Una de las principales virtudes de esta
obra editada en Siruelaes la de acercarnos a la figura de Samuel Beckett desde
su silencio. No extraña, por tanto, que la forma narrativa de estosEncuentros
con Samuel Beckett se halle próxima a un falsoestilo indirecto y a un narrador tipo yo testigo, desde la voz del también escritor
Charles Juliet, quien narra estas entrevistas. Si asumimos que el silencio es
uno de los ejes primordiales de la obra del irlandés exiliado en París, no
extraña que el acercamiento a éste se produzca también a través del gesto y lo
escénico en cada situación concreta. No desarrollaré este aspecto de lo
gestual, la recurrencia a la fisonomía de Beckett y la escena creada en cada
entrevista en mi reseña, pues prefiero remitir al lector a la obra de Siruela
que reescribir lo que Charles Juliet hace ya a la perfección. Sin embargo, esa
intensa presencia del silencio produce paradójicamente en la palabra enunciada
una fuerza primordial y suplementaria: la dosificación extrema de lo verbal amplifica
radicalmente su carga semántica. De este modo cada respuesta de Beckett vertida
al papel por Charles Juliet -y son muy pocas- semeja más una máxima o un
aforismo que un retazo de diálogo; dos ejemplos: “cuando uno se escucha, lo
que se oye no es literatura” y “siempre he tenido la impresión de que
dentro de mí había un ser asesinado. Asesinado antes mi nacimiento”.
Los encuentros descritos en este libro de
entrevistas abarcan desde el 24 de octubre de 1968, poco antes de la concesión
del Premio Nobel en 1969, hasta el 11 de noviembre de 1977, y son relativamente
breves. Llama en extremo la atención la actitud con la que Samuel Beckett
afronta las entrevistas antes y después de dicha concesión: es exactamente la
misma. Su conducta continúa impasible y su silencio incluso se extrema, en
palabras de Charles Juliet: “Sólo quien permanece al margen puede llegar a
tener una visión capaz de taladrar profundamente y de abarcar vastos horizontes”.
Para quienes duden de la parcialidad del entrevistador les diré que la actitud
de Beckett con respecto a Juliet resulta enigmática e incluso bastante áspera,
lo que me ayuda a sostener una fe casi absoluta en su objetividad, ya que la
admiración que el entrevistador profesa a Beckett en ciertos momentos camina
junto a cierto malestar en otros. Juliet, a petición de Beckett, le envía unos
textos en 1968; la respuesta del irlandés será contundente y extremadamente
ambigua, sobre todo si lo relacionamos con lo mencionado anteriormente acerca
de los márgenes: “En 1968, después de nuestra entrevista, y a petición suya, [comenta Juliet] le mandé unos treinta poemas. Como
respuesta me escribió una carta [se refiere a Beckett] de la que reproduzco las siguientes
palabras: "Aléjese usted tanto de sí mismo como de mí""”.
De interés resulta asimismo la opinión que
a Beckett -siempre en palabras de Juliet- le merecen sus propias obras, y
afirma que lo mejor de su producción nació en los comienzos de su escritura: “hasta
1950 arrastrado por un frenesí creador, escribió, Molloy, Malone muere, Esperando a Godot, El innombrable,Textos para nada.
Considera que los textos posteriores a 1950 sólo son intentos . Que
posiblemente sólo en el teatro hay páginas algo superiores al resto”.
En estas entrevistas también aparece el
tema de la traducción, Beckett terminará traduciendo su propia obra al inglés
debido al desacuerdo con los traductores ya que “si deja que se encarguen
otros, entonces tiene que revisar el texto palabra por palabra y eso le supone
todavía más trabajo y más dificultades”.
Por último, no querría olvidar dos
aspectos que aparecen en la obra de modo esporádico pero reiterado. El primero
es la actitud y la forma en la que trabaja el propio Beckett: “Había que
tirar todos los venenos... , encontrar el lenguaje apropiado... Cuando escribí
la primera frase de Molloy no sabía adónde me dirigía. Y cuando
terminé la primera parte, ignoraba cómo iba a continuar. Todo ha ido viniendo
solo. Sin tachar nada. No había preparado nada”. El segundo aspecto es su posible
relación o no con respecto al misticismo; Beckett afirma que los posibles
aspectos comunes serían más producto de una coincidencia que resultado de una
búsqueda previa, ya que respondiendo a la pregunta hecha por Juliet acerca de
la lectura de los místicos, éste responde: “Sí, cuando era joven [los leí] pero no he profundizado en ellos. (...) La
verdad es que nunca he profundizado en nada”.
Estos Encuentros con Samuel Beckett quizá sirvan para reubicarnos y entender
-ese entender no entendiendo de Juan de la Cruz- a uno de los escritores más
enigmáticos del siglo XX, alguien cuya influencia en la literatura occidental
no es -ni probablemente será- cuestionable en las próximas décadas.
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