Puede que no exista otra
palabra tan ambigua como la palabra libertad. Lo grave del asunto es que la
gente la utiliza constantemente, muy a la ligera. Si se quiere reivindicar
algo, se hace en nombre de la libertad. Si se quiere justificar algo, ahí está
también el argumento de la libertad. Ya es un término generalizado actualmente,
pero la verdad (si existe esta), es que no es algo tan fácil y absoluto.
Aunque he partido de esta
premisa de la profundidad del término, lo cierto es que siempre que se utiliza
dicha palabra, la gente se entiende. Se produce comunicación dentro de la
incomunicación. Todos esos usos incorrectos tienen un algo de coherencia
(¿quién no lo tiene?), pues siempre habrá una connotación común.
En esencia esta palabra
significa capacidad de escoger según tu propia voluntad. Para la gente no es un
término filosófico sino un concepto más integrado en su vocabulario. Y es partiendo de esta vaga
definición, desde donde se puede analizar, desde diversos planos, la libertad.
Primer Plano: El hombre más libre que el perro.
El primer plano posible para
analizar la libertad será siempre la libertad en cuanto a condiciones
externas. Y creo que no hay situación más clara y radical de ausencia de “libertad”
como la que se narra en el libro que he leído: “El hombre en busca de
sentido” de Víctor E. Frankl.
Cualquier cosa se puede
mirar de varios modos. Por supuesto que hay casos de libertad dentro de la
no-libertad, y viceversa. Eso se debe a que este concepto es casi infinito y
aplicable a cada situación, y dentro de cada una de ellas, hay varias formas
de verla. Por eso una persona puede ser “no-libre” en cuanto a que está en
la cárcel, pero dentro de ella puede tener concesiones y capacidad de elegir.
Está cambiando constantemente el punto de vista. Incluso teniendo en cuenta que
estamos hablando sólo de un plano de la libertad (el más superficial), dentro
de este hay un montón de casos distintos, uno por cada situación que valoremos.
No creo que exista la libertad absoluta en cuanto a condiciones externas, ni
tampoco la no-libertad absoluta.
Pero el ejemplo del campo de
concentración sí que es casi “absoluto”. Tu capacidad de elegir qué hacer en
cualquier momento y cualquier situación desaparece casi completamente. Eres
prácticamente una marioneta en todo momento de lo que te digan. Pero este es un
caso excepcional y que no me sirve ahora mismo para transmitir mi idea.
Cuando a cualquier persona
de la calle se le pregunte ¿quién cree que es más libre, el hombre o el perro?
La mayoría dirá que el hombre. Desde mi punto de vista tienen razón, aunque
sólo si se mira desde este punto de vista superficial.
Efectivamente, el perro
vive bajo posesión de alguien, y el hombre común no. Bueno, matizando, el
hombre vive bajo “la democracia” o bajo ”el estado”, pero estos en todo caso
son instrumentos creados por él. El hombre no tiene dueño, no tiene que
obedecer a alguien. La última decisión es suya. El perro, aunque constantemente
está haciendo cosas, nunca se podrá zafar de ese peso que supone pertenecer a
su dueño, y que en cualquier momento le puede exigir cosas que él no quiere.
El resumen de este primer
plano es que el hombre siempre es el que elige sus actos (por
ello la famosa frase de “el hombre está condenado a ser libre”), y el perro no
siempre.
Pero matizo que esta frase
sólo sirve para animales domésticos. Los animales salvajes tampoco tienen
dueño, por lo que en cierta manera se podría decir que están igualados al
hombre.
Segundo Plano : ¿Quién es más libre que quién?
Si pasamos a un siguiente
plano un poco más profundo, en principio (y subrayo en principio), el hombre
sigue siendo más libre que el perro. Este plano es el plano del pensamiento,
del interior. He ahí la auténtica semilla de la voluntad.
No es mentira cuando se dice
que lo único realmente libre que tiene el hombre es el pensamiento. Forma parte
del “yo”, y sea cual sea la situación externa, siempre uno tendrá el
autocontrol. Es un plano que supera al externo.
