Comprar el libro: El Político y el Científico
Podemos afirmar, que el libro de Weber no es una gran
presentación de su sistema e ideas, pero si puede servir para comprender
parcialmente su manera de razonar, que es en definitiva, la herramienta que
utiliza para estructurar toda su obra y retórica. Sin duda es la introducción
de Aron, la que otorga un valor añadido al libro y su discurso. No solo es un
apéndice que expone con sagaz habilidad la problemática universal de lo que
Weber plantea, sino que es también un análisis acertado de la obra de Weber,
que con un acusado sentido de su persona y obra, dilucida los mayores problemas
que el libro, dentro de su diatriba, plantea.
El sistemático examen al que Aron
somete al sociólogo, exime únicamente las discrepancias subjetivas forjadas de
una visión circunstancial de su época. El peculiar contexto en el que Weber
vive, ha influenciado en gran parte de su obra, y su la frase de: “ustedes
esperan que les hable de...” pone en evidencia una situación muy especial de
relevancia, especialmente política, que condiciona toda la conferencia. La
especial característica del libro, es decir, su condición de plática, no
permite mas profundidad que la de la retórica coloquial, que no es poca, pero
que no alcanza las virtudes de la introspección literaria.
Weber plantea en un libro de dos partes, una división de su
discurso basada en una dicotomía dependiendo de la vocación. La política, o la
científica. Ambas igualmente legítimas y en función de una diferencia en los
tipos y personalidades.
Respecto a las características de la parte política del
libro, es importante destacar ciertos elementos. La desmitificación y
desacralización de las realidades se completa y potencia en esta nueva era de
la burocracia impersonal y especializada. La legitimidad pasa por tres caminos
bien definidos: La costumbre, el carisma y la legalidad(razón) Weber afirma que
a lo largo de la historia, se pueden suceder estas formas de sometimiento
voluntario, aceptando combinaciones más o menos frecuentes entre ellas.
El estado es otro de los puntos que toca en profundidad,
ahondando en la problemática actual. Como si de una empresa se tratase, el
autor afirma que el estado, no es más que una organización que posee el más
alto grado de poder: la coacción física. Está violencia legítima, es la que
diferencia la estructura gubernamental de cualquier otro grupúsculo, pues tiene
la exclusiva de este recurso, para la defensa de sus intereses económicos y de
pervivencia. El funcionariado, como la mayor lacra de la época de Weber, supone
una negativa pero indispensable condición de las sociedades modernas.
La
despersonalización de un trato realizado por unos técnicos carentes de
capacidad de liderazgo, le lleva a realizar una síntesis de las cualidades
indispensables del político profesional, el de vocación. Pasión,
responsabilidad y mesura, son las condiciones que el funcionariado no posee y
hecha de menos en un paladín que lidere a los ciudadanos y no solo al estado.
Por último dentro de este apartado, mencionaré los dos tipos de ética que deben
combinarse en el político. Por un lado la ética de la convicción, en que el
ideal siempre presente obliga a actuar de una forma determinada atendiendo a
los fines prioritarios. En la ética de la responsabilidad por otra parte,
observamos a un político práctico, conocedor de que las acciones ideales pueden
no conducir a unos objetivos deseados, y en atención a esto, prefiere adentrarse
por caminos que aseguren la vigencia de la finalidad.
En la segunda parte, la vocación científica, se revela
trascendental para el desarrollo de la humanidad. Comenzando con una
comparativa de los procesos de selección de los científicos/ maestros en los
diferentes países. La incompetencia derivada del favoritismo o el
desconocimiento dejan breves espacios para que los verdaderos sabios puedan
abordar algunas investigaciones. Cardinal resulta otra reflexión; el
conocimiento no implica la capacidad de transmisión. Lo que significa que las
críticas a profesores de estos niveles, no son en ningún caso una repulsa hacia
su persona, ni un desmerecimiento de sus capacidades en la materia, sino una
afirmación de su incapacidad para instruir.
