Realidades, críticas y reflexiones sobre la Transición Demográfica...

La problemática de la Teoría de la Transición Demográfica nos sitúa ante la tentativa de explicar el cumplimiento de sus presupuestos para una parte del mundo que representa el 90% de la población. Se ha estimado que la Teoría no es más que una interpretación de momentos decisivos de cambio en la evolución demográfica. No se trata, por tanto de un sistema de relaciones coherentes y explícitas que permita realizar una serie de predicciones o deducciones sobre ulteriores dinámicas demográficas. Desde esta posición, la Teoría como tal es insatisfactoria.

Nos encontramos, por tanto, con una descripción sintética de regularidades aparentes del pasado, ya que entre sus análisis aparece la relación entre población y crecimiento económico. La Teoría establece una serie de fases y pasos, correlacionando el desarrollo económico con la evolución de las variables demográficas en una escala de transición. En otras palabras, se trata de la relación entre desarrollo económico y cronología del descenso de las tasas vitales. Para algunos autores como Arango, la teoría falla por el monopolio causal de los factores económicos en su rol de protagonistas de la alteración de las pautas de natalidad y mortalidad.

La Teoría falla: Hajnal y los regímenes demográficos europeos...

La natalidad en la Europa de la Edad Media presenta niveles inferiores a los que se pensaba. En el occidente europeo, Hajnal estimó que se reproducía un régimen de baja presión demográfica, caracterizado por una edad media elevada de acceso a las primeras nupcias y niveles de celibato permanente relativamente elevados. La edad en este tipo de matrimonio tardío superaría los 25 años y el porcentaje de soltería partiría de un mínimo del 10%, siguiendo las argumentaciones malthusianas sobre los "preventive checks" y constituyendo quizá una primera Transición Demográfica. Una línea imaginaria que recorrería el mapa del continente desde Leningrado a Trieste, ha sido dibujada por este autor para establecer las diferentes pautas o regímenes de presión. En el Este de Europa, es decir, en la zona oriental, la característica predominante es la presencia de un régimen de alta presión demográfica con matrimonios tempranos y universales y edad relativamente baja de contracción de primeras nupcias. Algunos autores han señalado que el crecimiento demográfico de Inglaterra en 1700 se debe al descenso de la edad de acceso al matrimonio y la disminución del celibato, motivados ambos por momentos de prosperidad económica, aumento de los salarios y progreso agrícola. De este modo, se está concediendo gran importancia al aumento de la demanda de trabajo, a la disminución de las contingencias preventivas y al aumento de la natalidad. Krause y Petersen señalan que el primer crecimiento demográfico es esencialmente un aumento de la natalidad. Este argumento debe contrastarse con la tesis que señala que los matrimonios tempranos tienen como consecuencia un aumento significativo de la fecundidad, que opera como respuesta a los altos índices de mortalidad juvenil e infantil en algunas zonas europeas de alta presión demográfica. Por otra parte, de seguir las tesis de Malthus, nos encontramos con que el retraso de la edad al matrimonio responde a la necesidad de los cónyuges de recabar un capital mínimo suficiente para el ulterior progreso y mantenimiento de la familia y los descendientes. Estos argumentos se complementan con la constatación de restricciones al matrimonio impuestas por las administraciones y autoridades públicas en algunas zonas de Europa occidental, como en Alemania y Suiza durante el siglo XIX.

