David Lynch es un atípico realizador que
ha sabido imponer un estilo personal como pocos, transmitiendo mediante
imágenes y sonidos un mundo que nos era ajeno y que ahora, tras 9
largometrajes, varios cortos y trabajos para televisión nos resulta muy
cercano. La experiencia que se vive viendo una película de Lynch hace que éste
sea admirado tanto por la crítica como por el público en general y no deja
nunca a nadie indiferente.
Se podría decir de David Lynch que nació
en Twin Peaks o Lumberton porque en verdad nació en un pequeño pueblo del
noroeste de EEUU, Missoula, rodeado de los bosques y montañas que le han
servido de personajes en algunas de sus películas. En 1965 se va a vivir a
Philadelphia, atraído por la Escuela “Pennsylvania Academy of Fine Arts” donde
entabló en contacto con el mundo artístico de la época y desarrolló un estilo
propio para la pintura. También fue allí donde se plantea su relación con la
pintura y pronto empezará a buscar otras manifestaciones.
David Lynch vivió el esplendor
vanguardístico de los 60 en EEUU. Influenciado por la obra de Pollock y Andy
Warhol entre otros, también se planteó la posibilidad de llevar el arte más
allá de los límites del marco pictórico. De esta forma decide hacer películas
pintadas como su primer cortometraje, Six men getting sick, una especie de performance en el que dota de
movimiento y sonido al color. Con esta obra ganó un premio que le permitió
realizar su siguiente cortometraje The Alphabet, sobre el trauma del aprendizaje. Realizó dos
mediometrajes más antes de dedicarse de lleno al oficio de hacer películas con
su primer largometraje Cabeza borradora(Eraserhead, 1976). Con esta película Lynch se
hizo un pequeño público que compartía su visión siniestra a la vez que poética
de la vida. Pero la creatividad de Lynch no es proporcional a la industria del
cine y si quería dedicarse a ello debía buscar un modo de ampliar su público.
Él mismo ha dicho en una entrevista en L’Écran fantastique: “No sé qué habría pasado si hubiera continuado
haciendo películas como Cabeza borradora. Simplemente, no sé si hubiera podido continuar
haciendo cine”.
Normalmente es considerado un director
independiente, tanto por su sistema de producción como por su estilo único,
pero esto no quita que haya realizado alguna producción de encargo, como El hombre elefante, Dune oUna historia verdadera. Eso motiva que haya
diversas opiniones en torno a su obra, pero casi siempre será más admirado que
denostado, sobre todo gracias a su contribución al desarrollo del lenguaje
cinematográfico, lo que hoy en día le lleva a ser considerado uno de los
realizadores más renovadores del cine actual.
Su particular sensibilidad del lado más
oscuro de la sociedad estadounidense y del modo de vida americano, junto al
tratamiento de las complejas relaciones humanas, siempre adentrándose en el
espacio del subconsciente y los sueños, le lleva a indagar sobre estas
cuestiones de manera poco convencional y empleando numerosos recursos que
enriquecen un discurso cinematográfico adquiriendo un mayor sentido.
Ya desde su primer largometraje, Cabeza borradora, observamos que la textura fílmica, los
posibles símbolos poéticos, el empleo de los colores, el sonido continuo y
molesto que marca un ritmo, las escenas aparentemente fuera de lugar, entre el
absurdo y el surrealismo, la anti-linealidad convencional, todo se entremezcla
para dotar una ambientación especial que se vale por sí misma para cobrar
sentido. Y es que, esta palabra “ambientación” es una de las que mejor puede describir
el interés de Lynch por configurar un lenguaje propio, más allá de la historia,
los diálogos y los finales más convencionales. Así, Carretera perdida nace a partir de dos palabras “Lost
Highway” y de un sentimiento propiciado en ellas, Cabeza borradora describe y pone en escena unas situaciones
incoherentes, donde el sonido y las sombras adquieren un componente más
importante que la historia narrada. E incluso en películas más convencionales
como Terciopelo azul y Corazón salvaje el valor de ciertas escenas, fotografía, utilización
de los colores y el sonido, se superponen al nivel de la historia para
configurar un sentido más completo, lleno de matices y de cualidades que
enriquecen la ambientación, incluso a veces llega a ser determinante.
La ambivalencia de Lynch le lleva a
combinar elementos que se oponen. Ya desde sus cortometrajes, encontramos que
David Lynch siempre ha jugado con las dualidades luz-día, orden-caos,
felicidad-pesadilla. Incluso en su famosa serie televisiva Twin Peaks, éstas y otras dualidades conjugaban
perfectamente en cada episodio. Estos contrastes hacen del cine de David Lynch
un cine muy impulsivo y complejo (a pesar de que todo está debidamente
pensado), en el que extremos como el amor, el odio, la vida, la muerte, la
belleza y la fealdad se dan la mano en un mundo que alberga todo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario