REFUGIOS DE DISEÑO PARA TIEMPOS DE GUERRA

Muchas de las grandes ideas que han forjado la humanidad tuvieron lugar en momentos  inesperados; en rincones donde no había papel ni bolígrafo para anotar, en cruces de caminos, bajo el agua de la ducha o cruzando un paraje desértico. A Buckminster Fuller (1895-1983), arquitecto, inventor y visionario, una de las tantísimas ocurrencias que tuvo en su vida le sucedieron mientras recorría el medio oeste americano con su amigo y novelista Christopher Morley. Era noviembre de 1940 y ambos quemaban kilómetros en busca de ciertas cartas perdidas de su admirado Edgar Allan Poe. De si encontraron las cartas o no, no hay constancia, pero lo que sí ha trascendido hasta hoy es que, durante aquel viaje, Fuller quedó impresionado por los contenedores de grano metálicos que se alineaban a ambos lados de las carreteras de Illinois.

La Segunda Guerra Mundial se ceñía sobre el viejo continente y los periódicos americanos se hacían eco de terribles bombardeos sobre Londres. Una chispa debió de iluminar su noche cuando Fuller intentaba conciliar el sueño a lo largo de aquellas semanas. Quizá relacionó las frías noches de invierno que acechaban a miles de familias británicas y en las que muchos se verían despojados de un techo bajo el que resguardarse. Es posible que aquellas imágenes se mezclasen con el recuerdo de su propia hija, quien inviernos atrás había fallecido en Chicago tras contraer una infección en la maltrecha y pobre vivienda donde residían.

En cualquier caso, Fuller averiguó el nombre de los fabricantes de los contenedores de grano y, en pocos meses, convirtió una de las estructuras de acero de Butler Manufacturing Company (“A prueba de fuego, climatología y desperdicios”) en un prototipo de vivienda de emergencia. Su ligereza y precio económico (cada una de ellas estaba valorada en 1.250 dólares) hacían de estos espacios un remedio que podría enviarse a cualquier lugar del mundo y servir como refugio en un bombardeo. Poco tiempo después, el Ministerio de Defensa norteamericano y Fuller firmaron un acuerdo para desarrollar 200 de estas viviendas en el menor tiempo posible.

No existe un acuerdo sobre cuántas se construyeron al final, lo cierto es que en poco tiempo la escasez de acero resultante de la guerra hizo inviable que continuara su producción. Mientras algunas de estas unidades se enviaron al Mediterráneo, el Golfo Pérsico y otras bases militares en el Pacífico, se cree que al menos 50 fueron a parar a Camp Evans, un estratégico emplazamiento militar en Nueva Jersey. Del medio centenar que llegó a la zona, hoy se conservan 12.

“Las DDU (Unidad de Despliegue Dymaxion, por sus siglas, en inglés) son algo único en Camp Evans – dice Fred Carl, cabeza visible de la organización que hoy se hace cargo del antiguo asentamiento militar y que él mismo creó para salvaguardar las reminiscencias históricas del lugar -. “Solemos bromear con que Buckminster Fuller fue un hombre ecológico antes incluso de que existiera el concepto”, explica mientras, enfundado en su gordo abrigo, entra a inspeccionar una de las DDU.

“Poeta de la tecnología”
La corrosión acumulada durante algo más de 70 años le da un tinte rojizo al exterior de la redondeada estructura, cuyo diseño sigue los principios aplicados por Fuller en su Casa Dymaxion, una vivienda prefabricada de metal que el inventor había ideado a finales de los años 20.

La casa Dymaxión fue la solución que Fuller propuso ante la creciente necesidad de una vivienda económica que pudiera producirse en masa, fácil de transportar y, además, ecológicamente eficiente. La vivienda fue bautizada por su autor con el nombre Dymaxion, un término acuñado especialmente para él por un publicista que pasó dos días escuchando su forma de hablar. A Fuller le gustó tanto el acrónimo que siguió utilizándolo para muchas invenciones a lo largo de su vida, desde el coche Dymaxion al cronograma Dymaxion. La palabra original es una fusión de los términos ‘Dynamic Maximum Tension’ (Tensión máxima dinámica), elementos definitorios de la extraordinaria forma de pensar de Fuller, que fue pionero en explorar los principios de la eficiencia energética y la sostenibilidad. Fuller fue un auténtico activista medioambiental que siempre se apoyaba en la idea de hacer “más con menos”, buscando algo “más práctico”, “más barato”.

