UNA ACAMPADA CENTENARIA

Hace cerca de veinte años el reverendo Al Miller le pidió matrimonio a Marion sobre la diminuta mesa redonda encajada en la minúscula cocina de su tienda de campaña. Ambos tenían entonces algo más de sesenta años y desayunaban al calor del incipiente verano de Nueva Jersey, en Estados Unidos. La proposición seguía un plan perfecto: Marion estaba de visita para ayudar a su amigo de la infancia a mover unos muebles (entre ellos, la mesita) y de paso disfrutaría de la estancia en la Ciudad de las tiendas de campaña (Tent City) en Ocean Grove, un “remanso de paz y espiritualidad” a dos horas en tren desde Nueva York. Ella todavía recuerda perfectamente el fabuloso concierto de Tony Bennett la noche anterior en el auditorio del pueblo, a pocos metros de las tiendas.

Vestida con una sencilla camiseta, a juego con su pelo blanco, hoy Marion deja pasar la mañana leyendo en el porche de su casa-tienda, intentando aprovechar al máximo las dos semanas escasas que les quedan a ella y a su marido en el remanso de Ocean Grove. A mediados de septiembre tanto ellos como sus convecinos desmontarán la tienda, empacarán sus pertenencias y emprenderán distintos viajes de vuelta a “su otra vida”, para los Miller en el Estado de Connetticut. La ‘Asociación de Encuentro en las Tiendas’ se encargará después de cerrar la parte fija de las estancias y sellarlas hasta la primavera que viene, al igual que ha venido haciendo desde que se fundó Tent City, hace ahora 144 años.

La larga hilera de casitas blancas, coronadas por lonas y entrelazadas por gruesas cuerdas, da la bienvenida al visitante mediante puertas translúcidas. Abundan los carteles de ‘Entra a visitarnos’, o ‘Estamos en la Playa’, las flores y las butacas de madera. Los vecinos se sonríen y saludan al desconocido al pasar. “El cielo está un poco más cerca en una tienda cerca de la costa”, se puede leer en la tienda número uno de la calle ‘Pisgah’.

Entre mayo y septiembre, los habitantes de esta genuina villa conviven prácticamente en familia perpetuando una tradición que, en muchos casos, ha pasando de generación en generación durante décadas. “Mucha gente que pasa me pregunta: ¿por qué venís aquí, qué es lo que hacéis?” dice Marion. “¡Disfrutar de la vida!”, le quita la palabra el reverendo con una amplia sonrisa. Dormir entre paredes de lona y tener que mudarse dos veces al año no parece ser inconveniente alguno para estos ancianos, sino más bien un privilegio que comparten con la comunidad que les rodea, un remanente de 114 tiendas de las 600 que llegaron a ser en su máximo apogeo. Todas ellas se encuentran en el mismo corazón de Ocean Grove, una localidad cuyo origen proviene directamente de los primeros religiosos que decidieron establecer allí un lugar para sus encuentros campestres.

Eran los tiempos de la era victoriana en el nuevo continente, y los cambios que se imponían en las vidas de los norteamericanos se antojaban rápidos y estresantes. “El cerebro y los nervios estaban cargados por tanto refinamiento que el físico terminaba postrado y la mente corría peligro”, había escrito el primer presidente de la Asociación de Encuentros en las Tiendas Ocean Grove, el reverendo Elwood Stokes, en 1869. En mayo de ese mismo año un grupo de metodistas neoyorquinos zarparon hacia la costa de Nueva Jersey buscando un lugar al aire libre donde reunirse. Querían un rincón “donde religión y recreación deberían darse la mano”, y después de una larga búsqueda dieron con una arboleda prácticamente desierta y sin mosquitos, rodeada por dos lagos y el océano Atlántico. Aunque estaba prácticamente aislada, los fundadores de Ocean Grove escribirían después: “Nos pareció que sería difícil de encontrar un lugar más magnífico que aquel para casas de campo”.