La vocación necesaria es de una intensidad inusitada, pues,
las horas de tedio metódico pueden resultar tremendamente agotadoras, para al
final, conseguir una pequeña aportación, eso si, atemporal. La responsabilidad
del maestro y la insalvable distancia con la religión, se tocan a grandes
rasgos, planteando una mesurada pero estable postura de todo lo que la ciencia
y sus frutos nos puede aportar. Pues el dominio de la naturaleza y no a mera
técnica está en el fondo de una vocación profunda, asentada en las firmes bases
de la convicción.
Resumen:
La introducción del libro que tenemos entre manos no puede
dejar indiferente a nadie. Raymond Aron reflexiona, a través de su genuina
retórica, sobre los aspectos más trascendentales del libro, aportando una
perspectiva objetiva más acusada, junto a un análisis crítico del sistema seudo
filosófico que Max Weber utiliza. La ciencia de la cultura, como decía Weber,
aúna toda una serie de conceptos y significados que en ultima instancia aluden
a la manera de vivir y la jerarquía de valores. La acción política por el
contrario, se entendería como el esfuerzo en pro de esos valores, de promoción
de una forma de vida que alude a la propia comunidad y al propio ser.
Aron, en
un afán por conectar con la actualidad, transpola la concepción filosófica con
la existencialista, y explica la presencia de una relación directa entre el
conocimiento de uno mismo y el de los demás, entre los hombres desaparecidos y
la situación actual. Quizá, uno de los conceptos más interesantes que plantea,
consista, en la captación autentica del abismal espíritu de una época y de los
seres desaparecidos que en ella se desarrollaron. La experimentación aparece
como única fuente de comprensión auténtica, confrontable a los sentimientos que
hoy se despiertan en los vivos. La imposibilidad de las ciencias para abarcar
toda la realidad, y la pluralidad de los valores, son las concepciones que
hacen verdaderamente necesario el estudio de todo lo que se nos plantea.
En
este sentido, son las perspectivas globales las que determinan todo un sistema
de valores, que predisponen a tomar, una elección clara de los fines y de sus
respectivos medios. A través de análisis precisos, Aron desmitifica las
pérfidas concepciones que por doquier se imponen. Respecto a la coacción de
doctrinas predeterminadas por tiranías, por ejemplo, que como grandes síntesis
religiosas intentan consolidarse. Plantea comparaciones esclarecedoras para
demostrar, el amplio margen de error existente entre el ideal y la praxis, especialmente
gratificante en su actual aplicación respecto a los sistemas políticos que se
nos aparecen.
La mitología se impone como estructura inconsciente de análisis
histórico, ante las similitudes existentes entre los personajes históricos y
los maniqueísmos que en las leyendas surgen. La historia incita, como dice
Aron, a la mitología por su estructura misma; y por el papel sustancial que las
voluntades humanas juegan. Es en este tipo de reflexiones donde admiramos la
basta capacidad de un pensador asiduo a
un arte tan antiguo como el hombre, es también donde existe una mayor evidencia
de una profunda intuición que le permite ahondar en las raíces y abismos más
oscuros. Sin embargo, siempre intenta mantener cierta trascendentalidad,
siempre en la búsqueda de cierta dosis de poetización, tras una ciencia histórica que no erradique el
misterio de los “conjuntos supraindividuales”.
En el afán que le caracteriza,
presenta los temores que pueden surgir ante un discernimiento, que resulta
incómodo e incluso peligroso, en el ámbito político. Aron rechaza este temor
argumentando en favor de la democracia y su absoluta proclamación de una
secularización absoluta y asentimental. La vertiente científica de la
introducción, nos desvela las consecuencias directas del carácter positivo y su
dispersión en todas las facetas humanas, para desencantar, como asegura Aron,
la naturaleza y el hombre. Políticamente, la praxis suscita toda una serie de
indagaciones, a favor de una lógica de la actuación que permita sobreponerse a
una negativa aparición de consecuencias y distinguir con claridad los
beneficios del futuro.
