Una bella patinadora. Un mexicano vigilante
de un camping que se enamora de una joven indigente. Un chileno que regenta
varios negocios y conoce a la bella patinadora. Un político catalán enamorado
de la bella patinadora. Un asesinato. Una pista de hielo. Y el destino como una
fuerza inquebrantable.
Esta novela ya ganó el
premio de Narrativa Ciudad de Alcalá de Henares en 1993 y ha sido reeditada en
2003 por Seix Barral.
Como un ejercicio de
voces que constituyen esa polifonía tan característica de Roberto
Bolaño, la prosa fluida que remite a la pura oralidad, las vidas fragmentarias
y escindidas, un asesinato, y una historia contada desde tres puntos de vista,
esto es esta gran y atractiva novela. Aunque se aprecia una sugerente práctica
para asentar lo que después desarrollará Bolaño en su magna Los detectives salvajes, La pista
de hielo se vale por sí misma
como la gran novela que es, con ya una prosa ágil (que nada tiene que ver con
la primeriza y compartida Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de
Joyce o la
experimental Amberes) y esos personajes típicos de su
mundo literario, envueltos en monólogos e historias cruzadas: hispanoamericanos
que buscan un sentido viajando por el mundo, mujeres dulces y bellas que no
encuentran la felicidad y catalanes emprendedores que acaban viendo como,
personajes, al fin y al cabo, bolañescos, son vidas llenas de sueños que se van
frustrando poco a poco, mientras la vida continúa sin más dilaciones
La pista de hielo es una novela cuasi-policíaca, como tantas de Bolaño,
en la que juega con la información de manera magistral, adelantando datos y
dosificándolos, para hacer avanzar la trama. Una novela sobre el pasado,
los sueños frustrados, historias de amor y desamor, inmigrantes sin
papeles, la costa brava y el final del verano.
Bolaño es un maestro en
lograr que el lector vaya cobrando mayor interés a medida que va leyendo la
novela, gracias a una prosa que se devora con fruición, y a un suspense
detectivesco. Y siempre esa amenaza latente y casi invisible, que se
intuye en el ambiente, todo ello con la capacidad para observar la
realidad en su vasta pluralidad, con la mirada tierna e incisiva tan
característica del chileno.
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