Unas semanas más tarde cerca de 20 personas se reunieron de nuevo en la arboleda, y el 31 de julio de 1869 reverendos y amigos acamparon en lo que hoy se conoce como ‘Founders Park’ (Parque de los fundadores). Tras una oración a la luz de las velas arrancó su propósito de levantar allí una zona campestre para encuentros religiosos donde restaurar de forma permanente “la paz física y espiritual”. De esta forma, y siempre manteniendo el centro del pueblo reservado para la Ciudad de las tiendas, la arboleda continuó creciendo hasta convertirse en la localidad que es hoy una villa que rezuma su propósito inicial de funcionar como lugar de retiro y conserva el estilo victoriano de sus orígenes. (En 1975 Ocean Grove fue designado Distrito Histórico Nacional estadounidense por constituir un perfecto ejemplo de una ciudad victoriana del siglo XIX).

EL ÚLTIMO BASTIÓN COSTERO

La ciudad de las tiendas de campaña en Ocean Grove no nació como un caso aislado. A finales del siglo XVIII, América del Norte participaba en el desarrollo de un movimiento religioso que se expandía rápidamente por el país: el ‘Camp meeting’ o encuentro campestre había llegado desde Inglaterra en 1760. Este fenómeno consistía en grandes cantidades de fieles que salían de la ciudad para acampar en la naturaleza. Allí se dedicaban a escuchar a predicadores itinerantes y rezar. El primer encuentro de este tipo al otro lado del Atlántico se celebró en el Estado de Nueva York en 1797 y fue seguido por otros muchos. Llegó un momento en el que las comunidades religiosas que se reunían en verano alcanzaban las 3.000, al menos siete de ellas se encontraban a escasos kilómetros del remanso costero de Nueva Jersey.

En la actualidad, y a diferencia de sus antiguas coetáneas, la comunidad de Ocean Grove se sigue aferrando a su legado histórico, tanto el centro de la ciudad, dominado por las tiendas de campaña en verano, como las edificaciones que se despliegan a su alrededor y hacia la costa. Dependiendo de la hora del día, o la cantidad de paseantes que se encuentran por la calle, la villa emana pasado y evoca con facilidad las escenas que aparecen en las postales del pueblo: en ellas, las damas lucen vestidos de volantes, los hombres pasean sus largas barbas y los niños juegan frente a las sencillas tiendas de madera y tela.

Pese a su simplicidad, disfrutar de una de estas tiendas en el cogollo de Ocean Grove cuesta hoy en día unos 4.000 dólares por temporada, bastante menos de lo que significa alquilar una vivienda de verano en la zona (en torno a los 15.000 dólares), si bien a finales del siglo XIX una tienda costaba tan solo dos dólares y medio a la semana. Ahora bien, contar con el dinero suficiente tampoco es sinónimo de poder alquilar una de estas preciadas tiendas: los espacios pasan de generación en generación y si un nuevo inquilino desea unirse a la comunidad debe apuntarse en una lista de espera que, en ocasiones, puede llegar hasta los 20 años de duración.

Bill Walsh confirma que él estuvo esperando su espacio un total de siete veranos. “Mi mujer y yo nacimos y nos criamos en el Bronx – dice este exagente del FBI de pelo blanco y complexión atlética. “Solíamos veranear en Long Island pero llegó un momento en el que nos apeteció cambiar. Conocía Ocean Grove porque cuando era niño lo visitaba con mis padres, pero en vez de traer a mi mujer y mis hijas aquí decidí llevarlas a Asbury Park (unos metros más al norte). Recordaba las atracciones para niños de mi infancia y pensé que sería una buena idea… pero al llegar no encontré nada, aquello había desaparecido y por eso decidimos acercarnos aquí. Fue mi mujer la que se enamoró de esto inmediatamente”, reconoce.

“¿Que si esto es exclusivamente para metodistas? Bueno, yo soy católico – explica- , los domingos voy a una parroquia cercana. Así que aunque no es únicamente para metodistas sí es un lugar con mucho sentido religioso. Al fin y al cabo todos rezamos a un mismo Dios”, afirma. “De los inquilinos se espera que atiendan a los encuentros espirituales y participen en las actividades que se organizan, desde eventos lúdicos a la lectura de la Biblia. Todo se hace todo de manera voluntaria”, aclara.