Queda aún una zona intermedia, la zona mediterránea, cuyas pautas de nupcialidad han sido estudiadas por B. Cachinero y otros autores. Cachinero parte de la explicación de Hajnal sobre el European Marriage Pattern, correspondiente al modelo europeo de matrimonio que se identifica con las pautas sociodemográficas del los regímenes de baja presión demográfica. A este modelo de elevada edad al matrimonio, alto porcentaje de célibes, se aproximan algunas regiones españolas, italianas y griegas. Chacinero observa la evolución de la edad media al primer matrimonio en España. El autor extrae de su estudio que en 1887 se puede hablar de European Marriage Pattern, aunque la tendencia no es continua pues no asistimos a esas pautas en 1975. A pesar de todo, el porcentaje de célibes no ha superado el 10% en el período analizado, excepto durante el conflicto civil: la tendencia fue al alza entre 1887 y 1940 y descendente entre 1940 y 1975. En 1887, matrimonio tardío y soltería se presentaban estrechamente relacionados, tanto en el caso de los varones (0´88) como en el caso de las mujeres (0´73). De todo esto Cachinero deduce que el modelo europeo de matrimonio ha formado parte de las pautas de nupcialidad en España. Después se ha ido extinguiendo y se han sustituido los determinantes de la nupcialidad en el siglo XIX por los propios de la Europa del siglo actual. Pérez Moreda por su parte analiza los aspectos demográficos de la nupcialidad en algunas regiones españolas. Para ello parte de la hipótesis de Chaunu que subraya el retraso ibérico en la adopción de la pauta matrimonial común de la Europa del modelo europeo de matrimonio o European Marriage Pattern. La hipótesis se asienta sobre el presupuesto de que el siglo XVI español muestra ya dos siglos de retraso frente a las pautas nupciales europeas, con edades que difieren en cuatro o cinco años menos para el caso español en comparación con casos ingleses, franceses o de los Países Bajos. El estudio de Pérez Moreda sobre algunas regiones gallegas evidencia un desfase entre las edades al matrimonio de los varones y las edades de acceso a las nupcias de las mujeres. La particularidad estriba en que en algunas zonas los varones se casan a una edad más temprana que las mujeres, o, si se quiere, las mujeres se casan a mayores edades que los varones. Este fenómeno en el caso de las mujeres concuerda con el modelo europeo de matrimonio, aun a riesgo de que los datos manejados no reflejen si se trata de primeras o segundas nupcias, dados los altos niveles de emigración de estas regiones al continente americano o ante niveles de viudedad significativos por la incidencia de crisis de mortalidad.

