

En estos lugares se fomenta el buen comer y los productos saludables de manera que casi todo lo que se oferta son alimentos orgánicos. Esta etiqueta se aplica sólo a aquellos para cuya producción no se han utilizado fertilizantes ni aditivos químicos, lo que se cree que es más beneficioso para la salud y representa la máxima expresión de su respeto al medio ambiente. Los mercados venden también carne, huevos y leche, principalmente de animales criados en granjas al aire libre, que es la opción que más satisface a los defensores de lo orgánico. Todas estas diferencias suponen un sobreprecio que cada vez más gente está dispuesta a pagar… pero que otra mucha gente no puede permitirse.

MERCADOS Y ABURGUESAMIENTO VAN DE LA MANO EN HACKNEY

Hackney, al Este de Londres es un distrito de aspecto post-industrial y un poco descuidado. Además de sus abundantes zonas verdes –es el distrito con más parques de Londres– los mercados son los responsables de dar un poco de color y movimiento a la ciudad. Broadway Market Street es una conocida calle en Hackney que cada mañana de sábado prepara las casetas del mercado y corta el tráfico para asegurar una compra tranquila y segura al consumidor. Caminando a lo largo del mercado, pasamos del olor del café recién hecho al queso o la menta en cuestión de un respiro. Según se acerca la media tarde, los olores a comida se hacen más fuertes y varias casetas se disponen a cocinar los productos que hace unas horas vendían frescos. Broadway Market, como se conoce al mercado –coincide con el nombre de la calle– se caracteriza por su oferta de alimentos orgánicos y sus precios exageradamente altos. Se asocia localmente con la famosa “gentrificación”, término inglés que hace referencia a la afluencia de clases medias a barrios más humildes, atraídas por sus bajos precios. Esta movilización repentina de urbanitas universitarios y hipsters en general ha traído nuevas caras a los residentes de Hackney, a quienes no les han hecho tanta gracia los altos precios que los acompañan. Hackney se ha sabido adaptar a esta nueva clase que ha convertido al distrito en una red de cafés de colores pastel y de capuchinos a tres libras. Así, Broadway Market se ha convertido en un mercado para quienes se lo pueden permitir, en uno de los barrios más pobres de toda la ciudad.

Chatsworth Road es un mercado más barato y diverso –se venden productos de limpieza a una libra, y en al menos una caseta, frutas y verduras casi tan baratas como en Tesco- en un barrio menos desarrollado y no tan saturado de clases medias, a unos 3,5km de Broadway Market. El perfil demográfico tradicional de la zona se compone de afro-caribeños, asiáticos, turcos y blancos de clase trabajadora, una heterogeneidad de razas y culturas que sin embargo no se deja ver por el mercado de Chatsworth Road. El mercado ha evolucionado desde su inauguración en junio de 2011. En sólo un año se ha visto envuelto en una espiral de cafés y restaurantes de precios exagerados que se expanden, discretos, a lo largo de la calle, más allá de los límites de las casetas, adelantándose así a la posible futura expansión del mercado.

Alzando la vista al comienzo de las primeras casetas, se leen las palabras “Market terrace” en una placa blanca sobre la fachada ennegrecida de unos apartamentos, que indican la zona donde se establecía el antiguo mercado. Los vecinos venían demandando su reapertura desde que se cerró en 1990 por primera vez en 60 años. La intención inicial de quienes reclamaban su vuelta era establecer un lugar de reunión común para todos. Lejos queda ahora su espíritu integrador, tras una oferta final mayoritaria de productos que exceden las expectativas de los bolsillos más humildes. “Cuando viene alguien a última hora con lo justo en el bolsillo, bajamos el precio. Por encima de todo, yo quiero fomentar la buena alimentación”, apunta uno de los ganaderos que acude todos los domingos a Chatsworth Road a vender su carne.

Cierto es que la influencia de los supermercados ha fomentado la venta de productos exclusivos en los mercados. No se puede competir en precios con Tesco, una cadena multinacional de supermercados conocida por sus bajos precios y la poca calidad de sus productos. Los pequeños proveedores no tienen esa capacidad por lo que la única salida que queda es ofrecer un producto que justifique ese coste extra –no es sólo una manzana, es una manzana con una historia detrás– y dar al consumidor la experiencia del servicio en un lugar más social, cercano y romántico. Hace años, los mercados no tenían que competir con las cadenas de alimentación que hoy ocupan cada esquina.

Chatsworth Road se ha convertido en la primera línea de la gentrificación definiendo así los límites de este fenómeno que arrasa el distrito de Hackney, el más deprimido de Londres. Pero, ¿acaso no ha habido siempre clases medias en Hackney? “No es algo nuevo”, explica Frances, una vecina de 26 años que nació y creció en el distrito londinense. “Hackney ha sido siempre un lugar creativo, refugio de pensadores liberales y sobre todo barato; por eso se mudaron aquí mis padres, que eran clase media, en los años 70. Entonces, ya había un cierto número de residentes como ellos pero aún éramos minoría, lo cual a mí me gustaba mucho. Sin embargo, desde hace pocos años ha dado un giro totalmente y no llego a entender qué ha cambiado para que todo el mundo quiera venir a vivir aquí. Los precios han subido tanto que ya no es barato”. Pero la gente sigue llegando y los precios siguen subiendo.