Fuller, el padre de la cúpula geodésica, entre otros muchos conceptos, aplicó a la Casa Dymaxion y a las DDU el denominado “efecto cúpula”, por el cual una cúpula induce un remolino vertical de calor que aspira el aire frío si hay una ventilación adecuada (un único respiradero superior y varios periféricos).

Así, el primer prototipo de un edificio autónomo construido en el siglo XX tenía como objetivo específico crear un efecto de aire caliente en el interior, mientras una corriente de aire fresco circulaba simultáneamente. Esta especie de “aire acondicionado natural” era solo una de las muchas ventajas del diseño, construido a base de abanicos en forma de cuña de aluminio.

La idea de Fuller era conectar la casa a un lavabo prefabricado, con almacenamiento de agua y ventilador de convección construido en el tejado. El consumo de agua se vería reducido mediante un sistema de reutilización diseñado por él mismo, que podía emplearse para el lavado de la ropa y el aseo personal: el sistema denominado ‘fogger’ (utilizaba una ‘fog-gun’, es decir, un ‘arma de niebla, o vapor’) permitiría que una persona se bañase con una taza de agua gracias a partículas de agua dispersadas mediante aire comprimido y sin necesidad de jabón. El inodoro no utilizaba agua, sino que embalaba los deshechos, que después podían convertirse en abono.

Nunca se construyó una casa real que siguiera las indicaciones de Fuller por completo; su prototipo fue criticado por ser un diseño inflexible que no tenía en cuenta la arquitectura local de la zona, y tampoco entusiasmó su uso de materiales como el aluminio o el acero, que requieren una producción elaborada, en vez de materias como el adobe o el azulejo. Aunque Fuller argumentó que el peso y la durabilidad de la casa rentabilizarían la inversión inicial, la Segunda Guerra Mundial dejó en situación crítica las reservas de estos metales, cuyo precio se hizo prohibitivo.

Pese a todo, un entusiasta del prototipo Dymaxion construyó su propia versión de la vivienda redonda y la habitó durante varias décadas en el jardín de su propiedad. No se trataba de una vivienda autónoma y aislada como la había concebido Fuller, pero en cualquier caso, el Museo Henry Ford adquirió los componentes y mantiene la casa abierta al público desde 2001.

“Siéntase cómodo mientras le bombardean”
Ninguna de las 50 de las Unidades de Despliegue Dymaxión que fueron a parar a Camp Evans después de la guerra estuvieron habitadas pero, según explica Fred Carl, sí sirvieron como “estupendas unidades de almacenamiento” o espacios para llevar a cabo experimentos. “Su diseño las hacía perfectas para multitud de usos en los que había que operar con materiales peligrosos, realizar experimentos o almacenar materiales. Fundir aluminio, por ejemplo, tenía más sentido en ellas que en los edificios principales”, explica. En cualquier caso, la originalidad de la invención de Fuller impactó a algunos de sus coetáneos y la prensa se hizo eco de las inusuales características de las DDU. “Cómo sentirse cómodo mientras le bombardean”, titulaba el Galveston Daily News el 19 de octubre de 1941, mientras el Winnipeg Free Press describía las Unidades de Despliegue Dymaxion como “Refugios para la guerra, casas de playa en tiempos de paz”.


Hoy, las DDU de Camp Evans ya no son caldo de terreno experimental, pero sí albergue permanente para el estudio de dos artistas locales que han conseguido uno de estos espacios como recompensa a su labor de voluntariado en InfoAge, la entidad que vela por el mantenimiento de Camp Evans como un museo abierto al público y que en 2002 consiguió que el espacio pasara de ser un número en la lista de demoliciones del Departamento de Defensa, a un Hito Histórico Nacional.