La tendencia general de Galicia es, sin embargo, un modelo de baja edad al matrimonio y alto porcentaje de celibato (motivado este último probablemente por los sistemas de herencia propios de la predominancia de la familia extensa troncal y el alto grado de parcelación de pequeñas y medianas propiedades, sistemas por otra parte corrientes en muchos lugares del norte de la Península: este tipo de sistemas de herencia establece la indivisibilidad de la propiedad y la necesidad de mantener a la familia unida como entidad productora, distribuidora y consumidora de los bienes. La existencia de pequeñas propiedades y muy parceladas, hace imposible que la herencia se reparta a partes iguales entre los descendientes de la casa, pues la propiedad no es lo suficientemente grande como para que una familia pueda vivir en esa porción dividida. Por ello, los sistemas de herencia establecen un heredero, hombre o mujer, que normalmente suele ser el primogénito aunque hay casos de transmisión uterina a la hija menor. En la elección del heredero, sin embargo, se tienen muy en cuenta sus capacidades para llevar la casa. Frente a este heredero universal, el resto de los hermanos solo tiene derecho a una dote, en el mejor de los casos, cuando se marcha de la casa . Si la economía familiar no lo permite, el sucesor será simplemente mejorado con derecho a una parte adicional de la herencia que se repartirá entre el resto de los hermanos. Cuando la economía de la casa no es suficiente para garantizar la legítima, el resto de los no herederos puede no recibir dote, no teniendo más remedio que quedar se en casa para sobrevivir o emigrar a otras zonas pero sin ahorros o herencia. Por todo ello, los niveles de celibato se mantienen altos. La cuestión, en este caso es solamente cultural asociada a la cuestión económica). A pesar de la particularidad, el propio autor duda de que las edades de las mujeres al matrimonio se aproximarán a las del modelo europeo. El modelo de matrimonio castellano ofrece datos significativos: se trata de un caso intermedio de modelo matrimonial donde los hombres contraen matrimonio a una edad media de 24 años con mujeres de una edad media que oscila entre 20 y 22 años. Los niveles de celibato en la Edad Moderna se mantienen, sin embargo, muy similares a los europeos. En el caso femenino, el celibato durante la segunda mitad del siglo XVIII, cercano al masculino por los niveles no sólo de celibato masculino, sino por la emigración. En ambos géneros, la elevada incidencia de la mortalidad adulta en el matrimonio hasta el siglo XIX, se combinaba con la reprobación moral de la institución eclesiástica hacia las segundas uniones. En cualquier caso, como en las regiones gallegas, en las zonas castellanas la nupcialidad entre viudos pudo llegar a ser apreciable y las diferencias de edad entre varones y mujeres según la particularidad descrita quedaría anulada cuando se tratara de matrimonios entre viudos y viudas. A esta tendencia, que puede anular a efectos de análisis la generalización de modelos de matrimonio según las edades medias de los cónyuges al matrimonio, hay que añadir la influencia del factor cultural de la endogamia en aquellas zonas rurales y poblaciones pequeñas reacias a los extranjeros, lo que contrasta con la tendencia contraria hacia la movilidad en las ciudades. El relajo de las constricciones morales de la religión, aumenta, de este modo, los matrimonios entre consanguíneos y afines (en el caso gallego, hay regiones donde se promueven las uniones entre parientes primos-hermanos para evitar la división del patrimonio doméstico ante la llegada de un nuevo miembro de la familia). Por otra parte, también se asistió a políticas con una obsesión poblacionista, especialmente durante el siglo XVIII, que frenarían el celibato prolongado y el retraso al acceso al matrimonio. Guipúzcoa es una de las excepciones españolas que más se ajusta al modelo de matrimonio europeo de régimen de baja presión demográfica. La variabilidad peninsular no permite hablar de un único modelo de matrimonio. En algunas zonas del interior las edades al primer matrimonio son precoces y el porcentaje de celibato definitivo muy significativo. Por otra parte, los índices de mortalidad son más elevados que en otros países del continente, incluyéndose la mortalidad precoz de alguno de los cónyuges, explicándose parcialmente la edad baja al matrimonio. En cualquier caso, Pérez Moreda señala que le modelo matrimonial castellano no es representativo del modelo supuestamente español.

La teoría de la Transición Demográfica, no tiene en cuenta, pues, las diferencias en la fecundidad natural por el estado de salud, la esterilidad, los hábitos de lactancia, los tabúes sexuales, el control voluntario (por ejemplo, en Ginebra durante el siglo XVIII, aunque no puede señalarse que el control voluntario sea un fenómeno regular y continuo pues está relacionado con el surgimiento de crisis agrarias), etc.

La contribución de Mckeown...