Una de las villas de Ocean Grove, cada una de ellas es única

El resto del año, Bill y su mujer Winnie viven en Florida, “tenemos lo mejor de los dos mundos”, dicen. De sus tres hijas, ya adultas, una de ellas regresa a menudo a Ocean Grove. “Ella tiene aquí sus amistades, como nosotros, son relaciones de toda la vida. Puedo decir que conozco mucho mejor a la gente de la comunidad que a mis amigos en Florida. Aquí se comparte todo, con lo bueno y con lo malo”, añade.

Dicen que el grado de convivencia en las tiendas de Ocean Grove  es tal que si alguien estornuda en una de ellas pronto escuchará “¡Que Dios te bendiga!” desde otra. “Cuando suena el teléfono todo el mundo puede escuchar tu conversación, pero también es agradable si alguien pasa ofreciendo huevos, un poco de leche o preguntando quién tiene azúcar”, explica Winnie, que ríe al recordar la última visita de un par de amigos italianos. “No es ni mucho menos la primera vez que vienen a visitarnos, pero todavía no han conseguido aprender a hablar con ‘voz de tienda’”.

A cambio de ceder parte de su privacidad, los vecinos de Tent City disfrutan de sus paseos a la playa y sobre todo el hecho de que, durante al menos los meses que están aquí, no necesitan para nada el coche, todo un lujo en la sociedad actual norteamericana. Muchos dejan también atrás otros avances tecnológicos durante el verano, se liberan del móvil o el ordenador, aunque también hay quien se trae una televisión a su segunda casa. Según explican, es una forma de vida más sencilla, con más ‘básicos’ que excesos materiales.

Esta mañana de agosto son ya pocos los niños que juguetean en las zonas verdes en torno a las tiendas, muchos han empezado ya el colegio y los que aún no lo han hecho se arremolinan en alguna de las muchas actividades organizadas para ellos durante el verano: ‘El club del desayuno’ mezcla un tentempié mañanero con la lectura de la Biblia seguido por juegos, ‘Dedos de arena’ reúne a los más pequeños con cuentos y actividades en la playa y los adolescentes pueden disfrutar de torneos libres de baloncesto, voleibol o talleres de manualidades. “Hay un montón de actividades, los niños lo pasan en grande y sus padres pueden descansar un rato”, comenta sentada en su porche otra vecina, en medio de una conversación distendida con una amiga. Aquí nadie se aburre, el panfleto de actividades de verano de la asociación está repleto de opciones para todas las edades y todo el mundo participa en mayor o menor medida.

“Tanto si tu motivación procede de un sermón eclesiástico o un coro de voces altas, de una toalla sin sombrilla sobre la arena caliente o de un paseo por el parque después de un concierto con un helado en la mano… si buscas un destino diferente para pasar tus vacaciones que incluya relax e inspiración, ¡Ocean Grove es lo que buscas!” reclama el actual presidente de ‘Asociación de Encuentros en las Tiendas Ocean Grove’ en su mensaje de bienvenida a la zona.

En sus inicios Ocean Grove estableció algunas leyes y normativas locales. La más famosa de ellas fue la prohibición de carruajes y automóviles en las calles los domingos, así como restricción de bañarse en la playa este día. Según los historiadores locales, hasta hace relativamente poco también se respetaba la ley seca en un radio de hasta un kilómetro y medio de Ocean Grove. Hoy ya no hay prohibiciones en vigor, ni se cierra con llave la puerta a la ciudad un día a la semana (una tradición que continuó en pie hasta 1980), lo único que no se permite es cruzarse con Tent City y pasar de largo sin interesarse por este peculiar poblado. “Siempre que pasa un turista y ojea el interior de la tienda con curiosidad le pregunto: “Hola, qué tal: ¿Le apetece pasar?”. Marion cierra la revista sobre sus piernas y hace un gesto con la mano, invitando a entrar.



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