Se podrían decir muchas cosas de esta
obra, pero creo que ante todo se trata de un extraño, sorprendente y turbulento
experimento fílmico, que alberga más de una interpretación, donde lo más
importante es su lenguaje y la ambientación que desprende.
Dentro de un escenario industrial, sórdido
y claustrofóbico, asistimos a una serie de escenas de la vida del protagonista,
llamado Henry Spencer, quien tiene un hijo con su novia, pero resulta ser una
cosa inhumana, quejosa y desagradable (cada uno puede interpretarlo como
quiera). Argumento un tanto kafkiano, que sin embargo sirve para desplegar una
serie de mecanismos y situaciones insólitas. Así, uno de los elementos que
llama más la atención de Cabeza borradora es la ambientación claustrofóbica, industrial, junto
al personaje protagonista, que se mueve de manera mecánica y que vive acciones
que no son nada convencionales (como la famosa secuencia de la cena en casa de
los madres de Mary X). También resulta enigmática la atemporalidad de la
película, ya que todo ayuda a no tener antecedentes ni referencias que nos
permitan saber dónde y cuándo ocurre la historia. Por eso, y a pesar de la
historia que subyace entre escenas aparentemente inconexas e inexplicables, al
final quedamos fascinados por el mundo insólito descrito en el filme. Pero no
es lo único novedoso que encontramos.
Por un lado, tenemos la fotografía en un
blanco y negro que se extiende hacia la abstracción, sin que apenas haya
distinción entre luz y sombras, tan sólo figuras grises sobre fondos negros y
en ocasiones sobre fondos y luces blancas. Tanto por su fotografía, como por el
sonido e incluso por la propia historia que se cuenta, Cabeza borradora es sin duda un ejercicio experimental,
alejado del cine comercial y arrebatador en más de un sentido, que por las
situaciones insólitas, podría recordarnos a alguna obra literaria de Kafka o
del absurdo, pero que dentro del cine, apenas tiene antecedentes reconocibles.
El tratamiento del sonido es uno de los
mayores logros de esta película: un continuo conjunto de soplos de calderas,
ruidos industriales, chirridos, ayudan a configurar una ambientación que llega
a ser molesta, con cortes bruscos en escenas sonoras. Fue un logro no sólo de
Lynch sino también del ingeniero de sonido Alan Splet, con quien trabajó en sus
primeros largometrajes, y que ha propulsado un importante desarrollo
experimental al sonido en el cine.
Por tanto, no es tanto el lenguaje como la
atmósfera y ciertos tratamientos del lenguaje lo que supone una novedad. Como
dice Michel Chion en su libro dedicado al realizador, la utilización del
lenguaje por parte de Lynch no es otra cosa que una aplicación personal de un
lenguaje común. Y es esa aplicación personal lo que realza el interés de sus
películas, que nos parecen tan insólitas y fascinantes. En cuanto a la
historia, el propio Lynch ha reconocido numerosas veces que sus películas no
tienen por qué tener un sentido “narrativo”. Es cierto que se puede hilar una
historia con un sentido, a pesar de las numerosas escenas que oscilan entre el
surrealismo y el mundo onírico, pero Lynch siempre deja un halo de esperanza
para relacionar imágenes y buscar interpretaciones –que las hay-, aunque acaso
no sea su mayor propósito.
La película tiene asimismo un interés
añadido, y es que podemos encontrar en Cabeza borradora numerosas características que después desplegará a lo
largo de su filmografía, como la utilización del sonido experimental, las
escenas aparentemente inconexas, cierta apatía por parte de los personajes
principales ante situaciones extremadamente inhóspitas, diálogos que rompen el
sentido convencional de la comunicación, el tratamiento del sexo (aunque no es
tan explícito como en otras películas). Comentario aparte es el prólogo del
filme, que parece ligado al lenguaje desplegado en sus cortometrajes y
mediometrajes, pero por otro lado, descubre algunas cuestiones que abordará en
sus posteriores largometrajes. Así, cuando vemos una cabeza que sugiere ser el
espacio que albergará la historia que vamos a ver, otorgando a la imaginación
todo el poder que puede tener para visualizar esa historia. Y en Lynch –al
igual que en Buñuel- el poder de sugerencia, el terreno de los sueños, deseos,
pensamientos, tiene más importancia que la realidad más cotidiana y física.
A destacar las secuencias del teatro en el
radiador, que tanto interés ha tenido para numerosos críticos; es un componente
típicamente lynchiano, que introduce otras escenas que luego veremos en la
serie Twin Peaks, con la “Habitación Roja” o la del teatro
de Mulholland Drive; en todas estas escenas parecemos asistir
a un no man’s land que sin embargo supone una pieza clave, si
no para la interpretación de la historia, al menos para la desencadenamiento de
los hechos.
Cabeza borradora sigue siendo uno de los filmes más
enigmáticos de Lynch, una verdadera película de culto que todavía mantiene
intacta su capacidad de sorpresa y su estilo tan personal e insólito.
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