En 2008, coincidiendo con el final de los ocho años de gobierno Bush y el triunfo aparente de la retórica neoliberal, Irene Lozano, periodista, publicó “El saqueo de la imaginación”, un libro imprescindible en el que examinaba cómo las palabras y los conceptos asociados a ellas habían sido tergiversados durante más de una década llegando a un momento de confusión total que inevitablemente afectaba a la sociedad y a la política. Como los tiempos no han mejorado, decidimos hablar con ella para que nos aclarara algunas cuestiones al respecto. La cita no fue fácil de conseguir: ahora mismo Irene Lozano se dedica activamente a la política, en las filas de UPyD, y su agenda está llena de conferencias, mítines y comisiones parlamentarias. De hecho, la entrevista es una pequeña contrarreloj de poco más de media hora en su despacho del Congreso de los Diputados, donde una caricatura enorme preside las oficinas de los cinco miembros de su grupo parlamentario.
Tantos años llevándonos las manos a la cabeza y recurriendo a “1984” cada vez que alguien colocaba una cámara en algún sitio y se nos olvidó el concepto “neolengua”.Eso en realidad es mucho más peligroso de lo que parece porque
hay un consenso muy básico en la sociedad en torno a lo que significan las
palabras. Es tan básico, tan básico, que ni siquiera nos damos cuenta de que
existe. Es decir, que tú no puedes hacer frases como que “recortas la educación
para fortalecer la educación”, no puedes llamar “reformas” a lo que son
“recortes”, sin más. No puedes incurrir en contradicciones tan burdas porque
eso puede provocar incluso una patología social, que la gente realmente no
entienda de lo que se habla.
Como el “Ministerio del Amor”, que es el de la represión en el libro de Orwell.
Sí, o el de “La Paz”, que es el de la guerra. Y el de “La
verdad” era el de la propaganda.
Que alguien utilice el lenguaje en su provecho no debería
extrañarnos, ¿extraña que nadie vigile ese uso, que nadie lo repudie e
incluso se propague por la prensa?
Todo el mundo, incluso el hablante normal de la calle, utiliza
el lenguaje en su provecho, es tu visión del mundo y adaptas el lenguaje sin
que eso sea necesariamente manipular. Hasta un límite, forma parte de lo
normal, lo que pasa es que ahora estamos rebasando todos los límites. Sin
embargo, una de las funciones de la prensa es desenmascarar cuándo ese lenguaje
está buscando arrimar el ascua a su sardina y cuándo está sobrepasando esos
límites. Y lo que estamos viendo es que determinada prensa contribuye al
mensaje del partido y se pierde algo tan básico como la vigilancia del uso de
las palabras.
En tu libro “El saqueo de la imaginación”, hablas de la
diferencia entre un departamento de prensa, uno de comunicación y otro de
propaganda.
Es que en los años 30 todos los partidos tenían su departamento
de propaganda y no era algo raro porque había que “propagar” las distintas
ideas, pero si ahora lo llamo “comunicación” parece una cosa como más aséptica…
¿Cuál es entonces el papel de la prensa, en general? Es
indudable que detrás de la crisis económica hay, entre otras cosas,
especialmente en España, una crisis política…
Lo que le pasa al periodismo ahora mismo es una conjunción de la
crisis tecnológica (Internet supone de cambio de modelo de negocio y de la
forma de contar las cosas) con la crisis económica (el país está quebrado y no
hay dinero para publicidad). Por otro lado, España es uno de los países que más
tarde se ha incorporado a un índice de lectura de periódicos de un país
desarrollado, a finales de los 90. Y a eso se suma que, en 35 años de
democracia en España, el periodismo ha sido una de las víctimas de los
tentáculos del bipartidismo, unas veces de forma directa con subvenciones,
otras veces, en forma de supuesta afinidad ideológica. De hecho, es una presión
mutua, porque hemos visto a veces cómo el medio presionaba al que se supone que
es su partido cuando hay pugnas internas. Se ha llegado a producir una
simbiosis muy fuerte entre el bipartidismo y los medios que sustentan ese
bipartidismo.
Y en medio de todo esto queda el lector, que luego se puede
convertir o no en votante, ¿hasta qué punto la velocidad de los mensajes sin
codificación, especialmente en Internet, no solo cambia un “modelo de negocio”
sino también un “tipo de ciudadano”?