LAS DOS CARAS DE LA GENTRIFICACIÓN

El término gentrificación tiene connotaciones muy negativas y es un tema delicado. Todo el mundo tiene una opinión polarizada, bien porque siente rechazo hacia los nuevos residentes, supuestos responsables del alza de los precios, o porque se siente atacado por formar parte de ello, lo que además no se reconoce fácilmente. “Por favor, no malinterpretes mis palabras” es la primera frase de Álex, un sueco de 35 años que acaba de abrir un café con su mujer Sara en Chatsworth Road y que se dispone a dar su opinión sobre el tema. En Cooper & Wolf, como se llama el café, unas tostas del exclusivo salmón que preparan cuestan casi diez libras. Álex, dice, no puede negar que forman parte de ella pero no lo ve como algo negativo. “Creo que estamos mejorando el barrio y estimulando la actividad económica de la zona. Intentamos comprar todo lo que podemos localmente”.

Sin embargo, no todo el mundo está contento. “Cuando abres una tienda solo para ti y unos pocos más, es egoísta”, cuenta Darrel desde el club de boxeo “Pedro’s” del que es miembro, cerca de Chatsworth Road. A este joven no le molesta que llegue gente nueva, “He vivido toda mi vida en la zona e incluso trabajé en el antiguo mercado. Siempre ha habido gente de todas partes” pero, reconoce, le empieza a preocupar “que cada vez más se abren cafés sólo para una parte de los que viven aquí”. Desde su punto de vista, abrir un local nuevo en el vecindario conlleva la necesidad de implicar a los residentes, de mezclarse para aprender los unos de los otros. Los precios han subido tanto que no todos en el barrio pueden permitirse consumir en estos establecimientos. Darrel cree que últimamente la desconfianza hacia lo desconocido por parte de los recién llegados está fomentando el racismo y el clasismo en un lugar que siempre ha sido especial por su diversidad. “Si yo te doy las buenas tardes, espero por tu parte unas buenas tardes, no que me mires con desprecio”.

Con una mezcla de indignación y antipatía, Darrel comenta con el fotógrafo Jorn Tomter, que documenta con su cámara los cambios de los últimos años en Chatsworth Road, las veces que ha visto a gente agarrarse el bolso al cruzarse con él. Darrel lo atribuye a la raza –él es negro– y cree que los nuevos residentes, blancos de clase media, actúan como los ricos del barrio, alejados de la realidad, “No viven en Richmond (una de las áreas más prósperas del Reino Unido) porque no se lo pueden permitir. No entiendo por qué actúan como tal cuando vienen aquí”, critica.

Por otro lado, Sara y Álex de Cooper & Wolf llevan diez años viviendo en Hackney, y ahora tienen una casa. “Siempre hemos querido montar un café. Ha coincidido el momento en que nos lo podíamos permitir con la casualidad de que todo el mundo se está mudando aquí”. Susan no puede creer los precios que algunos llegan a pagar por una casa en Hackney. “Me dan casi 400 mil libras por mi piso. Me costó 60.000”, dice esta mujer jamaicana sin salir de su asombro. “Si alguien está dispuesto a pagar ese precio, yo estoy encantada de venderla. Me iré más lejos”. El sentir general es que la afluencia de clases medias a estos barrios modestos está disparando los precios y está obligando a desplazarse a los vecinos que no pueden soportar tan altos costes.

Pero la gentrificación también ha traído prosperidad. Los mercados son el nuevo lugar de reunión de las clases medias y eso ha aumentado los beneficios de los negocios de alrededor. Susan ayuda en su tiempo libre en el local de comida para llevar de Leonard, un jamaicano rastafari de unos 50 años que llegó a Londres hace diez. La comida caribeña es muy popular en los barrios de Londres donde se asienta la comunidad jamaicana. “People’s Choice” (o “la elección del pueblo”, como se llama el local) se sitúa en una calle perpendicular a Chatsworth Road, a apenas 30 metros del mercado. Los domingos, dice, triplica su venta de comida. “Los visitantes todavía prefieren los cafés nuevos de la calle pero lo importante es que el mercado atrae cada vez a más gente y para nosotros significa más venta también. No compramos ahí pero aun así creo que ha sido beneficioso”, explica Susan. Además, muchos de los cafés que se han montado alrededor emplean sólo a trabajadores locales y adquieren el género producido en Hackney para mantener el dinero circulando localmente y mejorar la economía de la zona.

COMIDA ORGÁNICA Y DE PRODUCCIÓN “LENTA”, LA NUEVA TENDENCIA DEL EAST END LONDINENSE

David Wilkinson es un ganadero de unos 60 años que vende en los mercados de Hackney la carne de sus cerdos que él mismo procesa. Para David, este tipo de mercados representa una oportunidad de evitar intermediarios en el proceso. Él cría a los cerdos, él manufactura su producto, él lo transporta al mercado y él lo vende. “No paro, pero eso se traduce en un buen dinero a final de mes”, explica. Es una persona risueña que cree que los mercados le han acercado a la gente y su pasión por dar un buen servicio y los buenos días le ha garantizado clientes todos los fines de semana, que van a saludarle y a comprar otra pequeña porción de su exclusiva carne. “Mis cerdos son cerdos felices, no como los de Tesco”, explica entre risas. “La felicidad es cara. Antes, tenía alrededor de 500 cerdos, mucha carne que vender y hacía negocio con grandes proveedores pero yo me tomo esto muy en serio. Durante 25 años, mi ganadería siempre ha sido extensiva y mi producto de muy buena calidad, pero nunca se me había reconocido. Así que reduje la producción de cerdos y decidí venderlos yo mismo para contarle a la gente de dónde vienen”.

