Seguimos recuperando aquí la memoria de cosas que existieron en un momento tan acelerado que casi no tuvimos tiempo de verlas.
Lo que hoy recogemos es
una técnica con muy diversa concreción en las máquinas que lo soportan (cascos,
proyectores, pantallas, tarjetas, documentos, etc.) y, sin embargo, con una
gran relevancia imaginaria. Se trata del holograma. Diseñado para superar las
limitaciones de las dos dimensiones, del espacio plano.
Gracias a su capacidad
para representar las tres dimensiones, el holograma era una
representación más fiel de los cuerpos. Casi como tener el cuerpo representado.
Una fidelidad que posibilitó su generalización como control de seguridad,
incorporándose a documentos de identidad, como carnets o pasaportes. También
tuvo importancia en el campo del diseño, puesto que facilitaba esa visión en
tres dimensiones de lo imaginado.
Tal potencial para borrar buena parte de las fronteras entre lo real y lo imaginado en la producción de la imagen tuvo su mayor explotación en la industria cultural. El cine o los videojuegos crearon monstruos y otros entes salidos de las mentes más productivas, aun cuando algunas con cierta tendencia patológica.
Los espectáculos
musicales también utilizaron el holograma. Por ejemplo, tuvieron mucho éxito
los conciertos hologramáticos de los grandes divos del pop. Especialmente
aquellos que protagonizaron la época dorada de este estilo musical y cultural.
Daba igual que se hubieran retirado o, incluso, que hubieran fallecido hace
mucho tiempo. En un principio, se partía de las imágenes tomadas en un
concierto, para reproducirlas hologramáticamente varios años después y
simultáneamente en otros escenarios, con su público real, dispersos en varias
ciudades del mundo.
El siguiente paso fue la creación de personajes, como los propios músicos,
enteramente imaginarios y hologramáticos. Sin original en la denominada
“realidad”. A pesar de que su falta de materialidad generaba enormes
capacidades a estos personajes, nunca tuvieron el favor del público más allá de
su intervención en algunas narraciones cinematográficas. El holograma era un
producto bien consumido, siempre que tuviera algún vínculo con la originalidad.
Como creador de realidad, daba vértigo.
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