Respecto al autor del escrito, Aron contempla
psicológicamente a un Weber desencantado a la par que anhelante de una
espiritualidad abocada a la extinción junto a la religión que la inspiró.
Kantiano por antonomasia, Weber desliga en pro de la acción política, la moral
formal y las exigencias de la acción. Como sociólogo, veía en los movimientos
de pueblos y masas, una superposición de sistemas de valores ambiguos, donde
podían imperar o fracasar según variasen sus aplicaciones directas. “La guerra
de los dioses” a la que hace referencia, no es otra cosa que los choques entre
concepciones del mundo, de la cultura, de la política, etc. en sus mayores
intentos de abarcar y asentarse. Inseparable de una filosofía, las aportaciones
auténticas de su descripción del hombre, no dejan de llevarnos al límite del
conocimiento, de la ciencia y de la acción.
El libró está dividido en dos partes bien diferenciadas. Por
un lado “La política como vocación”, y
por el otro, “La ciencia como vocación”. En ambas, lejos de adentrarse en la
problemática contemporánea, pretende constantemente, alcanzar una abstracción
asentada sobre sus teorías, que perduren con el paso del tiempo. A modo de
conferencia presenta un libro moderadamente ameno y con grandes dosis de su
innegable elocuencia. Posiblemente como toda exposición oral, la densidad
conceptual está lejos de ser la apropiada para comprender su pensamiento y
menos aún al hombre. Pese a las limitaciones formales de la obra, puede
funcionar en todo caso, como introducción al pensamiento y vocabulario básico
que la comprensión de un estudio posterior requiere.
En “La política como vocación”, indaga sobre los conceptos
de la política en sus más amplias vertientes comenzando por las definiciones
básicas. La política como acción de un gobierno es, en esencia, el tema al que
constantemente apunta. Iniciando por lo primordial; la legitimidad en la que se
asienta una dominación estatal, puede basarse principalmente en la costumbre,
el carisma y la legalidad. Como costumbre, entendemos la inmemorial validez de
unos principios provenientes de antaño. Como carisma imagina una gracia
personal, que condiciona una entrega absoluta de la confianza, asentada en las
cualidades genuinas de un caudillo. Por último, como legalidad concibe la
creencia en la validez de las pautas legales objetivas, creadas sobre normas
racionales de autoridad.
Toda “empresa de dominación” que requiera de una
administración permanente necesita, según Weber, una doble vertiente de
actividad humana. Por un lado exige una obediencia hacia los poseedores del
poder legítimo, y por otro el poder de manipular ocasionalmente los bienes
necesarios, y los medios materiales que se requieran. Weber manifiesta
continuamente su intención de atenerse a las pautas meramente conceptuales; lo
que no supone una exclusión de la experiencia en su discurso, pues se asienta
constantemente en ejemplos reales de su época o pretéritas.
Como definición conceptual,
la del estado moderno resulta especialmente esclarecedora; “asociación de
dominación con carácter institucional que ha tratado con éxito de monopolizar
dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de dominación,
y que a este fin ha reunido todos los medios materiales en mano de su
dirigente, y ha expropiado a todos los funcionarios estamentales que antes
disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias
jerarquías supremas”.
El concepto de “político profesional” se desarrolla
partiendo de su origen inicial para concluir en la actualidad observando a un
sujeto fielmente asentado sobre las bases de Bismarck y Maquiavelo. La
secularización masiva, y la burocratización general, ha incrementado
enormemente el ya de por si creciente número de cargos y su apetencia por
ellos. Los partidos, participantes exclusivos del poder de coacción, aparecen
como el único medio eficaz de conseguir un cargo de estas características. No
obstante en la actualidad, afirma Weber, está surgiendo un funcionariado que en
oposición a este, se caracteriza por un alto nivel de intelectualidad
especializada y cuyo más alto valor es la integridad.