Los prisioneros del campo de
concentración, a pesar de todo, seguían siendo libres. Tenían su propia
capacidad de pensar, de opinar de todo lo que les rodeaba. Que estén ahí no
querría decir que estén a favor de ello, ni a favor de la situación política de
Alemania, ni de la guerra. Se podían crear su propia opinión sobre todo lo que
les rodeaba. Podían apreciar u odiar a un guarda según su propio juicio, a
pesar de que no podían expresarlo y de que tenían que obedecerle en todo
momento. Por dentro sigues siendo libre, aunque por fuera sea totalmente
claro que no lo eres.
Aunque no conozco la
estructura mental del perro, creo que, mirado a través de la experiencia, el
perro es mucho menos libre que el hombre en el sentido interno. Su universo es
mucho más limitado. Al perro se le puede amaestrar fácilmente, y amaestrar
no es obligar. El perro estará “encantado” de hacer aquello que previamente
le ha dicho su dueño, siempre y cuando este antes le haya “programado”. Nadie
le obliga a saludar cuando su dueño se lo pide “amablemente”. El hombre es un
ser complejo, mientras que el animal es un ser simple y de muy fácil
manipulación interna.
Por tanto, este segundo
plano del pensamiento parece sencillo. El pensamiento del hombre es lo único
absolutamente libre, más allá de su situación interna.
PERO, todo no es así de
fácil ni así de absoluto. He dicho que el hombre es libre para pensar, para
opinar...pero ahora entramos en la pregunta de ¿lo que piensa el
hombre, lo piensa libremente? Ahora
no queda todo tan claro. Es posible que el perro, tan simple él y tan
“mecánico”, sea más libre que el complejo hombre.
Aquí es cuando el concepto
voluntad se vuelve menos claro que antes.
Desde mi punto de vista, las
decisiones del hombre (aquellas que a primera vista parece que salen de
“él”), no siempre salen de su propia voluntad, si es que existe
esta. Tres son las causas: lo que ha vivido, “la adaptación social”, su
auto-imagen y su subconsciente (y otras emociones un poco más conscientes).
Está claro que dependiendo
del tipo de vida que haya llevado una persona, eso influirá
determinantemente en sus pensamientos, opiniones y decisiones. Y me refiero a
“tipo de vida” tanto a una que no ha dependido de la persona (determinismo)
como a lo que sí ha dependido de ella. Absolutamente todos partimos de una
posición distinta. Nuestras opiniones no partirán en igualdad de condiciones.
Si un hombre ha vivido toda
su vida, desde su nacimiento, en unas condiciones determinadas, tendrá una
opinión muy distinta de aquel que no haya vivido siempre en esas condiciones. Y
estas condiciones pueden ser la pobreza o el haber vivido siempre en prisión y
no conocer nada más. Por ejemplo. Probablemente esto también
le ocurra al perro.
El siguiente factor que
mencioné fue la “adaptación social”. El hombre es un ser social,
necesita de los demás para todo, incluso para establecer su propio “yo”.
Creo que el hombre en todo
lo que piensa, siempre tiene en cuanta a los demás. Nunca va realmente “a
su bola”. Como diría Sartre, el hombre es una fachada para los demás. Los demás
son los que crean mi yo.
En cualquier acto, decisión,
opinión, pensamiento, gustos, etc...siempre veremos de reojo a los demás. A
veces influye más directamente, otras más inconscientemente, pero es imposible
(o muy difícil) deshacerse de ese factor. Las cosas no son tan de decisión
propia como se cree. El perro en este sentido es
mucho más libre que el hombre. No mira a los demás perros antes de actuar, ni
de elegir, ni de pensar. Ojalá fuéramos como ellos.
Quizá el tercer factor que
mencioné, la auto-imagen, esté estrechamente ligada a los otros. La
auto-imagen es para mí todo lo que no es carácter propio, y a veces también
carácter propio, pero “forzado”. Me explico: carácter propio, pues es simpatía,
capacidad de ser influenciado, fortaleza ante las adversidades, etc...
