-“...así como le habían hecho toda la guerra posible a mi
marido por razones políticas y por su evidente superioridad intelectual, a mí
se me abrieron todas las puertas.”
-“No me mates, no me mates ...estas son palabras que todavía
conservo porque aquello me causó una impresión enorme”
-“en los estrenos sí que nos veíamos, y a su muerte, Buero
se portó muy bien conmigo.”
Es una de esas casas donde la madera cruje bajo los pies y
flota una mezcla difusa de olor a farmacia
y a otra época. Es el cuarto donde pasa la mayor parte del día, ante el
insomnio galopante, decorado con unos cuadros, retratos y multitud de fotos
familiares que muestran la floreciente descendencia y un denso pasado. Ataviada
con ropa de andar por casa, se confunde con la habitación como si siempre
hubiese estado allí. Una tele, una virgen en la pared, un teléfono, sería
difícil decir dónde acaban los objetos y dónde comienza el personaje.
A sus ochenta y ocho años, Concepción Ruiz Buitrago acumula
achaques y alterna medicamentos. Al preguntar sobre su salud, advierto su
peculiar discurso. Siempre remonta a la raíz de la que surgió la futura
respuesta, que tantos meses o años costó forjar. Siempre adentrándose en una
memoria que se pierde entre el recuerdo real y la repetición de la propia
historia. Una memoria que viene de una época más pausada, más en blanco y negro
o gris, como un soplo de historia de la que surgimos nosotros. Le explico de
que va el asunto y comenzamos.
¿Cómo se vivía el colegio en los años veinte?
Oh, bueno yo fui primero a un colegio de señoritas. El
colegio no era especialmente duro, pero sí muy disciplinado, en cualquier caso
no había lugar para rebeldía ninguna en un colegio de monjas y gran
religiosidad.
Por aquel entonces no era costumbre que estudiaran las
chicas...
Si, tengo entendido que más tarde entrarías en la
universidad de Madrid. ¿Por qué decidiste estudiar en una época en la que las
mujeres apenas estudiaban?
Bueno, por aquel entonces ya empezaban a estudiar. A mí me
gustaba medicina, pero las notas que yo tenía eran mejores en letras que en
ciencias. Ante la seguridad de que no iba a estudiar lo que quería, me dije que
lo mejor sería ingresar donde tuviera mejores notas. Mira tú por dónde no pude
completar la matrícula porque no llevaba el título de bachiller, me dije “bueno
ya volveré otro día” . Al llegar a casa mi padre me empezó a decir: “Pero
bueno, vamos a ver, a ti que te gusta”, estaba mi madre delante, y dije “A mí me gusta medicina”, mi madre se escandalizó:
“Por Dios la niña va a estudiar medicina, con tantos hombres allí y tal...”
ante lo cual yo le pregunté “Entonces mamá tú que quieres que estudie” y dijo
“Yo, hombre, pues farmacia”, y así sin
gustarme ni más ni menos dije “Bueno, pues estudiaré farmacia”
¿Antes de la guerra había trabajado?
Justo, justo cuando yo acabé la carrera, fue cuando empezó
la guerra. Estuve trabajando durante la guerra en la farmacia de Manuel Molina,
que todavía existe. Antes de la guerra estaba en trámites de fundar un
laboratorio de especialidades farmacéuticas con un profesor y otro alumno, pero
este señor, que por aquel entonces era del partido socialista, nos dijo que
esperáramos unos días porque había movimiento... Nos separamos y no he vuelto a
saber nada de esa familia porque se movilizaron todos en la guerra.
¿Cuál es el acontecimiento que más recuerda de la
guerra?
Durante la guerra, bueno...lo de las ejecuciones que hacían
en Vallecas, yo no las vi, pero venían contándomelas. Lo de Vallecas era
horroroso porque hacían las sacas y ... y los mataban a todos, luego iban las
mujeres y los niños a ver todos los muertos que se habían ido la noche antes.
A un hombre que yo conocía de Cieza que era carabinero lo
pusieron a vigilar y tal; y nos contó lo mal que lo estaba pasando porque oía
cómo mataban a la gente, no los veía pero escuchaba las súplicas de la gente
“No me mates, no me mates” estas son palabras que todavía conservo porque
aquello me causó una impresión enorme. “No me mates militarcito, que tengo mujer
e hijos...” decía casi llorando, mientras el carabinero no podía hacer nada
desde su puesto de vigilancia. Todo esto es muy triste y por supuesto me
impresionó.
Creo que les cayó una obús en la casa...
Nos calló una bomba. Yo debía estar acostada, porque no me
acuerdo bien; me levanté y tal, y entonces vimos cómo el obús había entrado en
la casa atravesando un piso, y se había incrustado en la pared del patio donde
contiguamente dormían mis hermanos; aún así mi hermano Pedro no se despertó.