Los inicios de la Transición Demográfica son inciertos. Por un lado, las tasas de natalidad oscilan y varían durante la Transición Demográfica; y, por otro, el crecimiento de la población no viene exclusivamente motivado por el descenso de la mortalidad, sino por un aumento de la tasa de natalidad. En este sentido, se ha formulado la hipótesis de que la reducción de los niveles preindustriales de natalidad comenzó en el siglo XIX, de tal manera que el crecimiento demográfico se pudo deber al crecimiento de la natalidad. Otros autores concentrados en la reducción de la mortalidad como desencadenante de la Transición, han subrayado la incidencia del descenso de las enfermedades, aunque no son despreciables los argumentos que atribuyen el comienzo de la Transición demográfica a la mejora de la producción agraria, los transportes, la afluencia de nuevos productos americanos, los avances en la salud pública, los matrimonios tempranos, etc.Mckeown cuestiona seriamente que el descenso de la mortalidad derive de los progresos médicos durante el siglo XVIII. Reher y Moreda analizan la importancia de mortalidad exógenamente determinada a través de la intensidad y la frecuencia de la mortalidad catastrófica exógena derivada de enfermedades como la peste. La estabilización de la mortalidad en este punto estará relacionada según ambos autores por los cambios en la estructura interna de las enfermedades epidémicas, por las mejoras en la higiene y la organización administrativa de defensa de las poblaciones ante el contagio, por los cambios climáticos, la mejora de la nutrición, etc. Reher ySchofield, analizan en otro artículo le descenso de la mortalidad en Europa y sacan conclusiones parecidas sobre la incidencia de los factores del descenso. Ambos realizan una crítica constructiva de la hipótesis alimentaria de Mckeown. La conclusión final que extraen loa autores de su estudio, es que la teoría de McKeown se sustenta sobre una base empírica endeble, por no decir que inexistente. Flinn equipara la drástica reducción de la mortalidad a la "estabilización de la mortalidad" durante el siglo XVIII, lo cual está muy en la línea con la evidente reducción de las epidemias frente a un aumento relativo de las enfermedades infecciosas endémicas. Los primeros descensos de la mortalidad se produjeron a edades tempranas, en las edades comprendidas entre 1 y 14 años y posteriormente en las edades menores a este grupo, fundamentalmente por la reducción de la incidencia de la diarrea y la tuberculosis. Reher y Schoffield identifican tres períodos claros en los que se observan los cambios en las pautas de la mortalidad: el primero, durante el siglo XVIII, verá parcialmente anulada la disminución de la mortalidad por el progresivo hacinamiento en las ciudades en condiciones poco propicias de higiene y salud pública; el segundo, durante el siglo XIX, estará marcado por el descubrimienro de los antibióticos y las sulfamidas, pues las malas condiciones higiénicas y el hacinamiento en las ciudades dificultan seriamente la disminución de la tasa por motivos diferentes (los avances médicos y algunos médicos incitarán la toma de medidas de salud pública, instalación de alcantarillado y canalización de aguas, educación para la salud, calidad de los alimentos y cuidados infantiles, etc); y, el tercero, después de la Segunda Guerra Mundial. Mckeown, establece que el crecimiento de la población que comenzó en el siglo XVIII se debió a la mejora de la nutrición como causa relacionada con el descenso de las enfermedades infecciosas, desestimando otras interpretaciones que enfatizan el aumento de la fecundidad. En este sentido McKeown no señala la importancia de enfermedades como la peste, la fiebre amarilla, la malaria o el tifus, insensibles a los niveles de nutrición (si bien, la difteria, la escarlatina, el cólera, la tuberculosis y la tosferina están relacionadas). Enfermedades como la tosferina, el sarampión o la escarlatina habían descendido antes de que se produjeran avances médicos manifiestos. Por otra parte, según McKeown, las medidas de higiene sólo fueron eficaces a partir de mediados del siglo XIX (la mortalidad había descendido antes) y para combatir microorganismos transmitidos por el agua y los alimentos, quedando al margen aquellos que se transmiten por el aire, como el caso de la tuberculosis que es una de las enfermedades cuya curación más contribuye a la reducción de la mortalidad durante el siglo XIX y el XX. Otros investigadores centran el descenso de la mortalidad en la variabilidad del clima; en la capacidad de las administraciones públicas para aislar regiones enteras de epidemias y limitar las crisis de subsistencia; en las mejoras de la higiene pública; en los avances médicos y el descubrimiento de algunas vacunas (Jenner, para la viruela); en la evolución de las enfermedades hasta reducir su letalidad; en los cambios socioeconómicos; etc. La tesis de Mckeown es que la incidencia de las enfermedades no disminuyó durante el período de transición de la mortalidad, lo que induce a pensar que es la mejora en el status nutricional de la población el protagonista de la reducción de la mortalidad. Los coetáneos oponentes de McKeown estiman que es el protagonismo de las medidas estatales oficiales de salud, los responsables de dicho descenso, no en vano, se tiene constancia de políticas de cuarentena en el caso de la peste. Reher y Schofield concluyen que ninguna de las dos explicaciones puede explicar la transición de la mortalidad de forma plena: McKeown no maneja datos empíricos, pues entre 1700 y 1850 empeoran los niveles de vida. Sin embargo, si hay que conceder cierta credibilidad al argumento que señala la inexistencia de una salud pública antes de la segunda mitad del siglo XIX. Los datos disponibles que nos indiquen una tendencia inversa se han recabado en fechas posteriores a este punto. Ambas posiciones y el resto de los factores, son, sin duda complementarias/os. El status nutricional está estrechamente relacionado con la salud pública y la higiene, especialmente durante los primeros años de vida. La exposición a la enfermedad está condicionada por las medidas de salud pública y la mejora en la nutrición.