Todo parece indicar, que
sin la existencia de este funcionariado, el colapso del aparato estatal sería
una realidad inequívoca, riesgo que se incrementa ante la tecnificación del
sistema y su creciente influencia en la vertiente económica, esencial en una
sociedad. La necesaria especialización de un funcionariado forzosamente
vitalicio, se adapta ya, a las ineludibles cuestiones técnicas que surgen en la
evolución inexorable de la sociedad. Una escueta pero concisa perspectiva de la
evolución del aparato burocrático a lo largo de la historia Europea, nos
muestra a unos príncipes incapaces de hacer frente a toda una serie de
estamentos, sin la ayuda de un funcionariado sobre el que recaía gran parte del
poder que dicho príncipe conseguir ir asumiendo. Los conflictos
bélicos(profesionalización) y el desarrollo de un jurista competente,
resultaron a la par esenciales en el progreso de todo el conjunto estatal.
En
toda Europa se produjo la pugna por el control, entre la autocracia y el
funcionariado profesional. Característica general de la sociología y particular
de Max Weber, la transculturalidad se nos presenta como una virtud de primer
orden a la hora de analizar elementos de especial relevancia. En este sentido,
la supeditación tardía o temprana del pensamiento teológico a la jurídica
racional, se cita tanto en la cultura hindú, como en la musulmana o en la
occidental gracias al influjo del derecho romano. Otro aspecto, al que dedica
una extensión considerable, es el de la tipología de la que surge un político
profesional. Tradicionalmente cercano al ámbito del derecho, Weber plantea como
circunstancia esencial, una lógica independencia económica que otorgue una
seguridad suficiente como para resistir los envites del futuro.
La del
periodista, es sin embargo una situación peculiar, pues sin poseer una
independencia tal que permita la total despreocupación, existe una creciente
dedicación a la política. La relación de la política con la prensa, necesaria y
arriesgada, se nos presenta como un tema trascendente, que podría dar fruto a
una reflexión más detallada. Por otra parte, la empresa política queda a sus ojos
completamente desmitificada de sus supuestos objetivos históricos, para
presentarse como una agrupación de interesados. De interesados que reclutan, se
presentan y trabajan para conseguir su objetivo electoral, económico y popular.
En ocasiones limita su discurso para no descarriarse de las pautas de la
conferencia, poniendo así ciertas cotas a su intuición y retórica natural.
Intenta alejarse de la diatriba de los partidos y esquemas de poderes, para
ahondar en la problemática del político como persona y ser humano.
Es este
sujeto, el que a través de los órganos que menciona, asciende por las ramas de
un sistema y sus pormenores electorales. Originariamente, parece que los
partidos, a modo de meros sequitos de un candidato, podían oscilar dependiendo de
la condición de su adalid. Posteriormente como modestos clubes políticos,
fueron popularizándose para asumir en sus filas a las clases, primero de la
burguesía, y luego del proletariado. En este estadio histórico de la formación
de los partidos, el único político profesional es el periodista, y el único
órgano permanente su periódico. Brevemente después, la consolidación de los
partidos en manos de los notables que sustentaban su economía, consiguió su
pleno funcionamiento, manteniendo un esquema empresarial permanente. Resulta
lícito, según el autor, proclamar hoy una dictadura basada en la emotividad de
las masas.
La ácida crítica en manos de un pensador sagaz, no se limita a lo
mencionado, y destaca, especialmente, la hipocresía de un sistema que no rechaza,
sino que analiza de forma fría y singular. Vilipendiando sutilmente, define a
los partidos modernos, como “empresas fuertemente capitalistas, organizadas de
arriba abajo y apoyadas en clubs, jerárquicamente organizados, cuya finalidad
es la de obtener beneficios económicos, mediante el dominio político de la
administración”.
