Entrevista a Adan Kovacsics

Un intérprete del Este
Olvidados o secundarios, los traductores parecen condenados a una tarea siempre ingrata y desbordante: poner en funcionamiento los vasos que comunican nuestra lengua con el mundo de un texto concebido en otro idioma. ¿Se trata sencillamente de pasar de un idioma a otro? El traductor Adan Kovacsics ofrece algunas pistas.
El adagio que más se repite y que pone de manifiesto la ingrata posición del traductor es “traduttore, traditore”. El traductor es un traidor, un intermediario que forzosamente tergiversa un original para ofrecer una versión posible en un idioma diferente. Al realizar este cambio, siempre se pierde: es la comisión que se cobra en la frontera por el paso de una lengua a otra. ¿Es realmente así? ¿En que consiste la fidelidad y cómo repercute a la hora de trasvasar una obra de un idioma a otro?

Kovacsics escritor


Adan Kovacsics (1953) es traductor del húngaro y del alemán. Nacido en Santiago de Chile, hijo de inmigrantes húngaros que llegaron a ese país en 1950, Kovacsics fue doblemente favorecido por la lengua de su lugar de nacimiento y por la que se hablaba en su casa. En 1967, siendo un adolescente de 14 años, regresa con sus padres a Europa aunque se lleva consigo un idioma con el que ha hecho carrera y que hoy todavía habla con una entonación que suena a chileno. La familia se instala en Austria, donde Kovacsics termina el colegio e inicia sus estudios de Filología Románica y Filosofía en la Universidad de Viena. El alemán se convierte a partir de ahí en su otra lengua de trabajo. En 1980 se traslada a España “donde vine para no perder mi castellano” y donde ha desarrollado su carrera como traductor.Goethe, Hebel, Hofmannsthal, Celan, Kertész, Nádas, Krasznahorkai y muchos otros forman la lista de autores que ha traducido.
Premiado en seis ocasiones por el Ministerio de Educación y Cultura de Austria – por las traducciones de Karl Kraus: Los últimos días de la humanidad (1992), Hans Lebert: La piel del lobo (1994), Heimito von Doderer: Un asesinato que todos cometemos y Hans Lebert: El círculo de fuego (1996), Peter Altenberg: Páginas escogidas (1998), Joseph Roth: Las ciudades blancas y Stefan Zweig: Embriaguez de la metamorfosis (2001) e Ingeborg Bachmann: El caso Franza/Réquiem por Fanny Goldmann (2002) – a finales del año 2004, recibió en Barcelona el Premio Ángel Crespo, uno de los más relevantes otorgados en España, por su traducción de la novela El distrito de Sinistra del escritor húngaro transilvano Adan Bodor. Vive en Barcelona y a veces se deja caer por el café Sandor en la Pza. Francesc Macià.
Entre lenguas
P.: Hablando de la calidad de las traducciones, en una columna reciente Javier Marías criticaba las numerosas faltas introducidas por traducciones de libros publicados últimamente. La dejadez, el mal empleo de la lengua y otros factores llevan a Marías a ironizar que la deformación que sufre el castellano por efecto de las malas traducciones alcanza tal nivel que “a este paso serán quienes lean los que peor hablen”.
AK.: Yo espero que en mi caso no sea así (se echa a reír). Bueno, hago un gran esfuerzo tanto para producir una traducción fiel, como para reflejar el nivel lingüístico y literario de la obra en el mismo plano.
Supongo que las dificultades que te encuentras al traducir del húngaro, una de las lenguas más peculiares y complejas de Europa, junto al finlandés y al vasco, son enormes.
Sí, es muy complejo porque tiene raíces no indoeuropeas y por lo tanto obedece a una estructura muy diferente. A lo largo de mi carrera, he traducido mucho más del alemán que del húngaro y me cuesta mucho menos. Sus estructuras son muy diferentes; no diría que más difíciles o más fáciles: simplemente diferentes lo que obliga a aplicarse mucho para desentrañar la estructura sintáctica y luego reproducirla en castellano.
Octavio Paz señalaba que “por una parte, la traducción suprime las diferencias entre una lengua y otra, mientras por otra las revela más plenamente.” ¿Cómo cuantificas tú esta distancia o proximidad?
Mi punto de partida es la obra, el texto. Mi tarea es aportar a esa obra una nueva lengua, en este caso, el castellano. En mi concepción, el original se está enriqueciendo a través de la aportación que le otorga la lengua que yo le doy. Pero de pronto, a través de una fidelidad absoluta, se permite que afloren en castellano matices que no están en el original. Lo mismo volverá a ocurrir en la siguiente traducción que se haga al francés, al italiano y a las restantes lenguas.