Auto-imagen son la ideología, la religión, el grupo social en el que te sientes
identificado, tus valores en muchos temas... Esa auto-imagen que el hombre
posee de sí mismo, y que no forma parte de su personalidad más intrínseca,
influye también en la “libertad” de su pensamiento. Hay que pensar de una
determinada manera ante un hecho porque “soy conservador”, porque “soy
liberal”, porque “soy contestatario”, etc.
¿Y de qué depende esta auto-imagen de cada uno? Pues, en gran medida, de
los demás, de la sociedad. Otra vez.
El último factor que
mencioné y que influía en nuestro pensamiento, y creo que de una manera
exagerada y tan vasta que incluso la desconocemos, es el subconsciente.
La verdad es que este factor podría sobrar, porque al fin y al cabo sí que sale
de mí mismo. Pero si hablamos de voluntad o pensamiento, hablamos de algo
consciente, y el vasto subconsciente es algo fuera de mí, algo que somos
incapaces de controlar. Ahí pueden haber contenidos provenientes de
todas partes. Y creo que también está bastante claro que el subconsciente
influye determinantemente (incluso ordena) en lo que piensa el hombre a nivel
consciente. “Somos esclavos del subconsciente, de una fuerza que me supera”.
Bueno, y ya para acabar, no
siempre es el subconsciente lo que nos supera, sino que a veces es cualquier
tipo de sensación de lo más común, como el miedo. ¿Quién es libre de una
misma manera con miedo o sin él?
Ahora mismo parece que el
simple y mecánico perro es más libre que el hombre.
Tercer Plano: El hombre más libre que el perro (otra vez).
¿Pero seguro?
Este tercer plano se aleja
un poco más de los dos anteriores, pero creo que es donde, de manera más
auténtica, el hombre puede demostrar que es libre. Y es en la forma de ver
las cosas, pero no me refiero a ver las cosas como he explicado en el punto
anterior.
Lo más destacable del libro
leído, es para mí la explicación de Frankl de qué es el modo de ver en un campo
de concentración. Es sobresaliente.
Cada situación externa
produce en los hombres un tipo de reacción o de respuesta más o menos
determinada. Sé que esto depende, pero en el caso del campo de concentración la
reacción psicológica de todo quien esté ahí no variará mucho.
Estas serán
tristeza, dolor físico y espiritual, suceptibilidad, alteración, irritación,
ganas de morir, desesperanza... Es algo lógico y justificado. Pero seríamos
perros de Pavlov si sólo fuéramos capaces de responder con una reacción
(lógica) ante cada “estímulo externo”. Perderíamos nuestro propio “yo”, nuestra
libertad se esfumaría ya por completo.
Pero realmente lo más grande
que tiene el hombre, donde realmente puede ser capaz de expresar su fortaleza
interior, donde más fuertemente puede mostrar su libertad, es en la superación
de todo eso. Es ser dueño de tu propia forma de ver, mantenerse dentro de
sí ante la insoportable presión que le meten desde fuera.
He ahí la auténtica
libertad, lo que diferencia determinantemente al hombre de cualquier animal. Un
animal sólo funciona por causa-efecto. Se le puede amaestrar o se le puede
acostumbrar, por lo que no será la misma reacción en cada animal, pero siempre
reaccionará de una manera “normal” y previsible ante cada cosa. Por ejemplo, un
animal acostumbrado a que le den de comer bien, reaccionará de una manera
tranquila ante la posibilidad de cazar. Vale, no es lo típico, pero reaccionará
de esa manera. Siempre.
Frankl en el campo de
concentración aprendió a ser imprevisible, a ir contracorriente.
A reaccionar psicológicamente de una forma distinta a la previsible. Eso fue un
símbolo de su libertad interna. Tener esperanza, valorar positivamente (todo
como una forma de aprender), buen humor... ¿Hay ejemplo más claro de la
libertad interna del hombre en las condiciones más extremas?
Ese es un argumento que
servirá a muchos, pero creo que aún siguen habiendo dudas sobre el tema. Estas
surgen por los argumentos que di en el “segundo plano”, como el subconsciente o
la experiencia de vida. Y estas dudas demuestran otra vez que la libertad es un
concepto complicadísimo.
Es posible que ese “ir a
contracorriente” de Frankl en el campo de concentración no sea una postura
personal puramente libre. Nosotros entendemos la palabra voluntad como un paso
previo a la decisión. ¿Es posible que la voluntad sea también un paso previo a
un pensamiento, a una opinión, a una postura psicológica?
Es complicado. Es
posible que Frankl, antes de reaccionar psicológicamente de ese modo, se haya
“dicho a sí mismo”: “voy a reaccionar de este modo”. Puede que haya sido un
acto voluntario y no automático....y ahí entrarían los factores que influyen en
la voluntad del hombre que antes mencionaba. Quizá ese “ir a contracorriente” o
“ver las cosas positivamente” se debieron a alguna causa externa anterior, a
algo que sucedió (algún detalle, alguna experiencia vivida) que le hizo ser
capaz de mirar las cosas de esa manera.
Nunca se sabe, y como he
dicho, es un tema complicadísimo. El hombre es prisionero de sí mismo.
EL SUFRIMIENTO
En este libro se hace un
tratamiento al tema del sufrimiento de una manera nueva para mí, y creo que es
probablemente la segunda cosa que más me ha gustado del libro.
El sufrimiento era la gran
lacra de los prisioneros, era ese peso de encima que tuvieron más de cuatro
años y que deseaban que se acabe en todo momento. Era la pesadilla. Cualquier
cosa podía tener sentido menos esa.
Frankl, médico psicólogo,
“aprendió a verlo” de otro modo. Aprendió a encontrarle un sentido, a
considerarlo como fin en sí mismo y no como una fase absurda de su existencia.
Y no hay que malinterpretar la palabra “fin”, no me refiero a fustigaciones o
caminatas.
El sentido que adquiría el
sufrimiento era un sentido de fortalecimiento interior. Una fase horripilante
de tu vida de la que sales fortalecido, y sin duda que te hará ver las cosas
distintas el resto de tu vida. Del sufrimiento se puede sacar cosas positivas,
simplemente hay que aprender a hacer una valoración sistemática positiva de las
desgracias. De todo se puede aprender. Cuando esos prisioneros volvieron a sus
casas, seguro que ninguna adversidad en el resto de sus vidas les causó el
efecto psicológico que les hubiera causado antes de su experiencia en el campo.
Salían más fuertes y seguro que disfrutaban más de la vida. Incluso creo que el
dolor físico les haría menos efecto que antes, pero es sólo una opinión.
Pero la auténtica novedad
del libro, el motivo por el cual emociona (porque del sufrimiento como medio
para “madurar” se ha hablado mucho anteriormente), es que el sufrimiento
adquiría sentido incluso dando por hecho que la situación de los prisioneros no
iba a cambiar jamás, que iban a morir así. Esto demuestra que el sufrimiento
puede ser un medio para enriquecer el alma y la propia personalidad. La
auténtica auto-superación, sea cual sea tu condición externa. La dignidad pura
del ser humano. Si alguna vez existe o existirá un super-hombre, será éste:
aquel que sea capaz de superar lo que le echen.
En el fondo es una expresión
más de la libertad interna del hombre, pues se deshace tanto de la situación
externa en la que se encuentra, como de la influencia de los demás, como de su
auto-imagen. Ya no importa el resto del mundo, ya no importa el futuro, sólo
importa él mismo.
Por tanto, y como
conclusión, el tratamiento del sufrimiento en el libro es el de medio para encontrarte con tu propia esencia.
Da igual dónde estés y dónde estarás.
Una conclusión sencilla,
desde el punto de vista antropológico, es que el sufrimiento es una emoción
más. No es algo que se produzca fuera del hombre sino dentro de él. El hombre
es capaz de controlar lo que externamente se entendería como “situación que
produce sufrimiento”.
Puede que la peor de las
situaciones posibles no nos lo produzca, mientras que una situación “alegre” o
favorable sí que lo haga. Todo eso pertenece al mundo de las emociones, un tema
tan complejo, o más si cabe, como la libertad.
¿Hay misterio mayor que el
hombre?
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