No se puede decir de forma más límpida. No obstante, la
situación está modificándose ante la creciente consolidación de una forma
electiva de funcionarios, basada en pruebas de carácter capacitatorio, lo que
conllevará cambios sustanciales. Las opciones de un Weber desencantado en gran
parte de la política de su época, quedan reducidas a las de una democracia
caudillista con una enorme e inhumana máquina burocrática, o la dominación de
los políticos profesionales sin vocación ni cualidades de paladín.
Dichos
profesionales, ascienden por encima de la acción habitual del individuo, para
situarse en una dimensión de transcendencia mayor, basada en la facultad de
poder que les otorga la legitimidad histórica de sus ciudadanos y la conciencia
de la regencia de los destinos. También aludiendo al político, Weber, propone
tres cualidades esenciales: Pasión, responsabilidad y mesura. Pasión, no como
“excitación estéril”, sino como entrega ha una causa. Mesura, como capacidad
para permitir una comprensión profunda de los acontecimientos sin perder la
calma y serenidad.
El trivial enemigo, que azota a políticos, como una de sus
principales adversarios, es la vanidad, fatal oponente de toda causa. No
despreciables son tampoco, la tenencia de objetivo, o la asunción de
responsabilidad, a la hora de luchar positivamente por un principio. El
análisis de las formas políticas, le lleva a preguntarse a cerca de la
naturaleza de la acción política y su funcionamiento. En este sentido, la
interrelación causa-efecto, y el hecho de que la consecuencia raramente se
acerca a los objetivos señalados, aparecen como elementos principales. Un punto
decisivo dentro de su primera parte, se centra en la orientación de la ética en
sus dos posibilidades de acción.
Por una parte, la “ética de la convicción”
entendida como la posibilidad de poner en práctica una política real basándose
en consideraciones abstractas e ideales. Por otra, encontramos la “ética de la
responsabilidad”, concebida como el ejercicio versado en una política
fundamentada en una percepción práctica de las acciones, orientadas hacia la
finalidad sin moralizar sobre los medios.
Los sujetos inclinados a una aplicación de convicción
respecto a la política, afirma Weber, no comprenden el absurdo universo ético
que por doquier reina. La irrupción en el mundo de la moral, del pecado
original, permitía cierta legitimación de la violencia como medio de
salvaguarda del alma y la virtud. Desde los inicios del calvinismo, el uso de
la fuerza en defensa de la fe estaba más que justificado, y es que en la
dimensión política, toda acción está condicionada por el medio exclusivo de que
se hace partícipe; la violencia legítima en manos de corporaciones humanas.
Las
advertencias entorno a las contradicciones éticas que la política plantea,
destacan por su peligrosidad a la hora de mantener la entereza propia del
político en momentos de presión o crisis. Los poderes diabólicos que menciona,
no tienen otra finalidad que confirmar el riesgo que toda política
irresponsable y carente de percepción consecuente puede llegar a tener. No se
trata de adquirir una frialdad inhumana, pero si, de saber afrontar el futuro
con una capacidad educada para soportar las realidades de la vida. Desde ese
punto de vista, las dos éticas mencionadas, no son irreconciliables, sino que
tienen que entrar en conjunción en todo aquel hombre que se precie de tener
cualidades y vocación políticas. La política consiste en una tenaz y constante
aceptación de la dureza y estío de la vida, que acompañe a la firmeza de un
proyecto común.
En la segunda parte del libro, “La ciencia como vocación”,
comienza con una reflexión en torno a las posibilidades de acceder a un puesto
de investigación dentro de los sistemas universitarios vigentes. Cotejando
principalmente el modelo norteamericano con el Europeo (entendiendo por estos
el Francés y el Alemán) Los procesos de selección, injustos en muchos casos, e
insuficientes en otros, dan paso a la errática
selección de un grupúsculo parcialmente incompetente. Cuando el
nombramiento proviene de esferas políticas o de cualquiera otra influencia,
tendrá un resultado mediocre y nefasto.
