En un lugar de la América profunda

Las vicisitudes de una camisa en el laberinto sentimental de Brokeback Mountain

Yo soy, si no la única, la mejor camisa que tiene Ennis del Mar, o una de las mejores.

Me gusta, cuando me saca de la mochila, cubrir su rudo cuerpo de vaquero, y no me importa que sude, o que me manche, porque sé que después me lavará en el agua del río con mucho cuidado y volveré a quedar limpia como antes.
Hoy es el último día en Brokeback Mountain, y aunque no me he enterado muy bien de lo que ha pasado, creo que los dos chicos se han enamorado, cosa que me parece muy bien, por supuesto, porque desde luego Jack Twist parece un buen muchacho, pero, y aunque sólo soy una camisa, me da la impresión de que no lo van a tener fácil.

Ninguno de los dos.

Por eso, yo creo que por eso, porque lo saben, antes de despedirse se han puesto a pelearse, en broma, claro, pero como son jóvenes, y por lo tanto fuertes, se han acabado haciendo daño y Jack ha dado un puñetazo en la nariz a Ennis y le ha hecho sangre, y entonces Ennis se ha limpiado la sangre con mi manga y me ha manchado.

A mí eso no me ha importado, eso, que me manche, porque sé que después me lavará, como hace siempre, en el río, y la mancha desaparecerá, y volveré a ser la camisa limpia y casi nueva que soy siempre, pero con lo que no contaba, y seguro que Ennis tampoco, es con que Jack me robara, bueno, no sé si a lo que ha hecho se le puede llamar robo exactamente, pero el caso es que me ha metido en su mochila cuando Ennis no le veía.

No sé por qué.
Ha llegado el momento de desmontar el campamento y espero, impaciente, que Jack haya reflexionado y me devuelva a Ennis, pero no sólo no lo hace, sino además, cuando  mi dueño le pregunta por mí, le responde que no sabe dónde estoy.

A mí, aunque me da un poco de pena porque ya me había acostumbrado a Ennis, como Jack me cae bien, pienso, estoy convencida de que me tratará igual que mi antiguo amo, y que incluso algún día me devolverá a él, pero enseguida descubro que no sólo no lo hace, sino que tampoco me trata como yo creo que se debe tratar a una camisa.
Porque no sólo no me lava inmediatamente para que la mancha no se quede para siempre en el tejido, sino además me lleva a una casa perdida en medio de la nada, donde viven sus padres, unos señores muy tristes, y me sube a la que había sido su habitación de pequeño, y me cuelga en el armario en una percha, debajo de la camisa que llevaba él cuando se había peleado, en broma, con Ennis.
Y aquí me quedo.
Pasa el tiempo, mucho tiempo, y sólo el viento de la montaña Brokeback, cuando se cuela por entre las rendijas de la ventana cerrada, me trae alguna noticia de los jóvenes enamorados, y me entero de que los dos se han casado y han tenido hijos, de que sólo se ven un par de veces al año, y de que no se atreven a estar juntos, bueno el que no se atreve es Ennis, mi antiguo dueño, porque Jack sí se atrevería, y también me entero de que su amor sigue siendo el mismo, aunque nunca hay que fiarse mucho del viento, sobre todo del de las montañas, porque no siempre dice la verdad, pero yo le creo, porque, aunque sólo soy una camisa,  tengo mi corazoncito y soy una sentimental, no puedo evitarlo, y también porque hace mucho que perdoné a Jack, no sólo que no me lavara y que siga sin hacerlo, sino que me haya dejado abandonada aquí, en este lugar tan triste y tan solitario.

Sigue pasando el tiempo y un día, hoy, de repente oigo, no voces, porque en esta casa que parece un cementerio nadie habla en voz alta, pero sí una especie de susurro, como si alguien hubiera venido de visita y quisiera algo.

Oigo pasos por la escalera.

Un hombre entra en esta habitación a la que solamente la madre de Jack viene una vez al año a limpiarla.

El hombre, al que al principio no reconozco, da unos pasos por el cuarto, abre la ventana y, cuando la luz del exterior ilumina el armario abierto, se acerca a mí, y a la camisa que me cubre, y me descuelga.

¡Es Ennis del Mar!

¡Es él!

Un poco más envejecido y con una expresión, que no tenía en Brokeback Mountain, bastante sombría, pero él, en persona.

Me emociono y él también se debe de emocionar porque me abraza, bueno, nos abraza a las dos, a su camisa, que soy yo, y a la de Jack.

Entonces me entero, no porque Ennis me lo diga, que no me lo dice, sino porque no hace falta ser muy lista, aunque yo lo soy, para intuirlo.

Me entero.

De que Jack ha muerto, aunque creo que jamás sabré cómo, de qué.

“¡Llévame contigo!”, me gustaría decirle, pero no hace falta, porque lo hace.

Baja la escalera con las dos camisas enrolladas y la señora Twist le dice con un gesto que puede llevárselas y le da una bolsa de papel para que nos meta en ella.

Y nos mete.

Y subimos con él a su coche.

Y abandonamos ese triste lugar en el que he pasado la mayor parte de mi vida.

Ha pasado más tiempo, no mucho más, pero algo más, y ahora, por fin, puedo decir que soy feliz.

No sólo vivo en la caravana de Ennis, colgada de un clavo del armario al que le da la luz cada vez que lo abre, sino además ahora soy yo la que ocupo el puesto de honor, porque desde que llegamos aquí, mi amo cambió la posición de las camisas y puso la de Jack debajo de mí.

Además, tampoco me importa no estar limpia porque he comprendido por qué mi mancha es tan importante.

Y me gusta, me gusta mucho, estar en esta percha, colgada de este clavo, y ser yo, ahora, la que abraza a la otra camisa, pero sobre todo me gusta la postal que está clavada con una chincheta a mi lado, la postal de Brokeback Mountain, donde mi amo y yo fuimos tan felices.

vaqueros


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