Goyo ,mi otro hermano sí se despertó, y salieron corriendo. Pensando que
teníamos que abandonar la casa por la cercanía del frente consiguieron un carro
con mulas y cargamos. Mi padre, que era médico militar, fue a atender a una
señora que le había dado un ataque de histeria, esta señora había sido
embajadora española en Alemania y vivía en una casa donde nos acomodaron y
estuvimos viviendo la mayor parte de la
guerra. Por las noches recuerdo que había que apagar todas las luces porque si
veían una luz, disparaban.”¡Esa luz, esa luz!”, se escuchaba de cuando en
cuando.
Respecto al que sería posteriormente su marido, ¿sabía
de él durante la guerra?
Resulta que nosotros éramos novios, y justamente en el año
treinta y seis nos enfadamos, de manera que cuando estalló la guerra nosotros
no teníamos contacto, yo sabía de él por la gente que le conocía de Cieza y
solo lo vi por casualidad una vez que movilizaron a todos los jóvenes y tuve
que regentar la farmacia; sonó la campanilla y cuando salí de la rebotica me
encontré con él, nos quedamos los dos parados, y tras charlar, se fue en su
coche, porque había llegado a ser comandante provisional.
¿Qué pensaron sus padres de que te casaras con un
ex-combatiente republicano en época de Franco?
Nunca les gustó, pero en fin, como la cosa se afianzó...
Pedro visitaba frecuentemente mi casa y era cosa habitual verle por allí,
porque al venir a estudiar a Madrid era compañero de mi hermano Goyo y
estudiaban juntos. “Buenas tardes” aparecía cada tarde y se metía al despacho a
estudiar, y no le veíamos el pelo, hasta por la noche. Algunos compañeros que
venían más tarde sí se paseaban continuamente por la casa, pero él jamás, hasta
el punto de preguntarnos qué estábamos estudiando, y decirnos que le dejásemos
un libro para leerlo. No le bastaba lo que estaba estudiando, es lo suyo, tuvo
matrícula de honor en todas las asignaturas de la carrera, menos al final que
fue cuando le pilló la guerra.
¿Qué le dice la frase “sabias, santas y farmacéuticas”?
(Risas...) Pues eso ya ha sido después de casados; pues yo
tenía amigas de la carrera, y a partir de las bodas de plata de la carrera,
decidimos que nos reuniríamos de vez en cuando, y aquello acabó en reuniones en
Mallorca en la calle Génova; en definitiva, aquello nos aglutinó y nos reuníamos
un día a la semana. Por otra parte yo durante la guerra y después de la guerra
hice amistades con gente que no era de la Facultad, decidimos acudir a la
iglesia de la ciudad universitaria, y en esta iglesia se formó un grupo de
sacerdotes que estaba presidido por el padre Sopeña, y allí se producían unas
homilías, pues... pues muy buenas, o sea, eran bastante rebeldes contra el
sistema de Franco. Las autoridades tenían bastante enfilada a la iglesia, de manera que llegaron
a quitarlos de allí. El padre Ramiro era uno de los que formaban este grupo, y
con el que hemos tenido reuniones hasta su muerte hace unos meses. Y, bueno, y
de aquí salió la frase que me decía Pedro de “Sabias, santas y farmacéuticas”
Remontándonos hasta su boda y algo después, ¿cómo fue su
vida en Venezuela y Colombia?
Pasa una cosa, y es que a mi marido lo condenaron a veinte
años o .. a un montón de tiempo. Pero llevando cierto tiempo, con amnistías e
influencias salió de la cárcel. Pero ni siquiera le reconocían el título de médico,
de manera que no podía ni trabajar.
Pero en fin, eso se fue mejorando y suavizando; le
ofrecieron un puesto en unos laboratorios, y así ya estando crecidos decidimos
casarnos. Pero como no teníamos casa, un amigo que se había hecho millonario
nos prometió un piso a bajo precio. El caso es que nos casamos en julio, nos
fuimos de viaje de novios a Benidorm, que entonces no era el Benidorm éste que
hay ahora, compramos allí los muebles y se quedaron esperando el momento para
mandarlos. Cuando acabó la casa, este amigo, se echó atrás y al hablar con el
administrativo nos ofreció la casa por mucho más de lo que ganaba. Tuvimos que
desistir, y entonces Pedro escribió a un antiguo amigo que vivía en Venezuela
contándole la situación en la que nos encontrábamos. Entonces , Pedro se fue a
Venezuela, pero como la situación política había cambiado en este país, pues...
yo no me pude ir enseguida. Pasó un año sin poderme ir porque no dejaban entrar
a más gente allí, como aquí ahora. Cuando yo me embarqué, porque fui en
barco...