Todo sujeto que se sienta atraído por
la vida profesión académica, debe tener en cuenta que es una tarea en la que la
sapiencia es solo una parte ,(y no necesariamente la esencial) puesto que la
capacidad de transmitir resulta un factor de primer orden si tenemos en cuenta
que la tarea dogmática está enfocada a la transmisión de conocimiento(no solo
datos) lo que nos lleva a comprender que se nos está hablando de una labor en
que la entrega debe ser incondicional y completa para con unas mentes que en
todo dependen de nuestra capacidad. Cuando se sentencia que un profesor es
nefasto, se trata de una manifestación de su incapacidad académica y no de sus
conocimientos, aptitudes o calidad como persona.
Desde antaño se compaginaban
en las universidades, la labor docente con la pura investigación, y el hecho de
que ambas aptitudes se diesen en un solo individuo, era pura casualidad (si es
que se daban) Solo mediante una especialización, carente de la visión global
que exige la docencia, se puede acercar un investigador a un momento de los
pocos en su vida en que tomará consciencia de que ha alcanzado algo que
perdurará como su huella en el tiempo. En este sentido, Weber afirma, que es la
pasión y no otra, la cualidad primaria que un científico debe poseer para
alcanzar el sentimiento de eternidad paciente y observadora que parece
indispensable.
La naturaleza profunda del descubrimiento y la inspiración
mágica del hombre, se reflejan en las horas de estudio y asimilación superadas
por una intuición ajena a toda presión o apremio. La ocurrencia ocasional, no
puede sustituir al compromiso constante, pero el trabajo y la pasión, si pueden
favorecer la aparición de la originalidad espontánea. En cualquier caso, la
inspiración no surgiría si no se tuviera a la espalda, horas de labor firme
ante las preguntas abiertas. A este respecto, la similitud con el campo
artístico, parece obligada, pues mientras divergen en multitud de elementos,
podemos afirmar que los procesos psicológicos, si se transpolan.
Ligado con la
trascendencia de los anteriores conceptos, llegamos a la cuestión del sentido
de la ciencia. La finalidad práctica, solo tiene sentido dentro de un hombre
meramente práctico. La intelectualización crecientes dentro del marco
científico, no significan en principio un mayor entendimiento de las
condiciones generales de nuestra vida, es decir, el sino de nuestra existencia.
El significado de esta maquinaria de raciocinio, no es otro del de que se nos
presente un mundo alejado de los imprevistos y de las eventualidades.
Con el
monstruoso avance de la ciencia y de los saberes existentes, el hombre queda privado
del único sentido que podía otorgarse a la muerte, la saciedad de lo vivo. Para
los jóvenes, los intentos de crear abstracciones a las alturas de las
circunstancias que un acontecimiento como la muerte merece, lleva sin embargo a
una infructuosa pérdida. Los instrumentos científicos como meras extensiones
del sentido primitivo del progreso: la experimentación, no desvela en su fondo,
más que la alejada relación con Dios de todas estas cavilaciones.
Citando a
Tolstoi, “La ciencia carece de sentido, pues no tiene respuesta a las únicas
cuestiones que nos importan, las de que debemos hacer y como debemos vivir” La
concepción de los dioses de Weber, llega en este punto a su clímax, al afirmar
que los antiguos mitos deificados, hoy reconvertidos en poderes impersonales,
quieren dominar nuestra vida y comenzar así su consabida lucha. Retornando al
tema de la docencia de alto nivel, surge la responsabilidad del maestro, como
una circunstancia de primer orden que no puede dejar sin reflexionar.
El
silencio al que está condenado el oyente en clase, la personalidad imperativa
del docente, son factores que no dejan indiferente a la forma de la sociedad
que va perfilándose según progresen estos aspectos. La imparcialidad, la
objetividad más impertérrita debe surgir espontáneamente de un sujeto versado
en las artes del pensamiento y la libre evolución de las potencialidades
humanas. La discrepancia entre ciencia y religión es insalvable a efectos
reales, y la fidelidad a uno mismo, aparece como única guía en las circunstancias
que se nos presentan.
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