Actualmente podemos hablar de diferentes sistemas políticos
democráticos según atendamos a distintos criterios. En este sentido, si
seguimos la línea de criterios territoriales encontraremos países mucho más centralizados
frente a otros en los que sus diferentes componentes territoriales disfrutan de
una mayor capacidad de decisión o autonomía, como puede ser el caso español. Si
optamos por otro criterio como, por ejemplo, el régimen político imperante,
podremos hablar de monarquías o repúblicas, etcétera.
Lijphart elabora una síntesis de todas las estructuras y
variedades que podemos encontrar bajo el término o situación de democracia. En
los años de la década de los sesenta, cuando Lijphart hace este trabajo,
cuestiona que el modelo ideal de democracia fuese el británico, tenido por casi
perfecto en aquellos momento por haber resultado el más estable de todos.
Lijphart analiza otras democracias de pequeños países europeos a los que hasta
entonces se les había prestado una menor atención pero que presentaban una
peculiar característica: se trataba de sistemas políticos que presentaban una
enorme heterogeneidad social, muy compleja por tanto, donde los problemas
centro – periferia, las diferencias religiosas, los conflictos entre clases
sociales y también los enfrentamientos entre el campo y la ciudad estaban muy
presentes. Frente a ello, en Inglaterra, prácticamente la única línea de
conflicto era la social (división entre la izquierda y la derecha). En base a ello,
Lijphart se pregunta por qué estos sistemas políticos democráticos, a pesar de
sus enormes, variadas y abundantes diferencias internas, se mantenían estables.
Algunos de los países a los que se refiere Lijphart, tan
heterogéneos pero a su vez tan estables, eran, por citar algunos, Suiza,
Bélgica u Holanda. Ésta es, por tanto, la cuestión que motiva el trabajo de
Lijphart y que le llevará a establecer una tipología de sistemas políticos
democráticos.
La respuesta que él ofrece es que en estos países se sigue un
modelo de democracia diferente al modelo británico; con ello, también ofrece
cuatro características básicas de lo que él denomina “democracia de consenso”:
1.
En todos
y cada uno de los casos tratados por Lijphart se trata de sociedades presididas
por la heterogeneidad social y profundamente divididas por diferentes líneas de
conflicto que acaban por definir grupos cerrados.
2.
Todos
estos países cuentan con una élite política con una clara orientación o actitud
negociadora que siempre busca el consenso si bien, el hecho de que se trate de
pequeños países favorece la cercanía de las élites políticas.
3.
El
criterio de proporcionalidad. Semejante pluralidad social sólo puede ser
gestionada eficazmente si en todas las instituciones políticas está también representada
dicha diversidad de forma proporcional a su importancia numérica o cuantitativa
social.
4.
La
trascendencia del veto. Tomar una decisión mediante el consenso o acuerdo de
todas y cada una de las partes implicada implica a su vez que, si al menos una
sola de esas partes no está de acuerdo con la decisión mayoritaria, posee la
capacidad de vetar tal decisión, Esto ocurre con las “grandes decisiones”;
otras, sin embargo, son tomadas por mayoría.
En base a su observación y a todo lo anteriormente mencionado,
Lijphart estable toda una serie de claras diferencias entre sistemas políticos
democráticos mayoritarios (democracias mayoritarias) y sistemas políticos
democráticos de consenso (democracias de consenso) que, grosso modo, son las
siguientes:
·
En lo que
respecta al grado de concentración de poder, la democracia mayoritaria tiende a
gobiernos monocolor frente a los gobiernos de coalición que suelen presidir las
democracias de consenso.
·
En las
democracias mayoritarias, el poder ejecutivo suele primar sobre el poder
legislativo ya que el primero controla al parlamento mientras que en las
democracias de consenso el equilibrio es casi absoluto.
·
El
parlamento en los sistemas políticos democráticos mayoritarios puede ser
bicameral asimétrico o unicameral frente a las democracias de consenso donde el
parlamento siempre es bicameral.
·
Por lo
que respecta al sistema de partidos, el bipartidismo es la tendencia en las
democracias mayoritarias pues suele “premiarse” al partido más votado con el
fin de lograr “mayorías estables” sin embargo, el multipartidismo es la nota
inequívoca en las democracias de conseso.
·
Del
mismo modo, las leyes electorales de las democracias mayoritarias y de las
democracias de consenso son mayoritarias o proporcionales respectivamente lo cual
favorece bien los gobiernos monocolor en el primer caso, bien los gobierno
multicolor o de coalición en el segundo caso.
·
Los
sistemas de partidos se articulan, en el caso de los sistema políticos
democráticos mayoritarios, en base a un único clivaje, el clivaje
socioeconómico, mientras que en las democracias de consenso el sistema es mucho
más complejo pues entran en juego otros clivajes como el étnico, religioso,
etcétera.
·
Del
mismo modo, la organización territorial será centralizada o federal según nos
refiramos a democracias mayoritarias o democracias de consenso respectivamente.
·
Por
último, la Constitución Las democracias mayoritarias (especialmente el ejemplo
británico en el que se fija Lijphart, carecen de Constitución escrita mientras
que las democracias de consenso poseen una Constitución escrita que refleja ese
derecho o poder de veto de la minoría antes citado y tan importante para la
consecución de consensos.
