LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE LA II GUERRA MUNDIAL

Berlín, 1936: apoteosis internacional de la estética nazi cortesía del Ministro de Propaganda Joseph Goebbels y la siempre dispuesta Leni Riefensthal, cuyo “Olimpia” ha pasado a los anales de los documentales político-deportivos de todos los tiempos. La importancia de los Juegos para los alemanes iba más allá de la simple difusión de su proyecto totalitario. 

Parte de su ensoñación era emparentarse directamente con los antiguos griegos, recoger el testigo de su legado ario y civilizatorio –no es casualidad que aquel año fuera el primero en que la antorcha olímpica viajara desde Grecia hasta Berlín- e imponer un reino de los mil años como el que Alejandro habría construido si la sífilis y sus herederos no lo hubieran destrozado todo en apenas lustros.

Los grandes imperios acaban así, en lustros, y ellos deberían haberlo sabido.

 

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