A raíz de la prohibición en Reino Unido de establos unitarios donde prácticamente se hacinaba a los cerdos, la industria de la cría de estos animales ha disminuido. El aumento en los costos de producción ha encarecido la carne de cerdo británica, dando lugar a la necesidad de posicionarla como un producto que merece el sobreprecio. Para ello, qué mejor estrategia de venta que la de hacer sentir bien al consumidor por la compra. La ganadería extensiva consiste en criar a los animales en unas condiciones óptimas, lo que a menudo significa grandes terrenos al aire libre donde crezcan de forma más saludable y natural. Para continuar la cría en esas condiciones, con una producción más lenta y más pequeña dirigida a las personas y no a los grandes almacenes, David Wilkinson tuvo que aumentar el precio de su producto. Y le ha ido muy bien. 200gr. de carne de cerdo alcanzan fácilmente las 3 libras en la caseta de David, más del doble que en Tesco.

En una alargada mesa expone todos sus productos embalados y, al lado de cada uno, su correspondiente premio que demuestra la calidad de la carne. Aunque su caseta está en una de las calles perpendiculares a Broadway Market, separada ligeramente del mercado, la gente se acerca a preguntar. “Todos quieren saber los detalles de mi producto, charlamos primero y después lo compran. A mí me gusta y es muy fácil porque mi carne se vende sola”, asegura. Las claves para triunfar entre esta nueva clase adinerada que vive y visita Hackney es ofrecer algo más que un filete de cerdo. Los buenos días, la historia detrás del producto –siempre basada en el respeto a los animales y al medio ambiente– y establecer una relación cercana es la clave para ganarse a los clientes que buscan en el mercado lo que no encuentran en las tiendas de barrio o los supermercados. “Estoy aquí porque la gente necesita mi producto. Traigo lo mejor del campo a la ciudad una vez por semana”, dice con una sonrisa orgullosa.

Lo que menos le gusta, explica, es pagar la licencia comercial que le permite tener una caseta en los mercados de la ciudad. Broadway Market es mucho más caro que otros como Chatsworth Road Market. Cada caseta debe abonar una cantidad de 60 libras y 20 libras respectivamente a cambio de una licencia comercial temporal que permite la venta en un determinado mercado y día. Además de la licencia, las casetas deben pagar 40 libras por semana en Broadway Market y 20 libras en Chatsworth Road a los organizadores de los mercados.

En ambos mercados se venden principalmente productos orgánicos. Tulin, que dirige una escuela de ballet a pocos metros de Broadway Market y que compra en el mercado, explica que una bailarina de ballet debe cuidar su cuerpo al máximo y que es uno de los motivos por los que siempre ha cuidado su dieta. “Eres lo que comes”, una frase que repite una y otra vez y en la que cree ciegamente. En su familia hay pacientes de cáncer que, dice, han mejorado con una dieta íntegramente orgánica.

El principal motivo por el que se consume comida orgánica es porque es más sana. Una convicción común, no demostrada todavía, es que los productos que crecen bajo la lluvia de fertilizantes y pesticidas pueden contener restos y ser perjudiciales. No así aquellos que crecen de forma natural, que, se cree, son más nutritivos y más sanos por su menor exposición a productos químicos.

Lo que hace sospechar a muchos escépticos de lo orgánico es que quien se interesa por este tipo de alimentos, a menudo consume productos más saludables –más frutas y verduras– y ello puede llevar a la confusión de que lo orgánico es más sano de por sí. “Yo sí puedo asegurar que la comida orgánica es más sana. Médicos que han pasado toda su vida investigando el cáncer, ven los resultados de unos y otros alimentos en los pacientes. Yo lo he visto en mi madre. Al final, eres lo que comes y si comes algo sano, estarás más fuerte y tu cuerpo responderá mejor”, apunta Tulin.

Sin embargo, el diario británico The Guardian publicó recientemente los resultados de un estudio de la Universidad de Standford en el que varios investigadores revisaron más de 200 informes que comparaban la salud de quienes comían productos orgánicos frente a convencionales y la cantidad de nutrientes y contaminantes en cada uno.

Como conclusión, este grupo de investigadores liderado por Crystal Smith-Spangler decía no poder asegurar el incremento de nutrientes en los productos orgánicos aunque sí una menor presencia de bacterias resistentes a antibióticos debido a su exposición a pesticidas. No así, Smith-Spangler aseguró que es poco común la exposición de alimentos a unos niveles superiores de pesticidas a lo establecido, por lo que no queda claro si una diferencia en residuos químicos tendría algún efecto en la salud.

