Caminar por el Paseo de Gracia supone sortear a los numerosos grupos de turistas que se retratan frente a la Pedrera o la Casa Batlló, la misma imagen se repite en la Sagrada Familia, las Ramblas o el Parque Güell. Barcelona es la cuarta ciudad más visitada de Europa y se preocupa por salir guapa en las fotos. Sin embargo, algunos puntos de la urbe ofrecían hace 50 años un panorama bastante menos fotogénico. En Montjuic, el frente marítimo y el Carmel se levantaron barriadas de barracas ilegales en las que malvivieron durante décadas familias que llegaban a Cataluña desde el resto de España para buscarse la vida. Un pasado urbanístico de penurias que fue convenientemente eliminado al chocar con la imagen que quería proyectar de sí misma la Barcelona olímpica. Una situación que recuerda al desalojo, este verano, de cientos de subsaharianos de las naves abandonadas de Poblenou, una zona que el Ayuntamiento quiere reconvertir en un distrito tecnológico e innovador y que, una vez más, hay que adecentar para la foto.
“Lo que dignifica a una persona es sobrevivir por sí mismo, ser
autónomo”, cuenta Xavi Camino, historiador y miembro del grupo de investigación
sobre el barraquismo en la capital catalana. Camino habla de los inmigrantes
que viven en las naves abandonadas del barrio del Poblenou, pero perfectamente
podría referirse a las miles de personas que vivieron en los barrios de
barracas durante la posguerra. Calcula que en la década de 1950 hubo hasta
15.000 construcciones de este tipo en diferentes puntos de Barcelona.
Por barraca se entiende una autoconstrucción precaria, que no
era legal (porque no había ningún tipo de registro ni título de la propiedad) y
que estaba hecha con cualquier tipo de material. Somorrostro, Camp de la Bóta,
Carmelo y Can Valero son algunos de los barrios formados a base de este tipo de
viviendas, sin luz ni agua corriente. Se trata de un fenómeno que se dio en la
ciudad condal por la falta de viviendas a precio asequible, y duró desde
principios del siglo XX hasta el momento en que nombran Barcelona sede olímpica
en 1982. Su final, dice Camino, “lo pone la urgencia política y mediática de
las Olimpiadas. En ese momento empieza un proceso de construcción de la ciudad
que pasa por cambiar de imagen aquellos territorios que tenían que ser vistos
durante los JJOO”.
Desde que esa urgencia borrase las barracas del mapa, parece que la ciudad también lo ha hecho de su memoria. No fue hasta principios del siglo XXI cuando el grupo “Pas a pas”, del que forma parte Xavi Camino, se puso a recuperar el pasado barraquista de la ciudad. “Costaba mucho encontrar testimonios, excepto dos o tres que explicaban orgullosos que habían vivido en barracas”. ¿Los demás tenían vergüenza? “Sí, tal cual. Era muy complicado. Hubo un punto de inflexión cuando montamos la exposición “La ciudad (in)formal” porque ahí se explicó la historia del barraquismo dentro de la historia oficial de la ciudad. Supuso la mejora de la autoestima de mucha de esta gente. Entonces empezaron a aparecer barraquistas de debajo de las piedras que nos querían contar su historia”.
BARRAQUISTA POR
DESGRACIA, PERO A MUCHA HONRA
Dos de las personas que explicaron desde el primero momento su
pasado barraquista son Francisco Rojas y Agustí Mataró, ahora residentes en
Sant Cosme, un barrio de El Prat de Llobregat con mucha lucha detrás.
Francisco llegó a Barcelona con su familia en 1949, con 7 años y
procedente de Jaén. Se instalaron en una barraca del Camino de la Serpiente, en
la montaña de Montjuic. Y a pesar de que no tenían ni agua ni luz, Francisco
recuerda esos años con mucho cariño. Cuenta que acogían en su casa a familiares
y gente del pueblo hasta que estos encontraban sitio para construir su propia
barraca. “Llegamos a ser hasta 30 personas. Igual que cuando ahora llegan estos
señores y se meten muchos en un piso, lo mismo”.