En realidad, la obra está viva a través de la lectura, de la crítica, del análisis y a través de la traducción. Eso es lo que le da vida a una obra. ¿Cómo nos acercamos? Leyendo, aportando algo que no necesariamente son nuestras vivencias – porque esto no es algo subjetivo – sino que estamos a otro nivel. Este proceso a un nivel más amplio es también el que asume el traductor: darle vida a la obra. Esa es su aportación. Luego uno se pregunta qué pierde el texto. Bueno sí, claro que pierde algo. Pero también debiera ver lo que gana. Y gana más.
El traductor es, en primera instancia, un lector. Pero también es un escritor. O un “reescritor”.
Exacto. También hay un proceso de reescritura. Si no tienes esa concepción de estar escribiendo, estás perdido como traductor. Porque lo que traduces es la unidad, el texto entero, no sólo la palabra, la frase, el párrafo. Y hay que pensar que cada obra tiene que tener un ritmo, un aliento, un estilo, así como determinados matices que son propios de ese texto y no de otro. No puedo aproximarme de la misma forma a una obra de Kertész que a una de Bodor: son diferentes y hay que buscar un lenguaje. Todo ese proceso de aproximación no lo puedes hacer sino tienes una concepción de escritura.
Tal vez esa es la gran proeza del traductor: que puede ser muchos escritores, no uno sólo. El mismo intérprete puede ser Borges, Cortazar, Macedonio Fernández, etc... Claro, también hay algo actoral, como de impostación de la voz.
Sí claro, se puede pensar en el actor o en el intérprete de música. Tomamos la partitura y tenemos que hacerla sonar en otra lengua para mantenerla con vida.
En su ensayo sobre la tarea del traductor, Walter Benjamin decía que la traducción enriquece más al original.
Efectivamente. Soy un seguidor de Benjamin en muchas cosas, no sólo en lo que se refiere a la traducción, desde hace muchos años. Su idea era que a través de las traducciones se va completando el libro.
Llega a decir hasta lo que no dice.
Bueno, llega hasta el paraíso.
¿Al paraíso?
Sí, al paraíso. Cuando el libro está totalmente traducido a todas las lenguas posibles.
¿Y eso existe?
(Se ríe) Existirá, quizás, sí. Esa idea del paraíso es fundamental. (pausa) Normalmente, los traductores de aquí de Barcelona organizamos algunas tertulias, charlas y conferencias. Una vez vino un catedrático catalán que nos habló de la traducción de La Odisea y de Homero en general. No sé si era una idea suya o algo que había leído, pero él decía que se puede escribir una historia de la literatura inglesa a través de las traducciones de Homero que ha habido a esa lengua. De hecho, cada época tenía su Homero. El acercamiento a la literatura en una época determinada se veía claramente en la correspondiente traducción de Homero. Y eso es lo que pasa: la traducción tiene ese elemento de historicidad.
Letras húngaras
Kovacsics es uno de los buenos conocedores de la literatura húngara, cuya valía continúa creciendo a medida que se conocen a algunos de sus escritores contemporáneos. Una serie de factores han ayudado a que este asombroso mundo literario salga de la oscuridad. Entre ellos, destaca Kovacsics, está la aparición de la obra de Sandor Marai “que se hizo conocida de golpe en forma casi masiva. También hay que considerar la presencia de Hungría en Frankfurt a finales de los 90, cuando fue el país invitado a la Feria.[] Y, luego, un tercer factor, es el premio Nóbel a Imre Kertész.” Y agrega: “Por otra parte está la labor concreta de traductores como Judit Xantus o como yo, que hemos estado detrás, años y años, hasta que fructificaron nuestros esfuerzos”
P.: Tal como alguna vez se habló del boom de la literatura sudamericana ¿se podría hablar de un boom de la literatura del Este? ¿Existen características comunes entre húngaros, checos, polacos, serbios, etc.?
A. K.: En cuanto más indagas, más singularizas y ves las individualidades de cada autor perfiladas con más claridad. Lo mismo ocurre con cada literatura nacional, como la literatura checa, la literatura polaca. Una vez me pidieron un artículo al respecto y lo titulé ‘Los verdaderos dueños de Occidente’. ¿Por qué? Porque lo que sí caracteriza a estas literaturas del Este, polacas, checas, húngara, etc., es el hecho de tener las antenas dirigidas al más mínimo hecho que ocurra en Occidente, incluso en mayor grado que los propios occidentales. Todo esto lo absorben y producen luego lo propio. Y eso está presente en la literatura polaca y en la húngara ya en los años ‘20, desde comienzo de siglo, se puede decir.
