Hashish del moro


Hace unos años un amigo mío decidió llevar a cabo el sueño de todo fumador de hashish: hacer una excursión a Marruecos y una vez allí ensayar con la posibilidad de agenciarse un hashish auténtico, sin adulterar y mitológico. Escogió la población de Xauen, ciudad santa del Islam con doce mezquitas, muchos jardines y próxima a las montañas del Rif. Una vez allí esperaba poder dar con un producto auténticamente autóctono y con denominación de origen: el que se había usado en la cultura árabe desde tiempo inmemorial. Mi amigo es un poco aventurero, y por eso el trasiego del viaje no supuso para él inconveniente alguno para hacer tan gran traslado para conseguir tan minúsculo producto. Llegado a esa ciudad de nombre pintoresco y folklórico, nuestro intrépido explorador preguntó por el renombrado producto. Como era de esperar la astuta amabilidad local no se hizo rogar: inmediatamente improvisados guías cargados de la más sospechosa buena intención se ofrecieron para conducirle a los lugares más típicos en los que poder adquirir el hashish. Por aquí y por allí le ofrecieron esa materia negruzca y compacta que a veces circula por los bolsillos de nuestros compatriotas con aficiones culturales de lejano oriente. Mi amigo, siendo un experto en la materia, prefirió probar el producto antes de adquirirlo. Así se condujo, y el resultado fue que ninguno de las materias ofrecidas satisfacían la sensibilidad sibarita del expedicionario.
    Cató y probó amalgamas de toda clase hasta cansarse de que intentasen tomarle el pelo. Muy cabizbajo, dedicó los días que siguieron a meditar y replantear la estrategia de su expedición. Paseó por los entresijos del núcleo viejo de la ciudad, y además de talleres de artesanía encontró almacenes de producción de hashish artesanal para la exportación al mercado de los santos inocentes europeos. Mi amigo no conocía el idioma local, pero eso no le fue impedimento para entender el proceso de elaboración de este producto tan buscado en Europa. Vio grandes montañas de hojas de cannabis -comúnmente llamadas “hojarasca”- a las que se iban añadiendo excrementos de animales de ramadería. Los moros, expertos en la elaboración refinada del compuesto mágico, no olvidaban mear de tanto en cuanto sobre el montón de hierba para que ésta mantuviese estables unos niveles óptimos de humedad.

  
hashish drogas
  
    Interesado por las flores de la planta, los llamados cogollos, preguntó por ellos. Pero estos no aparecían por ninguna parte. Hojas y sólo hojas. Según parece los cogollos se habían usado para condimentar las primeras remesas de polen que se enviaban a los mercados internacionales, pero faltos ahora del producto base, los artesanos no encontraban reparo en elaborar ahora el producto sin su materia prima básica. Así pues, tras haber catado un sinnúmero de muestras, nuestro expedicionario tuvo también la oportunidad de poder ver in situ su elaboración artesanal, en la que se lograba un producto algo parecido -o más bien dicho, “exacto”- al hashish que buenamente se consumen los conejillos de indias europeos. En los libros de Escohotado circulan rumores de que el hashish que corría por aquí iba adulterado también con tinta china y goma arábiga. Así pues, desde un punto de vista antropológico, cabe hacer válido el conocido refrán de que cada maestrillo tiene su librillo, y llegar así a la conclusión de que en Marruecos las formas de elaboración del hashish son múltiples y variadas.

    Desconcertado por la escena contemplada mi amigo se sumió en una profunda cavilación sobre lo rápido que van cambiando los tiempos y sobre el olvido de costumbres milenarias.
    Al cabo de unos días un ángel de la guarda se acercó al viajante europeo y apiadándose de él le susurró a la oreja un sitio donde podría encontrar resina de calidad local. Esta vez volvió a probar y los aromas no le parecieron del todo mal. Tampoco le parecieron extraordinarios, pero ya desesperanzado y pronto a volver hacia Europa, decidió agenciarse un poco de lo ofrecido para que no se dijera que había hecho el viaje en vano.
    Tras la adquisición, a nuestro héroe le quedaban aun un par de días antes de regresar a su tierra, y aprovechó para probar una técnica de filtrado, depuración y refinado del producto adquirido, lo que se saldó con dos nuevos descubrimientos. El primero fue contemplar cómo su bola de hashish quedó reducida a la mitad, y el segundo fue conocer un nuevo aditivo de la sustancia: una arena muy fina que se mezclaba con el hashish para darle un poco más de volumen.
    Cuando llegó a su casa, cabizbajo y aun trastornado por lo rápido que los marroquíes aprenden del marketing occidental, mi amigo estuvo meditando unas semanas. Y así llegó a la conclusión de que la mejor maría que se podía fumar la obtendría de su huerto. Así lo ha hecho y desde entonces no viaja tanto, dedica más tiempo al ikebana, y dice que las satisfacciones que le dan sus plantas al verlas crecer no tienen precio.

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