EL NIDO DE LA SERPIENTE, DE PEDRO JUAN GUTIÉRREZ

Pedro Juan Gutierrez: El nido de la serpiente (Memorias del hijo del heladero). Anagrama, 2006.

Acabo de terminar la nueva novela del cubano Pedro Juan Gutiérrez y estoy encantado y horrorizado a la vez. Lo cierto es que es maravilloso encontrar obras que rebosen vida de la manera en la que los relatos de este autor la destilan. Muchas veces la palabrería sobra a la hora de hablar de las cosas y es grato encontrar a alguien con los huevos suficientes para llamar a las cosas por su nombre sin perderse en metáforas aburridas y onanismos verbales. Nada nuevo, entonces en Pedro Juan, para los lectores seguidores de su Ciclo de La Habana. En esta última obra tenemos el prólogo a las anteriores novelas.

critica literaria


Como dice en la contraportada, transcurre en los 60, en los primeros años de la revolución cubana, un momento histórico donde se forjaron muchos mitos e ilusiones que han demostrado ser vanos y carentes de validez. El alter ego del autor con 16 años descubre la vida, los excesos, el amor y como no, el hambre y la miseria del ser humano. A través de sus páginas desfilan todo tipo de personajes muy reales y vemos a Pedro Juan dar tumbos de un lado a otro buscando su camino entre la maleza de la caña de azúcar, el sol ardiente y la brisa del caribe. Es una novela de educación sentimental que poco tiene que ver con idealismos, en ese aspecto este aprendizaje está vinculado de forma muy cercana con la tradición de la novela picaresca del Siglo de Oro, siendo Pedro Juan un Lazarillo-Buscón caribeño del S.XX, y por supuesto, también con las obras latinas del la edad de plata en la literatura romana, El Asno de oro (obviando los aspectos mitológicos y mágicos) y sobre todo El Satiricón. Es la realidad más cruda y es por esto que

los lectores remilgados mejor que se mantengan lejos, porque estos libros apestan, hieden a sangre, vómitos, semen y mierda, a habitación vieja y sucia y a coño mal lavado, esos lugares tan afines a otros autores de la vida y la picaresca del siglo que acaba de terminar, clásicos ya también como Bukowski o Mohamed Chukri, abyectos quizás, pero llenos de vida.

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