Es que hay lo que llamaba Todd Gitlin un “torrente mediático”, un torrente de información que hace que estemos
sobrepasados. Es mucho más necesaria que nunca la posición crítica del
ciudadano particular, ante lo que le dicen los políticos pero también ante lo
que le dicen los medios, los blogs, las redes sociales… Hay un libro,
“Rumorología”, de Cass Sunstein, el que fuera asesor de Obama, que habla mucho
de la fragmentación de la información en las redes sociales y de cómo todos
tenemos que ser muy conscientes de nuestra responsabilidad individual: cuando a
ti te llega un vídeo, antes de retuitearlo o de subirlo a tu blog, tienes que
ser consciente de que a lo mejor tú mismo estás contribuyendo a difundir algo
que puede ser falso. A lo mejor es conveniente parar, pensar un poco y ver si
es verdad o no. Es importante saber que, en la medida en que estamos en Twitter
o en nuestro blog, tenemos parte de esa responsabilidad.
Irene Lozano. Periodista,
escritora y diputada de UPyD
¿Son conscientes PP y PSOE del peligro que se puede avecinar y
de que si no cambian ellos, alguien les cambiará y ese alguien puede no ser
demasiado recomendable?
Me gustaría que cambiara ese “poner al partido por encima de
todo”. En el año que llevo aquí he visto actitudes individuales de diputados de
los dos partidos que vienen y te dicen “Oye, muy bien esta enmienda que habéis
presentado, porque hace falta algo así…”, que yo siempre les digo “Vale, pero
dilo dentro del partido, no me lo digas a mí”. Tienen mucho miedo porque están
viendo la bajada en las encuestas pero sencillamente no pueden cambiarlo, es
tal su compromiso con los errores anteriores que tendrían que resignarse a
perder el control. Esas cúpulas de los partidos tendrían que hacerse una
especie de harakiri, decir: “Nos vamos de aquí, dejamos a gente joven que se
encargue de esto, en el PP y en el PSOE, y renunciamos al control”. Pero no,
ellos quieren seguir controlando y hay un elemento de ese querer seguir
controlando que es directamente delictivo, están ocultando conductas que están
en el código penal y es que además es su modo de vida: se imaginan fuera de
ahí, y no se ven haciendo otra cosa. Ahí es cuando les entra el miedo y nos
insultan cuando se lo decimos: “Es que ustedes desprestigian la política”, nos
gritan, pero no son capaces de cambiar nada.
Hartos de echarse la culpa entre sí, los partidos políticos han
decidido culpar directamente a los ciudadanos. Ahora, cualquiera que se oponga
a lo establecido inmediatamente es calificado de “batasuno”, sin términos
medios, por los partidos y sus medios afines.
Eso es muy grave, sí. Parece que el gobierno se está poniendo en
modo “María Antonieta”, el episodio del pan y los pasteles, el desprecio a las
necesidades de los ciudadanos que protestan. Están en una actitud defensiva, que
demuestra una falta de sensibilidad y empatía porque la gente lo está pasando
muy mal. Si no son capaces de ver que la gente protesta porque lo está pasando
mal, porque le están quitando una paga con la que pagaba el IBI… Conozco a
mucha gente que están en la clase media y que está depauperándose, que no son
anarquistas del “Black Block”, armando bronca por todo, es gente que no aguanta
más y que encima se siente insultada, no solo porque el Gobierno les llame
batasunos sino porque las explicaciones que está dando para justificar sus
decisiones son como para imbéciles, un día tras otro.
Cuando se compara todo con Batasuna, siempre he pensado que en
vez de hacerles sentir culpables a los manifestantes lo que se acaba
consiguiendo es frivolizar lo que realmente ha sido Batasuna durante décadas.
Casi ayuda a que determinados manifestantes sientan empatía por ellos: “Si ser
Batasuna es hacer esto, pues tampoco será tan mala Batasuna”. ¿No es perverso y
contraproducente?
Efectivamente. Estás aligerando lo que es Batasuna.