APOYANDO LA PRODUCCIÓN LOCAL: ALIMENTOS QUE NO VUELAN

“Todo lo que tengo es orgánico”, dice Mark “El orgánico” como se hace llamar desde su caseta de frutas y verduras en el mercado de Chatsworth Road. Los plátanos son del Caribe,  “¿Y las manzanas?”. “Las manzanas mías. Tengo manzanos y las vendo en los mercados”. Un litro de zumo de manzana recién exprimido cuesta cuatro libras. “¿De dónde son las lechugas?”. “De Holanda”. “¿Y qué hacen aquí?”, le pregunta un chico. “Son orgánicas”, responde Mark, evitando la conversación. Otra de las cosas más valoradas por los consumidores en estos mercados es que los productos sean locales. “Si las verduras vuelan, ya no me gustan” dice Maresh, que vive en la misma calle del mercado. La principal razón por la que los defensores de la comida orgánica además demandan productos locales es por su respeto por el medio ambiente. “Se necesita mucho combustible para transportar el producto desde otro país, especialmente si es desde tan lejos”, explica Maresh y continúa, categórico, “Tesco nos ha hecho creer que tenemos derecho a comer naranjas cuando queramos. La fruta y la verdura tienen su temporada, y así es como debe ser”.

En ese sentido, Frances lo tiene claro, “Yo prefiero comprar las verduras y las hortalizas en Tesco. Tienen un sistema de etiquetado y me garantizan de dónde vienen. En los mercados nunca estoy segura, te lo dicen pero nunca se sabe”. Frances, natural de Hackney, es una férrea defensora de la producción local. Coincide con Maresh, “Importar alimentos del otro lado del océano o incluso de Europa es un gasto innecesario de combustible, especialmente cuando puedes comprar casi los mismos productos cultivados aquí. De ese modo estás apoyando al mismo tiempo la agricultura y ganadería británica, que está perdiendo muchos puestos de trabajo”.

Sin embargo, comprar productos locales a menudo supone un gasto mayor, hasta el doble que los importados. “Entiendo que la comida local y orgánica es más cara. Yo misma no tengo mucho dinero pero prefiero gastarlo justamente. Me preocupa el bienestar de los animales y del medio ambiente y como humanos, tenemos la responsabilidad de actuar decentemente aunque tengamos el poder de hacer lo contrario. Los animales no deben crecer más rápido de lo natural, ni estresados y encerrados”. Por estos motivos, Frances cree que es justo comprar menos carne pero local y de ganadería extensiva. “Vivimos en una cultura en la que consumimos carne casi todos los días. De pequeña sólo comíamos carne o pescado dos o tres veces a la semana”. Para ella, apoyar la agricultura y ganadería local significa contribuir a mejorar este sector de la economía de Reino Unido. “Además, si todos compráramos productos locales, el coste de muchos productos se reduciría”, reflexiona.

A WIN-WIN SITUATION

“A win-win situation” es una expresión inglesa que indica el beneficio de dos partes como resultado de un acuerdo, una acción o la cooperación entre ambas. Tras un Hackney que cada vez se distancia más de sus orígenes y deja de ser homogéneamente pobre, se observa su espíritu de conciliación que sigue presente en las zonas comunes. Con toda naturalidad, niños de todas las razas y nacionalidades juegan juntos y comparten los parques que vieron crecer a los allí nacidos y aceptan a los recién llegados. Apenas 200 metros separan una iglesia metodista (protestante), de una iglesia ortodoxa etíope, una sinagoga y una mezquita. Centros comunitarios de turcos-kurdos, tan maravillosos e imprevistos como clubes sociales donde se reúnen ancianos de todas partes del mundo que comparten la trivial casualidad de ser vecinos…

Hackney brilla por su diversidad y tolerancia y, sin embargo, ahora debe demostrar que está a la altura de un reto si cabe mayor: el entendimiento entre clases que conviven día a día en un momento de crisis que las distancia todavía más. El distrito londinense no ha perdido su sentido de comunidad que lo convierte en un lugar especial a pocas paradas de autobús de uno de los centros financieros más poderosos del mundo, con todo lo que ello representa. Es ese sentido de comunidad y colaboración que tendrá que brillar durante los próximos años para evitar agrandar la brecha que está divorciando a Hackney de sí mismo. En medio de la necesidad de crear un clima de reunión, uno de los elementos que evidencia tal distancia son los alimentos. El bien más básico se erige en lujo e ilustra un bienestar que no todos pueden disfrutar.

A ojos de quienes ven el bienestar lejos de sus bolsillos, la comida orgánica que no se pueden permitir y que les rodea se convierte en un símbolo obsceno de opulencia y marginación en el que es el segundo distrito más deprimido de Inglaterra. Darle un vuelco a aquello que disgrega para convertirlo en integrador parece una solución ideal pero lejana.

“Algo muy interesante que está ocurriendo en Estados Unidos y que creo que podría funcionar muy bien en Hackney son las cooperativas de alimentos”, reflexiona Frances. Las cooperativas gestionarían tiendas locales en las que trabajarían voluntarios, vecinos que quieran contribuir. Funciona de la siguiente manera. Cada voluntario dona, pongamos como ejemplo, diez horas de su tiempo libre al mes a cambio de un descuento en el precio de los alimentos. Al no constituirse como organización con ánimo de lucro, los alimentos se venden a precio de coste. Los gastos de la cooperativa se centran en la renta y la electricidad principalmente, al no tener trabajadores en nómina. Los que no sean miembros o voluntarios de la cooperativa pagarían un precio superior por los productos. El beneficio total se emplearía en pagar las facturas. Esto establecería una balanza entre una oferta de productos orgánicos y locales y un precio asequible. Además, fomentaría la implicación en tareas comunitarias y el sentimiento de colaboración y colectividad.