Como hemos podido observar a lo largo de este texto, una de las
diferencias más trascendentales entre sistemas políticos democráticos
mayoritarios o de consenso son esas “líneas de conflicto” en el seno de la
sociedad de un país, los llamados “clivajes políticos” o líneas divisorias
claras entre grupos sociales. Para que exista un clivaje es necesario que se
den tres aspectos:
o
El
elemento social (clivajes campo – ciudad, izquierda – derecha, etcétera)
o
El
elemento ideológico pues cada lado de un clivaje desarrolla determinados
valores.
o
El
elemento organizativo ya que cada bando de un clivaje desarrolla también sus
propias organizaciones políticas.
El único clivaje presente en absolutamente todos los países
europeos es el clivaje sociológico izquierda – derecha. En España, por ejemplo,
dos grandes clivajes articulan la vida política: el clivaje socioeconómico o
sociológico izquierda – derecha y el clivaje territorial nacionalismo –
constitucionalismo.
De esta forma, los tipos de clivajes presentes en una democracia
determinarán el sistema de partidos de ese sistema político democrático de tal
forma que, si sólo existe una línea de conflicto, surgirá el bipartidismo y los
electores se alinearán en uno u otro lado de dicho clivaje en el caso de las
democracias mayoritarias.
Por el contrario, la existencia de diversos clivajes como son el
sociológico, religioso, territorial, etcétera, dará como resultado el
multipartidismo en el que, en función de cada uno de esos clivajes, surgirán
los distintos partidos políticos y los ciudadanos se alinearán en uno u otro de
entre todas las opciones disponibles.
Para que se de un multipartidismo se precisa a su vez un sistema
electoral proporcional, mientras que el sistema democrático mayoritario,
además, refuerza a la mayoría, como antes ya mencionábamos, en la búsqueda de
una mayoría parlamentaria estable y, por lo tanto, perjudicando a las minorías
que, en muchos casos, incluso llegar a dejar de estar representadas en los
parlamentos.
Ambos modelos de democracia constituyen sistemas parlamentarios es
decir, será la mayoría parlamentaria la que elija finalmente al presidente del
gobierno o primer ministro. En el caso de la democracia mayoritaria, uno de los
dos partidos acabará por obtener mayoría absoluta (la mitad más uno, como
mínimo) dando así lugar a un gobierno monocolor. Frente a ello, en los casos de
multipartidismo (democracias de consenso) es el parlamento el que elige al
presidente (sin mayoría absoluta) por lo que su legitimidad depende del propio
parlamento el cual, podría retirarle su confianza llegado el caso.
Otra diferencia de gran importancia que antes mencionábamos entre
democracias mayoritarias y democracias de consenso es la relación existente
entre los poderes ejecutivo y legislativo. En el primer caso, bipartidismo, el
primero (gobierno) domina al segundo (parlamento) al poseer la mayoría absoluta
sin embargo en las democracias de consenso el equilibro es mayor dado que el
gobierno multicolor (de coalición) precisa del apoyo del parlamento.
Lijphart también estableció la diferencia entre las democracias
mayoritarias y las democracias de consenso en base a una serie de indicadores
cuya mayor o menor presencia, según el caso, favorecen más a las democracias de
consenso: la gestión macroeconómica, la violencia política, el porcentaje de
participación electoral que concede mayor o menor legitimidad, la proporción de
mujeres en los gobiernos, el nivel de corrupción, la “distancia” entre
representantes y representados, el grado de satisfacción ciudadana con el sistema,
la responsabilidad gubernativa (número de crisis de gobierno) o los tipos de
políticas llevadas a cabo.
Distintos tipos de democracia, mayoritaria o de consenso, darán
lugar a diferentes resultados.
En general, ¿hasta qué punto la estructura política de un país
tiene efectos desde el punto de vista de su desarrollo económico?
El desarrollo económico provoca y fomenta la aparición y
consolidación de la democracia, dicen algunos autores pero, la cuestión ahora
es exactamente a la inversa: la democracia como instrumento que favorece el
desarrollo económico.
Esta es la pregunta que se hace la literatura que versa sobre la
“gobernanza” y en la que, el estudio de Lijphart tiene gran influencia: hasta
qué punto la forma de gobernar incide en el desarrollo económico.
Tres elementos forman parte de la manera de gobernar o
“gobernanza”, muy relacionados con el trabajo de Lijphart.
En primer lugar, el proceso mediante el cual los gobernantes son
elegidos, controlador y, llegado el momento, sustituidos.
En segundo lugar, la capacidad de los gobernantes para manejar los
recursos eficientemente y para tomar decisiones. En este punto la existencia de
una mayoría absoluta monocolor o una mayoría multicolor de consenso tiene una
gran incidencia.
Y en tercer lugar, el respeto de los ciudadanos por el Estado y
por las instituciones que les gobiernan, es decir, situaciones en las que los
electores tienen confianza en la manera en que funcionan sus instituciones.
Todo lo anterior tiene, evidentemente, un efecto sobre los
diferentes indicadores de desarrollo económico como son el PIB (producto
interior bruto) per cápita, la mortalidad infantil, la esperanza de vida,
etcétera.
Así, nuestra pregunta anterior, obtiene una respuesta positiva: la
forma de gobernar y, por tanto, el sistema político, incide en el desarrollo
económico.
Todo este planteamiento responde a una multicausalidad: la
elección, las medidas tomadas por los gobernantes (eficacia y eficiencia) y la
propia cultura política son tres elementos que bien podrían darse, o no, por
separado.
En conclusión, Lijphart deduce dos modelos diferentes de sistemas
políticos democráticos, el mayoritario y el de consenso, a la vez que
desentraña sus causas y también los elementos que los caracterizan todo lo
cual, a su vez, índice de forma decisiva en el desarrollo económico de un país
y, en definitiva, en su bienestar y estabilidad.
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