Sorprende la riqueza de la literatura húngara y su marginación.
Lo que se podría señalar como punto en común en esta literatura que empieza a surgir a finales de los años ’60 son determinadas características literarias como la ruptura del relato lineal, la indagación en el yo, el tema de la memoria, etc. Estos elementos están muy presentes en todos estos autores. El tema de la familia, por otra parte, también reviste importancia. Todos ellos hablan de sí mismos, de su entorno más inmediato, rechazando así la literatura oficial, que correspondía a la literatura de la ‘sociedad’, de las clases.
Acaba de aparecer tu última traducción de Bodor, La visita del Arzobispo
Sí. La visita del arzobispo es en parte la continuación de El distrito de Sinistra. Aunque son novelas independientes de alguna manera es la continuidad del mismo mundo. Aquí también hay un elemento un tanto satírico porque el pueblo donde transcurre la novela está esperando la visita del arzobispo que no llega.
En la obra de Bodor la época estalinista está muy presente, aunque él crea un mundo en el que no hay referencias explícitas. Lo que él describe es cómo se vive dentro de una dictadura, cómo uno se acopla al sistema... incluso llega a hablar de la ‘dulzura’ de la dictadura. Es decir, hay algo que te ablanda, que te hace entregarte. Al mismo tiempo, es de una brutalidad enorme en la que todos participan.
Por último, el otro autor que se puede nombrar es a Atila Bartis, que es bastante más joven. ¿Se nota un cambio generacional?
Hasta donde conozco de Bartis, que es lo que he traducido, es decir su libroLa calma (Ed. El Acantilado) es una obra que no se aparta mucho de los elementos más característicos de la literatura húngara, tal como aparecen en Esterhazy, Kertész, Konrad, etc. Es más joven, pero su indagación en el yo junto con la presencia de un núcleo familiar muy cerrado y de la reflexión sobre la época de la dictadura. De hecho, el personaje central es concebido durante la revolución de 1956. La madre, el padre pertenecen a la policía secreta... en fin, toda una historia muy oscura. Sobre todo, por la reflexión que se hace para entender qué es lo que ocurrió durante la época estalinista.
Recuerdo que Krazsnahorkai comentaba en una conferencia que no tenía interés en tener personajes en sus novelas.
Sí. Krasznahorkai es diferente. Él no comparte esta obsesión por el yo, aunque en su caso, podemos considerarlo una generación posterior. Lo que él describe no es tanto la época dictatorial como lo que ocurre actualmente a nivel espiritual: el derrumbamiento del humanismo y de la concepción del espíritu existente en una época clásica de las letras y de las artes, junto con toda la decadencia a nivel social y político. En la novela que está traducida y publicada – Melancolía de la resistencia – hay dos personajes centrales: un músico y un loco que deciden aliarse. Alrededor de ellos, o más bien en contra de ellos (porque ambos acaban perdidos), el mundo se viene abajo. Y qué es lo que queda: simple voluntad de poder y violencia, violencia callejera. Es una descripción más acorde con lo que está pasando ahora que con lo que ocurre en la época comunista. La novela fue originalmente publicada a mediados de los ’80, en 1988 me parece, y el propio Krasznahorkai me dijo una vez: ‘el 11 de septiembre ya estaba anunciado en este libro’.
También has traducido la siguiente novela de Krazsnahorkai.

Se va a publicar ahora. Tiene un largo título: Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río y trata de un monasterio en Japón que también se halla destruido y de un jardín muy concreto que se está buscando. El libro no tiene personajes humanos. El personaje central es un fantasma en busca de un jardín en este monasterio de finales del primer milenio. Así llega al Japón moderno. Lo que va encontrando en su camino es la destrucción de toda la cultura clásica que permitió la construcción de ese monasterio y de esa vida espiritual que entonces existía. Un encuentro con todo eso que ha desaparecido.

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