Frances levanta la vista que tiene puesta en la mesa, como recordando, “Hay un lugar en Hackney que está en proceso de conseguir esa balanza. Se llama Farm: Shop y se basa en la producción local, la voluntad de los vecinos y la reinversión del beneficio en el proyecto. Debería hacer yo algo de eso también”, concluye.



  

Casas vacías, el síndrome de una economía yonqui

El primer paso siempre es admitir que tienes un problema

Con 30.000 personas viviendo en la calle (datos de Cáritas de 2011) y una sangría de desahucios, a ritmo de más de 500 diarios (casi 48.000 en el segundo trimestre de 2012, según el último balance del CGPJ) los millones de casas vacías que salpican la geografía española son, como mínimo, un síntoma de que algo no encaja. “En España, al contrario de lo que pasa en la mayoría de países de la Unión Europea, la vivienda vacía no se considera una patología”, explica Javier Burón Cuadrado, ex consejero vasco de Vivienda, profesor universitario, socio de la empresa de gestión de servicios públicos Urbania ZH y articulista en medios especializados como ‘Cinco Días’. En cambio, en otros países europeos con parques de casas vacías mucho menos inflados por la burbuja inmobiliaria llevan años encarando el problema hasta el punto de convertirlo en vergüenza nacional y, en consecuencia, lo enfrentan, ya sea con sanciones o impuestos por mantener un domicilio vacío, ayudas a la rehabilitación o incluso alquileres forzosos.

¿Por qué en España los síntomas se ningunean y, por ende, no se trata este mal endémico? “Aquí se defiende la ‘sacrosanta’ propiedad privada por encima de todo. Pensamos que el propietario tiene derecho a tener la vivienda vacía, ocupada, en buen estado o como le dé la gana”, continúa Burón, que cree que no se trata tanto de una visión cultural como de las pautas que marca la estructura de poder, basada en lo que él denomina una “economía yonki”, adicta al ladrillo y que aparta a un segundo plano los medios de producción que tienen que ver con el intelecto, las ideas y la industria, claves en otros países de Europa tras la Revolución Industrial. Un dato: la inversión en I+D en países como Dinamarca, Finlandia o Suecia, superior al 3% del PIB, dobla con creces la española (de un 1,37%, según datos de 2010 de la OCDE).

DIAGNÓSTICO (EN BUSCA DE UN RECUENTO FIABLE DE CASAS VACÍAS)

En España ni siquiera existe un único censo preciso y actualizado de casas vacías. Una de las bases de datos más socorridas es la del Instituto Nacional de Estadística (INE), que estimaba que en 2001 había 3.106.442 pisos desocupados. Los datos de 2011 -este registro se realiza cada década- se harán públicos a lo largo de 2013 y, burbuja mediante (en 10 años se han levantado cinco millones de casas), podrían arrojar una cifra de entre cinco y seis millones. El problema es que éste no es el único registro oficial. Antes de desaparecer, en 2010, el Ministerio de Vivienda estimaba que había entre 600.000 y un millón de viviendas sin uso. La gran diferencia entre ambos organismos radica en la metodología: el baremo del INE, más amplio, incluye por ejemplo viviendas abandonadas que se caen a trozos en pueblos en los que hace décadas que no se pasea ni un perro abandonado.

De hecho, para muchos expertos como Burón, esta cifra es excesiva y prefieren situarla en unos dos millones y medio, un número nada despreciable si consideramos que supone el 10% del total del parque de viviendas en España, de unos 26 millones de casas. Incluso si partimos de ese dato más conservador, la comparación con otros países de nuestro entorno sonroja. En Inglaterra, la Fundación Emptyhomes trabaja para buscar soluciones a un problema que consideran un “escándalo” y una “vergüenza nacional”. Sus campañas han conseguido arrancar al gobierno inglés rebajas de impuestos para los propietarios que recuperen las viviendas para su uso y la creación de un cargo en cada ayuntamiento destinado en exclusiva a velar por la ocupación de las viviendas vacías. Y todo eso pese a que sus cifras son mucho menos abultadas que las españolas: cuentan con 720.000 casas vacías, el 3,13% del parque de viviendas inglés.

En 2007, el colectivo Derivart, formado por un artista -Jesús Rodríguez-, un ingeniero informático y diseñador -Mar Canet- y un sociólogo -Daniel Beunza- decidió utilizar el arte como medio para mirar y hacer mirar el problema de las casas vacías esquivando la letanía de las ristras de datos. Su proyecto ‘Casas Tristes’ permite localizar en un mapa las viviendas desocupadas que los usuarios documentan. Es el eje central de una “plataforma de visualizaciones para rebatir con estadísticas algunas de las cuestiones que se tenían como grandes verdades”, como la define Jesús Rodríguez. Al mito “una casa cuesta el mismo porcentaje de sueldo que hace 15 años” le da respuesta un muñeco con casco de obrero que carga de monedas la balanza necesaria para pagar su casa. Al observar la evolución por años en la animación, el gráfico recoge la relación entre el salario mínimo interprofesional y el precio de la vivienda desde 1985. Si en el año de arranque el trabajador que destinaba todo el sueldo mínimo a pagar la hipoteca tardaba 12 años; en 2006, ese mismo trabajador emplearía 42 años de su vida para costear la misma casa.

