JUICIO A LOS 90: LOS TROTAMÚSICOS

Parecía imposible, pero ha ocurrido. En este juicio ambos letrados se han puesto de acuerdo. Además de llenar el suelo de paja y excrementos, la entrada de Los Trotamúsicos en la sala del juzgado ha impregnado el ambiente de un olor insoportable a establo. El golpe del mazo ha sido contundente, un juicio rápido en toda regla, tan solo una oleada de comentarios en contra de los argumentos de Xavi Daura y Pepón Fuentes y a favor de Koki ‘el rey del corral’ y sus amigos mamíferos podrá hacer cambiar de opinión a nuestro juez.

XAVI DAURA: EN CONTRA

Los Trotamúsicos, señoría, esa serie de animación pocha que lleva deprimiendo niños desde el año 1989. Cuatro bestias mal juntadas que nos enseñan el valor de vagar por el mundo sin un objetivo más allá que el de pelar la pava. Un perro, un gato, un burro y un gallo que lo mejor que pueden decir de sí mismos es que son cuatro. Si recordamos la sintonía de la serie, lo que nuestros “amigos” nos destacan machaconamente es que son “un, dos, tres, cuatro: somos cuatro; cuatro tipos, locos los cuatro”. No se mojan a vender la calidad de sus música, lo original de su condición o ningún tipo de carácter especial (bueno, sí, que están “locos”, en fin…), simplemente que son cuatro. Como si, por ejemplo, lo mejor que pudiese decir uno de su equipo de fútbol es que son once.

Que alguien se atreva a decirme que es capaz de mirar fijamente a cualquier trotamúsico y no caer rendido al sopor de su mirada de funcionario nocturno, de vigilante de párking. La mirada cansada del indigente que se niega a reconocerse como tal, con ese optimismo imposible que lo hace todo peor de lo que ya está. Más cercanos a un grupo de alcohólicos anónimos en risoterapia que a una serie de dibujos animados.

¿Y las groupies de Los Trotamúsicos? ¿Cómo se supone que funciona eso? Porque son una banda, esto se lo tienen que plantear. ¿Estamos hablando de zoofilia?

Señoría, no tengo más preguntas

PEPÓN FUENTES: EN CONTRA

Señores del jurado, me presento ante ustedes sabiendo que la mía es una tarea ingrata: lanzar un cubo de agua fría a sus respectivas infancias demostrando que Los Trotamúsicos apesta.

El primero de mis argumentos es bien sencillo: a lo largo de veintiséis episodios, los bichos protagonistas ni se mueven del caserón donde viven ni cantan más que un puñado de canciones, lo cual, teniendo en cuenta que el nombre de la serie era Los Trotamúsicos, no deja de ser contradictorio. Al final acaba uno pensando que sus protagonistas son los típicos que van por ahí diciendo que tocan en un grupo, pero solo por el postureo y las fotos. En otras palabras, Los Trotamúsicos es lo más cerca que la ficción ha estado de representar a un grupo de Malasaña.

Pero no es esa la falta más grave de la serie. Ni mucho menos. Me refiero, por supuesto, al último capítulo. En ese momento, el grupo se disuelve en pos de una vida mejor cuando el burro, el perro y el gallo son adoptados por gente que les quiere y promete tratarles, por fin, a cuerpo de rey… Pero solo durante más o menos cinco minutos, pues la intervención de un pequeño genio deshace el final feliz convirtiéndolo todo en un sueño del gato y les vuelve a reunir para que todo siga… ¿igual?

No, igual no, pues todavía falta una última revelación capaz de destrozar la infancia de cualquiera: 

Y ahora, señores del jurado, es cuando les pregunto: ¿de verdad hacía falta destrozar una serie más que aceptable con este giro inesperado y vergonzosamente meta? ¿Cómo? ¿Que un mal final de serie no invalida el disfrute que han proporcionado todos los capítulos anteriores? ¿Qué lo que importa es el viaje y no la conclusión?

Ya, claro. Pues no es eso lo que dijeron cuando terminó Lost.




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