En cualquier caso, McKeown pone énfasis en el descenso de la mortalidad, creyendo firmemente que durante el crecimiento moderno de la población la natalidad se vio seriamente reducida. El aumento de la población no se debe al aumento de la tasa de natalidad. Coale piensa que la industrialización, la tendencia a la urbanización, la alfabetización y la secularización, están asociadas al descenso de la natalidad tradicional, lo cual nos sitúa ante la relación desarrollo-económico y nivel de fecundidad, ya que, históricamente, el crecimiento económico moderno ha estado acompañado de descensos en los niveles de fecundidad y natalidad, a pesar de que las evidencias demuestren que en algunos casos, como el francés o el irlandés, los descensos de los niveles tradicionales de natalidad no se corresponden con los niveles de avances tecnoeconómicos. A la inversa, Leasure ha probado que en España los niveles de urbanización, industrialización y alfabetización no explican las tasas de fecundidad: zonas industriales como Bilbao o Vizcaya no muestran pautas diferentes de fecundidad que zonas del país sin industria. Donde si se cumple la relación es en el caso catalán, pero ello no evita que existan excepciones en la relación explicada. Las investigaciones de Princeton corroboran la tendencia catalana de baja fecundidad para otras zonas mediterráneas occidentales y bálticas. A pesar de todo, en líneas generales, existen regiones agrarias que preceden a otras urbanizadas e industrializadas en el descenso de la fecundidad. Tales diferencias pueden ser interregionales dentro de un mismo país o entre diferentes países.

La regionalidad de la Teoría...

La teoría de la Transición demográfica se apoya en comportamientos demográficos variables de una reducida muestra de países, exclusivamente occidentales. Queda pendiente una revisión de las tasas vitales del Tercer Mundo, donde las pautas de crecimiento de la población no tienen por qué seguir las mismas fases. Efectivamente, los ritmos iniciales de crecimiento en los países industriales han sido inferiores a los porcentajes de aumento de algunas poblaciones del Tercer Mundo. La caída de la mortalidad en países occidentales fue más gradual y simultánea al progreso económico, mientras que en el Tercer Mundo, la mortalidad, según los casos, ha descendido súbitamente por la aplicación de tecnologías y avances en la medicina. Además, es posible que el aumento de la rentabilidad económica de un país no se manifieste en una equitativa distribución de la riqueza, quedando limitado, por consiguiente, el acceso a servicios básicos de atención primaria salud, etc. Las diferencias son notables. Mientras los países ricos se sirvieron de las colonias para liberarse de poblaciones excesivamente densas y para explotar nuevos recursos, son esas colonias las que carecen de alternativas para liberar recursos demográficos, aunque las migraciones de los países pobres a los países ricos no dejan de ser una tendencia preocupante para las autoridades de los países industrializados.


La teoría de la Transición Demográfica falla: enfatiza la relación básica entre crecimiento económico moderno y descenso secular de la mortalidad y la fecundidad y la monocausalidad de los factores económicos. Además no se cuenta con que algunos descensos de la mortalidad y la natalidad son anteriores al crecimiento económico moderno, pues existen factores no económicos (por ejemplo, culturales) que operan al mismo tiempo que los económicos y condicionan el proceso.

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