Otra visualización muestra cómo, en relación con la población, la construcción de viviendas en España ganó por goleada a la que se vivió en Estados Unidos (una casa nueva por cada 23,53 habitantes vs. una casa nueva por cada 9,2) durante la burbuja. El objetivo aquí es “acercar conceptos complejos a todo el mundo gracias a herramientas artísticas”, aliñadas con un “componente irónico”.

 

SINTOMATOLOGÍA (las consecuencias económicas, sociales y ecológicas)

Con la mirada puesta, ya sin tapujos, en esos millones de casas vacías, es posible que, como una madre con su primogénito, nos cueste sacarle defectos. Para Burón Cuadrado, las consecuencias de ese enorme parque de viviendas sin uso son tres:

1.     La económica: “Todo ese dinero destinado a comprar esas casas, a financiar la burbuja inmobiliaria, podría haberse destinado a otras cosas como montar negocios, la formación del capital humano…”.

2.     La ecológica: “España ha consumido un tercio de su huella ecológica vinculada a la urbanización en el periodo que va de 1998 a 2008. Los dos tercios anteriores los hemos gastado en 12.000 años. Tenemos un modelo alocado, en el que cuando hay dinero, hay empleo y hay buen rollo consumimos recursos naturales de forma desaforada”.

3.     La social: “Tenemos un nivel de desahucios histórico”.

Víctor es uno de los 400.000 desahuciados que va dejando la crisis por el camino desde 2008. El 13 de diciembre de 2011 le echaron del piso del que era avalista junto a su mujer y que habían comprado su hija y su yerno. Desde entonces, esa casa en Colmenar Viejo en la que toda la familia había vivido siete años permanece cerrada a cal y canto criando telarañas. “Llegué de Ecuador y a los tres días me dijeron en la inmobiliaria que firmara como avalista, que no pasaba nada, que en seis meses estaría todo arreglado. Empezamos pagando 900 euros de hipoteca, pero llegó hasta 1.700. Aun así, como todos teníamos trabajo, pagábamos religiosamente las cuotas. Hubo un momento en el que nos quedamos en paro y conseguimos que nos bajaran la mensualidad a 700 euros, pero a cambio de aumentar el plazo y, por lo tanto, la deuda. Más tarde la cosa empeoró y entonces fui al banco a intentar negociar. Les dije que no podía pagar más de 500 euros, pero se negaron a darme una solución. Siete meses después nos echaron. Un día antes de la ejecución saqué mis cosas y llevé las llaves al juzgado”.

Mientras recuerda ese momento -ahora vive en un piso de alquiler después de haber pasado por un bajo con olor a cañerías reventadas y goteras dibujando isobaras en el techo- se prepara para pasar una noche en la plaza Celenque de Madrid junto a otros compañeros. Es su octavo día de protesta junto a la sede de Bankia, contra los desahucios y para reclamar alquileres sociales y la dación en pago, tres de los puntos que contempla la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para la que se recogen firmas a pocos metros de los sacos de dormir y las mantas que, durante la noche, les ayudarán a parapetarse ante el frío. Su miedo, ahora, es que le vengan a reclamar la deuda. “No sé para qué quieren tantas casas, la verdad”, se pregunta.

El miércoles 24 de octubre, María Morán fue desahuciada también en Colmenar Viejo. Ahora, la puerta de su casa está sellada con silicona. “Y se quedará así por mucho tiempo”, augura. “¿Qué se creen? ¿que voy a entrar? Nos sacaron como si fuéramos delincuentes. No quieres volver a un sitio en el que has sufrido tanto. Ahora mi objetivo sólo es luchar por conseguir la dación en pago y así poder liquidar la deuda”, asegura.

Ambos fueron desahuciados por Bankia. Según los datos de la propia entidad bancaria, entre 2011 y lo que llevamos de 2012, este conglomerado de Cajas ha aceptado un total de 4.300 daciones en pago, una cifra que incluiría no sólo los acuerdos con particulares para cancelar la deuda a cambio de devolver la vivienda, sino también los pagos en especie de constructoras que, desde que explotó la burbuja, cedieron a los bancos los pisos construidos a cambio de liquidar la deuda contraída para levantarlos.

Bankia “cuenta con un protocolo de actuación para ayudar y estudiar todas las vías posibles para posibilitar a los clientes el pago de sus préstamos y créditos. Las alternativas que se ofrecen son muy diversas: desde alargamientos de plazos hasta carencias en el pago de principal, entre otras. En último caso, y en ausencia de cualquier ingreso por parte del acreditado, la entidad acepta la dación en pago de la deuda”, explican vía correo electrónico desde la entidad. Desde 2009, Bankia ha realizado 80.000 adecuaciones de préstamos, según las mismas fuentes. No parece suficiente para poner freno al crecimiento de un stock de viviendas que, sin propietario o inquilino, no produce beneficios. De hecho, Bankia posee viviendas vacías por un valor de más de 4.000 millones de euros, según los datos del mes de septiembre: 2.847 millones llegaron para saldar las deudas de constructores y promotores -por lo que serían de obra nueva- y 1.169 millones a través de desahucios por impago de hipotecas y préstamos con la casa como aval.