Nunca tuvo vergüenza de decir que vivía allí; pero sí la tenía su hermana, que le decía cuando bajaba a bailar a Barcelona: “¿Pero cómo voy a decir que vivo en Montjuic?” Y yo le contestaba: pues es un sitio como cualquier otro. Nosotros hemos venido de Andalucía, somos trabajadores, somos honrados. ¿Por el hecho de que uno viva en la Diagonal es mejor que tú? Su posición es mejor, pero tú eres tan honrada como él.” Por otra parte, reconoce que había rechazo hacia los que vivían en barracas, “como si fueramos gente de malvivir. ¡Y no era verdad! Siempre hay algún maleante, pero no hace falta vivir en Monjtuic para eso. Me han robado en la Diagonal y allí no.” Francisco se acabó casando, tuvo una hija y construyó su propia barraca al lado de la de sus padres, hasta que finalmente llegaron a Sant Cosme a finales de los 60.
Por su parte, Agustí vivió en la playa del Somorrostro (al lado
de la actual y concurrida Barceloneta) y construyó su barraca junto a sus
hermanos. La suya fue la primera de las muchas que vinieron después. La
barriada creció a a golpe de ganarle terreno al Mediterráneo. ¿Cómo se hizo
eso? El Ayuntamiento mandó a las fábricas del vecino barrio industrial del
Poblenou tirar todos los escombros al mar. Así se construyó un espigón
improvisado que retiraba el agua y dejaba espacio para más barracas.
Más adelante, Agustí también presenció cómo la orilla se fue
comiendo sus casas cuando el Ayuntamiento cambió de opinión y decidió que las
fábricas no debían continuar alimentando el espigón con escombros. “En esa
época lo pasé muy mal. Pasé mucha hambre y frío. Lo que pasa es que entre los
vecinos nos ayudábamos con lo poco que había. Allí dormíamos con la puerta
abierta, no como ahora”. Cuando el mar acabó arrastrando la barraca que había
construido con sus hermanos, a Agustí lo trasladaron a otra barraca del litoral
barcelonés llamada Camp de la Bòta (donde ahora está el Parque del Fòrum). “Me
dijeron que era una maravilla y eran cuatro paredes a las que les tuve que
poner yo el techo”. Allí se casó y estuvo hasta que finalmente pudo comprar un
piso en el barrio pratense en el que todavía vive, igual que Francisco. “Yo
nunca he tenido rechazo por vivir en el Somorrostro o en el Camp de la Bota. Sí
que había gente que no quería contar que había vivido allí, pero yo siempre he
ido con la cabeza bien alta. Si tuvimos la desgracia de vivir en una barraca,
no fue culpa nuestra”.
LA VIDA EN UNA NAVE
Los Juegos Olímpicos del 92 no solo cambiaron el urbanismo de
Barcelona, también supusieron un cambio en su modelo económico: la Barcelona
industrial, la de las fábricas y las huelgas, la del pasado fuertemente
anarquista, se va a convertir en una ciudad de servicios, enfocada al turismo,
a los congresos, a ser la
mejor tienda del mundo.
Los planes del Ayuntamiento para el barrio del Poblenou,
antiguamente zona industrial de fábricas, pasan por convertirlo en una zona
puntera en las nuevos tecnologías y por eso bautizó la zona como 22@ (la web
del proyecto presume de ser la “transformación urbanística más importante de la
ciudad de Barcelona en los últimos años y uno de los más ambiciosos de
Europa”). Un proceso que se ha truncado en parte y ha dejado multitud de naves
en desuso a las que inmigrantes sin techo y sin papeles han sabido sacar
partido.
La llamada nave de los 300 era la comunidad más grande de todas.