Patricia Arroyo, que apenas lleva unos meses utilizando una DDU, es una de las artista ‘residentes’ y ya le ha dado un lavado de cara a su Dymaxion. De familia puertoriqueña, Arroyo ha cubierto las redondeadas paredes con telas y ha instalado un caballete sobre una alfombra que le da calidez al interior. Diseñar sus propuestas artísticas en este artefacto único es un privilegio que disfruta conscientemente. “Quiero involucrar a la comunidad de artistas locales con Camp Evans- dice- los espacios de los que dispone son perfectos para dar cabida a talleres y actividades creativas para niños. Hay una clara necesidad de ellos en nuestro entorno”, reconoce, mientras da cuenta de lo a gusto que está con un espacio de techos altos y sorprendentemente luminoso para trabajar. Por su parte, Fred Carl también sueña con la idea de que las DDU puedan reutilizarse como espacios para que jóvenes boy scouts, pero todo esto es aún material de proyecto a largo plazo.

Y es que el espacio que se cruzó con la vida de Carl por casualidad hace unos veinte años se ha convertido en su principal ocupación a tiempo completo. Si no hubiera sido por él, lo más probable es que todo lo que contiene Camp Evans, desde el ‘Hotel de Marconi’ a los vestigios de investigación espacial, pasando por su intervención en la Guerra Fría, hubiera desaparecido del mapa a principios de los noventa.

Camp Evans: de la demolición al relanzamiento
Poco sabía de este enclave Fred Carl cuando en 1986 se compró una casa en la zona “para plantar dalias”. Pero sí lo suficiente para que, cuando leyó la convocatoria de una audiencia pública para informar sobre el derribo del campamento, se diera cuenta de que el Estado estaba cometiendo un error.

Camp Evans, la antigua base militar de Fort Monmouth, en el Estado de Nueva Jersey, es un emplazamiento estratégico cuya huella histórica ha sido importante en diversos periodos. Ya en 1912 acogía una de las estaciones principales de la red telegráfica mundial de Marconi. Durante la Primera Guerra Mundial realizó un importante papel como base de operaciones de comunicación. Durante la década de los años 20 se convirtió un club de ocio y en 1936 pasó a ser sede del Kings College. En 1941 el departamento de defensa norteamericano compró de nuevo el terreno y devolvió a Camp Evans su aire militar: en sus edificios se llevaron a cabo importantes experimentos para el desarrollo del Radar (una de las unidades de ingenieros de Camp Evans detectó aviones enemigos 50 minutos antes del bombardeo de Pearl Harbor). Tras la guerra, el terreno siguió siendo sede para la experimentación y el desarrollo de comunicaciones y tecnología, incluyendo proyectos de la NASA.

Muchos de los proyectos que se han llevado a cabo en  Camp Evans siguen tintados con un halo de misterio, hasta tal punto que el senador McCarthy visitó Camp Evans en 1953 y afirmó que la ‘casa de la magia de Defensa’ era en realidad una “casa de espías”.

Con tal listado de anécdotas, no sorprende que Fred Carl se pierda en los detalles de las miles de historias que atesora la antigua base: son tantas vertientes que la organización que preside, InfoAge, lleva ya más de 20 años intentando darles sentido convirtiendo Camp Evans en museo. Infoage cuenta con las aportaciones desinteresadas de multitud de benefactores y el esfuerzo de un equipo entregado a la causa de devolver al municipio todas las veces que allí se ha hecho historia. “Las DDU, como Camp Evans en su conjunto, son una cápsula del tiempo, nos permiten viajar a distintos momentos del pasado, y en todos ellos los edificios están prácticamente igual que cuando se construyeron”, afirma Carl.

Algo despeinado por las frías rachas de viento que soplan esta tarde recuerda que, cuando a principios del siglo XX Albert Einstein visitó Estados Unidos, el científico eligió la cercana sede de New Brunswick (pareja de la Estación Transatlántica de Marconi en Camp Evans) para observar de cerca el funcionamiento del telégrafo. “Este sitio tiene algo muy especial … y creo que no soy el único que piensa así. Algo debe tener si Einstein pensó que merecía una visita”.



 

No hay comentarios :