La obra literaria de Mo Yan se caracteriza por un realismo mágico que lo acerca a la de García Márquez.
La Academia Sueca ha concedido el Premio Nobel de Literatura 2012 al escritor chino Mo Yan (Gaomi, Shandong, 1955) “por su visión mágica y realista de China”. Mo Yan “muestra con cuentos populares de un realismo alucinatorio la historia actual y contemporánea”, subrayó el portavoz del Comité Nobel.
Desde hacía años el nombre de Mo
Yan aparecía indefectiblemente en todas las quinielas sobre los premios. Frente
a todo pronóstico, en 2000 el galardón fue a parar a otro escritor chino, Gao Xingjian (Ganzhou,
1940), siendo ambos los dos únicos (hasta la fecha) premios Nobel de Literatura
en lengua china, la
más hablada del mundo y la más antigua aún en uso.
Mo y Gao son, sin embargo, dos
caras muy
diferentes de una misma moneda. El premiado en 2000 es un
artista clásico, de corte renacentista, un Da Vici polifacético. Cuando lo entrevisté en 2008 con motivo
del estreno de su obra de teatro “Al borde de la vida” me reconoció que
“En la historia china ha habido muchos (como él). Ser letrado no era un simple
oficio, era ser novelista, poeta, dramaturgo, pintor, músico… todo con pasión”. Disidente con el gobierno chino,
en 1987 se exilió en París, se acogió a la nacionalidad francesa, y se
considera un ciudadano del mundo.
Mo Yan, el último premio Nobel,
es todo lo contrario. Se
considera chino, muy chino. Su obra se ha centrado en la novela
y aunque se mantiene crítico con el gobierno y ha tenido problemas con la
censura de su país, es tolerado. Siempre ha vivido en China y no piensa dejar
de hacerlo.
También lo entrevisté en 2008,
cuando vino a Madrid para presentar en español “Las baladas del ajo” (Editorial
Kailas) escrito en 1989, una historia cruda sobre un pueblo de la China
profunda dedicado al cultivo de esos bulbos, sus penurias y dificultades.
Entonces me dijo que en aquellos años “China era una tragedia. Hoy ha cambiado mucho”.
En realidad ha cambiado tanto que Occidente asiste atónito al despertar de China y
siente tanta admiración por su desarrollo como temor a una posible hegemonía
del gigante asiático. Sin embargo, Mo Yan no lo ve así. Para él, “a los chinos sólo hay que temerlos si
pasan hambre”. Y a una China desarrollada no sólo no hay que
temerla, sino que “hay que animarla, hay que negociar con ella para
beneficiarse de su desarrollo”.
Efectivamente, parco en palabras
habladas, es pródigo en escritura desbordante, en el realismo fantástico que va
de la tragedia descarnada a la ácida ironía y que lo acerca muy mucho al realismo mágico iberoamericano.
A Mo se le ha comparado con Kundera,
Kafka, Faulkner, Lu Xin y García Márquez, aunque él me confesó
que se siente más próximo al autor de “Cien años de soledad” y que a poco que
nos fijemos veremos muchas similitudes entre Gaomi (su pueblo natal) y
Aracataca, entre Condado Paraíso (en el que trascurren Las baladas del ajo) y
Macondo.
Auténtico,
cercano, campechano, ha declarado desde Gaomi (literalmente “Alto y Denso”,
como el sorgo que crece en sus campos) al poco de conocer que le habían dado el
Nobel, que eso “no
significa nada”, que seguirá escribiendo en su pueblo junto a su padre,
donde puede ver el campo.
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