En barco hasta allí y con Pura ya nacida ¿no?...
Sí con Purita. Que me pasé todo el viaje acostada, me
mareaba, y a la niña ,que tenía poca edad, la cuidaron unos compañeros de
viaje. Llegamos a la colonia holandesa donde dejábamos el barco y cogíamos el
avión para Venezuela, pero yo me encontré con que él no había podido venir, y
estaba con la niña y lo menos veinte bultos. Me robaron algo, pero me manejé
como pude para llegar a Caracas. Por Caracas no hice más que pasar, porque a él
ya le habían ofrecido la cátedra en Colombia. Allí nació Pedro Antonio.
Medellín era muy bonito. Colombia tiene todos los climas pero el de Medellín
era el mejor porque era una primavera ...eterna. Bueno, allí se le reconoció enormemente su
nivel intelectual, sobre todo en un ciclo de conferencias sobre Goethe al que acudió todo tipo de gente e
intelectuales. Yo estuve tres años, pero él estuvo en América cinco.
Qué puedes decirme sobre Buero Vallejo...
Pues, Buero Vallejo estuvo en la guerra con él. Pedro estaba
con Goryan el ruso y le habló para introducir en su compañía a Buero Vallejo.
Llegaron a publicar un libro de primeros auxilios en campaña, que Pedro
escribió y Buero Vallejo ilustró. Cuando acabó la guerra perdieron el contacto
porque los dos trabajaban como fieras, pero en los estrenos sí que nos veíamos,
y a su muerte, Buero si que se portó muy bien conmigo.
...y sobre Ramón y Cajal...
De Ramón y Cajal, pues resulta que el catedrático de
Medicina Castro llevó a Pedro al instituto Cajal, donde solo había doctores y
no estudiantes, para que lo ayudara en un trabajo. Pedro empezó a ir allí y Don
Santiago se interesó por él, al verlo
tan aplicado. Pedro le explicó lo que estaba haciendo y Don Santiago le ofreció
hacer un trabajito. De este modo se quedó y le hicieron un contrato, trabajando
con un gran equipo de histólogos.
Un poco más adelante cuando enviudó, tuvo que volver a
trabajar, verdad...
Volver a trabajar no, empezar a trabajar. Durante la guerra
estuve trabajando en la farmacia, pero luego yo no había trabajado porque él no
quería que trabajara si no era en una farmacia, por entonces las farmacias ya
empezaron a subir de precio y no podíamos comprarla. Esta época fue muy dura
porque hace poco habíamos celebrado las bodas de oro de la profesión, de manera
te puedes imaginar que yo llevaba muchísimos años sin hacer nada de nada. De
manera que como murió así en ocho días, en un momento en el que había un
congreso de dermatología ...
Y cómo compaginaba el trabajo con los hijos...
Yo cogí una muchacha y empecé a trabajar en el instituto
Ferrán, donde estuve poco tiempo, me pase al instituto Cajal. Bueno, eso era ya
cuando empecé a trabajar, porque cuando me encontré en esa situación apurada
con los tres chicos y la mayor de ellos (Purita) con diecisiete años... me fui
al secretario general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, me
presenté, le dije quién era, y así como le habían hecho toda la guerra posible
a mi marido por razones políticas y por su evidente superioridad intelectual, a
mí se me abrieron todas las puertas. Al principio me dijeron que tenía un
pensión de viudedad, pero yo le pregunté si creía que podía vivir con esa
cantidad, con tres hijos ... “Le podemos dar a usted un trabajo, ¿tiene usted
algún título?” y dije “Sí, sí soy farmacéutica” “Hombre entonces nada, entonces
va usted a preparar una línea de trabajo”. Con uno de los trabajos que dejó sin
acabar sobre lepra, que era el único punto de contacto que yo tenía para poder
continuar, y con las notas que guardaba, presenté un proyecto sobre lepra que
aprobaron y con el que me contrataron. Aquí me consideraron muy poco en las
reuniones, dejándome fuera de las labores de trabajo. Entonces me fui al Cajal.
El
reloj de pared, de cuerda y péndulo, me recordó a campanadas que debí terminar
hace rato, pero no hice caso. Logró sacar adelante a su familia, sin ayuda, y
no sin esfuerzo, y eso no se interrumpe. Trabajó como analista clínico en la
Seguridad Social y cuando se retiró Pedro, Pura, y Concha, ya eran médicos. Vive
sabiendo que ha vivido, mirando, como hacían en su época, siempre hacia
delante; época que sabe fue más áspera que la de sus nietos; la época de su
memoria.
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