En este espacio malvivían unas 200 personas, más casi un centenar extra que la
utilizaba para dejar la chatarra recogida, de ahí la cifra de su nombre. La
mayoría de sus habitantes eran subsaharianos. La nave era un lugar inmenso que
tenía su propia organización, sus normas y en el que, a pesar de la precariedad
y los riesgos que corrían, había un intento de construir cierta normalidad.
Había músicos y hasta un restaurante. Lo regentaba Labín, un inmigrante
subsahariano que lleva más de 12 años en Cataluña. El pasado 24 de julio
él y el resto de la nave fueron desalojados por los Mossos d’Esquadra, tres años después de que la familia propietaria del
edificio denunciase la ocupación ante la Justicia. Labín se quedó sin su
restaurante, pero confiaba en la solidaridad de los vecinos, decía que no lo
iban a dejar en la calle.
Xavi Camino encuentra un paralelismo entre los barraquistas de
la Barcelona preolímpica y los residentes en los asentamientos del Poblenou
postindustrial: ambos llegaron a la ciudad para mejorar sus condiciones de
vida. Añade que “no es nada excepcional que el relato oficial niegue la
participación de un sector de la población, es la historia de los pueblos sin
Historia”. Explica que “hay una reivindicación histórica de barrios y ciudades
periféricas como Santa Coloma o Badalona que dicen: “nosotros construimos
Barcelona, pero no vivimos en ella”. Mucha gente se desplazaba desde la
periferia para trabajar, ellos eran el motor del crecimiento de la ciudad, pero
esta no les integraba en su imagen. Podríamos decir que esto se repite
actualmente”.
VECINOS AL PIE DEL
CAÑÓN. NO SOLO LO MALO SE REPITE
Cuenta Francisco que a su barrio de Montjuic llegaban jóvenes, vecinos de otros puntos de la ciudad, a los que llamaban “catequistas”. La suya fue una solidaridad crucial. Fueron ellos los que presionaron al Ayuntamiento, que acabó poniendo luz (aunque no alumbraba apenas) y fuentes (para entonces Francisco había cumplido 20 años). Y es que la postura oficial, cuenta Xavi Camino, “fue la de negar la existencia de las barracas hasta que molestaban por una cuestión urbanística o política”.
Hoy en el Poblenou también existe una Asamblea Solidaria con los
Asentamientos. Se trata de una red formada por entidades vecinales y otras
asociaciones del barrio. Llevan luchando meses por estas personas: se han
reunido con el Ayuntamiento, con la Generalitat y con la Delegación del
Gobierno; han recogido comida, han organizado charlas, conciertos para llamar
la atención sobre la problemática de estas personas. Uno de sus miembros es
Montse Milà, le preguntamos el porqué de esta lucha y el tono de su respuesta
es el de alguien que cuenta algo de lo más evidente: “Pues porque son vecinos
nuestros y los han echado de su casa”.
Charlamos con ella a la puerta del Ateneo Popular Flor
de Maig. En este espacio, dos días a la semana,
ofrecen asesoramiento a los exresidentes de la nave que tramitan su permiso de
residencia. Tienen elaborada una lista de 300 personas a las que van llamando
de treinta en treinta. “Sin papeles están completamente indefensos, en
cualquier momento les pueden detener y llevar al CIE (Centro de Internamiento
de Extranjeros). Nosotros tenemos mucha presión porque nos vienen personas
asegurándonos que vivían en la nave y que, por favor, les incluyamos en la
lista… pero no podemos hacerlo porque el documento que tenemos es una copia. La
original la tienen la Generalitat y la Delegación del Gobierno”.
Estos vecinos no solo se dejan su tiempo en el proceso. Para regularizar la situación de los exresidentes primeramente tienen que obtener certificados penales de sus países y demás papeleo que cuesta dinero. Por eso han abierto una cuenta para recaudar fondos.
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