Hannah Arendt dijo, en torno al nazismo, que en Alemania surgió
un sentimiento de culpa colectiva muy peligroso, porque si todo el mundo tenía
la culpa de lo que pasó entre 1933 y 1945 resultaba que los verdaderos
culpables, con nombres y apellidos, parecían inocentes. ¿Esa teoría de la
culpabilidad social, en todos los ámbitos, se parece a las justificaciones que
se utilizan para la crisis económica y política?
A ver, es culpa de muchos, y de unos más que de otros. Los
primeros responsables son siempre los que tienen el poder porque son los que
tenían las herramientas para cambiar las leyes o para hacer que se cumplieran.
Esto de los aeropuertos que acaban costando diez veces más de lo presupuestado,
pues, oiga, usted es el que estaba ahí y el que tenía que encargarse de que se
quedase en lo presupuestado y si ha habido corrupciones o mordidas, pues usted
es el responsable. Es muy importante jerarquizar: sí que es verdad que en una
sociedad abierta, de libertades, todos tenemos algo de responsabilidad, pero
los que ponen en marcha el mecanismo tienen más responsabilidad que los que
luego se adaptan al mecanismo, que era dar créditos sin límites y que todo el
mundo pudiera endeudarse para que la economía siguiera creciendo y la máquina
siguiera funcionando. Ahora lo que te pretenden decir es que los mismos que se
han forrado con la especulación bancaria y con los créditos basura tienen la
misma responsabilidad que los que están perdiendo ahora sus casas por haberlos
pedido. El señor que no puede pagar su casa, se queda en la calle, miles y
miles de desahucios… y el señor que ha puesto en marcha el mecanismo se ha ido
de rositas. Es que no solo las responsabilidades no son iguales es que las
consecuencias tampoco se pagan igual: los más culpables son los que no están
pagando.
Hay una idea muy potente en tu libro, si no la entendí mal, por la cual la izquierda siempre había sido progresista y la derecha, conservadora, pero ahora, por un juego del lenguaje, la derecha presume de “reformar” –que en el fondo es recortar- acusando a la izquierda de conservadora, de querer mantener privilegios –derechos- que no son productivos…
Digamos que hay una derecha muy a la ofensiva, que es la que
quiere cambiar, desmantelar el Estado de Bienestar.
Algo tipo Tea Party.
Claro, pero es que ese es un cambio regresivo. No hay que
confundir el cambio con el progreso, es como lo que decía Hitler: “Soy el
revolucionario más conservador” o algo así. Efectivamente, Hitler lo cambió
todo pero no hacia adelante sino hacia atrás: coartar libertades, eliminar al
contrario, acabar con la democracia. El problema es que la palabra “reforma”,
que tenía unas connotaciones positivas, porque estaba asociada a mejoras, está
adquiriendo connotaciones negativas, porque se está relacionando con recortes.
Esa actitud de la derecha está incidiendo en una actitud de la izquierda que es
el conservadurismo: “No, queremos que todo siga como está”, que coincide a su
vez con el desarme ideológico que supone la caída del Telón de Acero y que no
solamente afecta a los comunistas puros sino a la socialdemocracia o
centroizquierda: como no hay ideas nuevas por parte de la izquierda de hacia
dónde tenemos que ir, por lo menos que no nos quiten lo que tenemos. Eso
también te convierte en conservador, aunque seas de izquierdas.
Para terminar, si alguien ha sabido mezclar comunicación y política ha sido el expresidente Zapatero, con su famosa frase: “Las palabras deben estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras”, ¿qué quiere decir algo así?
No me había parado a pensar sobre ella. Es todo mentira, ¿no?
Bueno, es lo que hizo él y lo que está haciendo ahora Rajoy, efectivamente,
poner las palabras al servicio de la política, tergiversar el lenguaje para
ponerlo al servicio propio.
Si ajusto mi política al concepto de lo que supuestamente
defiendo puedo tener un problema, pero si cambio el concepto según me interese
es mucho más fácil.
Pero eso va mucho más allá de
la palabra, es directamente una apología del engaño absoluto, y yo entiendo que
la gente pueda cambiar de ideas, pero no ir y venir tantas veces en tan poco
tiempo. En la vida se puede -y se debe- cambiar de ideas varias veces, pero si
vas pervirtiendo todos los conceptos para beneficiarte acabas haciendo lo que
hizo él, que es lo que está haciendo Rajoy. Es increíble lo mucho que se
parecen, incluso en el uso del lenguaje.
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