 

TRATAMIENTO (una mirada al hermano mayor europeo)

Focalizado el problema, procederíamos a aporrearlo hasta que salga escaldado. Como sería nuestra primera vez, podemos optar por copiar a otros con más experiencia. La batería de medidas europeas consiste en “penalizaciones por mantenerla vacía, alquileres forzosos, una fiscalidad enfocada a la vivienda en alquiler y no tanto a la compra…”, enumera Burón. Hasta hace poco, en Holanda, estaba permitida la ocupación de las viviendas vacías. El alquiler forzoso se aplica en países como Reino Unido, donde el Estado se hace cargo -para gestionar su venta o alquiler- de viviendas que estén vacías durante más de seis meses en zonas con fuerte demanda. Están excluidas las segundas residencias, aquellas sobre las que se esté tramitando una herencia o las que se usen esporádicamente por motivos laborales, por ejemplo.

Pero, por encima de todo, la medida estrella en la mayoría de países es la creación de un parque público de alquiler potente -formado por centenares de miles de viviendas a precios asequibles- y políticas públicas de vivienda equiparables a Europa, ya que en ese aspecto “estamos en el Paleolítico”. Como es imposible eludir los baremos de rentabilidad, Burón recuerda: “Esos parques públicos de alquiler no son en absoluto deficitarios, se produce un ingreso al titular”. Y, gracias a una “intervención pública masiva” en el asunto, “quien más quien menos en todos los estados europeos han tenido y todavía hoy tienen varios millones de viviendas públicas”.

El Gobierno, en el reciente Real Decreto de medidas urgentes para reforzar la protección a los deudores hipotecarios, incluye, además de la moratoria de los desahucios para determinadas familias, la encomendación al Gobierno (a sí mismo, vamos) de la creación urgente, en colaboración con las entidades bancarias, de un fondo social de viviendas con alquileres asequibles. Pero el Gobierno no ha concretado cuándo se pondrá en marcha, a qué precios ni qué cantidad de viviendas formarán ese parque. Eso sí, para acceder a ellas es necesario cumplir las mismas condiciones que para conseguir la moratoria de dos años sobre el desahucio: los ingresos de todos los miembros de la familia no deben superar los 1.597 euros al mes, el peso de la hipoteca en las cuentas familiares debe haber crecido en los últimos cuatro años y suponer más de la mitad de esas ganancias mensuales. Cumplido el requisito económico, se deberá acreditar además pertenecer a uno de los siguientes colectivos: familias numerosas, monoparentales con hijos, padres con hijos menores de tres años y familias en las que algún miembro tenga una discapacidad o que el titular esté en desempleo sin prestación o que algún miembro haya sido víctima de violencia de género. Todas estas trabas hacen que ONG, jueces, entidades especialistas en la materia como la PAH y varios partidos políticos consideren esta medida del Gobierno insuficiente para frenar el problema de los desahucios y, por lo tanto, del enorme número de casas vacías.

Para este experto en urbanismo, medidas como las emprendidas en el resto de Europa podrían solucionar algunas de las adicciones españolas al ladrillo, pero “tenemos un problema de politoxicomanía” que va mucho más allá. Para desengancharnos, lo que hace falta no es una ley, sino un “cambio de enfoque”. O, lo que es lo mismo, “que nuestro héroe fuese Steve Jobs y no Paco el Pocero”.

 

CASO CLÍNICO (voy a ponerle mi nombre a una urbanización)

Un enorme rótulo con el nombre del constructor que cedió su avión para que Rocío Jurado se tratara en Houston recibe a la entrada de su urbanización, su legado. El residencial Francisco Hernando ha sido, durante muchos años, símbolo de la construcción desenfrenada y de la burbuja inmobiliaria. Ahora, mucho más habitado que en sus inicios gracias al derrumbe de los precios, se eleva entre la vía del AVE, un par de autopistas y un cementerio de neumáticos en un secarral a 36 kilómetros de Madrid. Entre bloques de edificios a medio habitar, otros totalmente deshabitados y solares que ilustran el ‘inmobiliarius interruptus’ que vivió el pueblo toledano de Seseña (el proyecto de 13.000 viviendas se quedó a medias), los carteles de venta y alquiler se suceden uno tras otro, hasta pintarrajeados en el ladrillo visto de los bajos comerciales. De 190.000 euros por un piso de dos habitaciones a 65.000, como anuncian los rótulos más recientes del Banco Santander, heredero de buena parte de los edificios. Los alquileres con opción a compra, en cartelones amarillos de la CAM, ya están en 350 euros, cifras muy alejadas de las que se barajaban durante el nacimiento, de la nada, de un pueblo anexo a Seseña, municipio al que pertenece.

 

Seseña: campo de fútbol abandonado | Foto: Gabriel Morales @g_moralesg

 

“Al principio, en el lago había barcas y peces. Ahora la cascada está seca y el agua sucia”, comenta tras la barra la dueña de uno de los quioscos del parque María Udena, llamado así en homenaje a la señora de Pocero. “Al principio el señor lo tenía cuidado, luego se peleó con el ayuntamiento y ahora el consistorio dice que se va a hacer cargo. Esperemos que sea así”, continúa. Ella está satisfecha con el lugar en el que vive y asume sus inconvenientes, como tener que pagar 40 euros al trimestre por el transporte escolar de su hijo a Seseña para sus clases de Secundaria. Su alquiler ha bajado, en cuatro años, 250 euros.

En el residencial Francisco Hernando las cosas han cambiado mucho desde que ilustró la burbuja inmobiliaria en multitud de medios, aunque sigue transpirando el legado de su constructor, que, además de poner su nombre y el de su esposa en fastuosos rótulos marcados en piedra, no dudó en colocar una estatua-homenaje a sus padres en una de las rotondas. En el residencial ya tienen colegio de Primaria y en un solar se anuncia la próxima construcción de un centro de salud. Algunos comercios, como cafeterías o un hipermercado, salpican los bajos, muy cerca de las oficinas de agencias inmobiliarias que intentan vender el stock aunque tengan que hacerlo a precio de coste.

En una caseta de obra se encuentra la sede de la asociación de vecinos, en la que se anuncian clases de batuka. Justo al lado, un campo de fútbol invadido por los matorrales da cuenta de lo desangelado de un espacio a medio hacer. En el estadio del Seseña C.F., un grupo de padres pasa el sábado animando a sus vástagos a pocos metros de un cementerio de grúas y unos imponentes bloques de edificios, todos gemelos y la mayoría sin estrenar, con las ventanas cerradas a cal y canto. El de esta macrourbanización no es un caso único, aunque sí uno de los más espectaculares. Toda la zona está salpicada de colmenas de casas simétricas sin habitantes y de otras tantas con el esqueleto a la vista, a medio levantar.

 

ETIOLOGÍA (o cómo se repitió como un mantra que el ladrillo es un valor seguro)

A 31 de diciembre de 2011, según datos del Ministerio de Fomento, el stock de viviendas de nueva construcción sin vender era de 676.038 (139.000 sólo en la Comunidad Valenciana, por ejemplo). En Castellón, ese stock supone un porcentaje del 12% sobre el parque de vivienda total de la provincia. Hemos construido por encima de nuestras necesidades. “El objetivo ni ha sido ni es construir vivienda para vivir, ni equipamientos para poder utilizarlos, ni superficie comercial para que pueda haber negocios o industrial para que pueda haber industria. El objetivo es producir por producir. Si se vende, bien. Si no, el Estado nos rescata”, critica Burón.

A pequeña escala, muchos ciudadanos decidieron subirse al carro y comprar viviendas como inversión. El ladrillo, se decía antes del reventón de la burbuja, es un valor seguro. Si una vivienda costaba 300.000 euros, la sensación era que se tenían 300.000 euros en una caja fuerte de ladrillo, cemento y hormigón. Pero los precios de la vivienda, como los de cualquier otro bien, pueden subir, bajar o mantenerse. “La gente confundía precio con valor”, sintetiza Burón.

Algunos empezaron a sumar hipotecas y ahora acumulan deudas. Otros compraron una segunda residencia como plan de jubilación o para dejar en herencia a los hijos. Algunos, como Consuelo, decidieron alquilarla. Ella vive en Madrid, pero tiene otro piso con ocho años de antigüedad cerca de la capital. Desde agosto, esa casa está vacía. “No es que no quiera alquilarlo nunca más, pero por ahora prefiero valorarlo con más calma”, admite. Consuelo salió escaldada tras el paso por la vivienda de su último inquilino, que le dejó cinco meses de impagos, grifos y puertas rotos y la vivienda hecha un estercolero. Eso sí, se llevó la ropa de cama y el menaje de la cocina.

Presentó demanda de desahucio, pero el inquilino se marchó al finalizar el contrato antes de que se ejecutara. Después de meses de llamadas y reclamaciones, prefiere desistir y no va a reclamar el dinero que le debe: “Me cuesta más el abogado que la demanda”. “No me parece bien que la gente se quede en paro y los arrendadores les echen del piso. Las cosas se hablan, yo lo habría entendido. Pero es que sabíamos que cobraba unos 2.000 euros al mes y, aun así, no pagaba”, recuerda.

PREVENCIÓN (para evitar tropezar con el mismo ladrillo)

¿Los ciudadanos van a seguir confiando en la vivienda como forma de acumulación de valor? Veremos. Si eso cambiara, el porcentaje de viviendas en alquiler debería pasar del 13% en el que estamos ahora a más de un 30%, la media europea. “Tenemos una oportunidad histórica de aprender la lección”, continúa Burón, “con varios cientos de miles de viviendas vacías que no se van a poder vender y que pueden ser alquiladas a diferentes precios”.

Pero no es optimista. “Siguen mandando los mismos grupos vinculados a la promoción inmobiliaria, las grandes infraestructuras y los eventos, con conexiones en el mundo financiero y político, que quieren que el futuro inmobiliario sea exactamente el mismo que hasta ahora. Y tienen poder para imponerlo”. No se han producido cambios profundos para revertir esa estructura, no se ha desincentivado la especulación.

El presidente de la Asociación Española de la Banca (AEB), Miguel Martín, decía hace unos días que la salida a la crisis y al problema de los desahucios es construir más casas. El politoxicómano ni siquiera ha ido a su primera charla de rehabilitación, porque no reconoce que tiene un problema.