Europa es la última película de la trilogía de Lars von Trier
sobre el Viejo Continente y bajo mi punto de vista es con la que logra
enfrentarse de cara con todo lo que entendemos que es la civilización europea
después de la Segunda Guerra Mundial. Con “ enfrentarse” me refiero a analizar
desde una nueva posición los componentes que la tradición ha ido construyendo
en nuestro continente. No vale la taxativa condena de un país y su reflejo en
la pureza del presente; Alemania-Europa se ha construido con mucho sufrimiento,
con mucho dolor, de todos los lados. Ese pensamiento de limpieza moral, que nos
caracteriza, es siempre peligroso, debemos recordar la extaña capacidad que
tenemos para envenenar nuestras creaciones en los más diversos ámbitos, el
esfuerzo por no destruirnos tiene que creer en el futuro.
Desde la definición abstracta de la
película no se puede poner de relieve la gran importancia de los elementos
formales que van construyendo un continuo cinematográfico que impide la mirada
apática del espectador. Los distintos elementos extrañan la visión, por ejemplo
podemos ver que toda la película transcurre de noche y que el blanco y negro
predomina, pero en ciertos momentos en que la intensidad dramática y emocional
se acrecienta, aparece el color. Además es una forma de contraponer la trama a
unos elementos que la distorsionan.
Debido a lo breve del artículo voy a
hablar de tres niveles en la película sin explicar sus filiaciones. En un
primer nivel nos encontramos con la historia de Leo Kessler, un estadounidense
idealista que viene a la convulsa Europa, a colaborar, en el año 1945. Como
influencia mayor de esta historia Lars von Trier insistió en que fue su lectura
de América de Franz Kafka, ya que en él se trata de un joven que nunca había estado en
América y que va en busca de su tío. Como sugiere Hilario J. Rodríguez en su
libro LARS VON TRIER EL CINE SIN DOGMAS se puede decir que se basan los dos en que
todos tenemos una idea imprecisa de las cosas. Pero la pelicula crea una
balanza entre la inocencia del protagonista y la manipulación que encuentra en
el país destrozado. Esta balanza va variando su peso a lo largo de la película
hasta que al final es rota por Leo Kessler que se convierte en lo único que
puede ser en esa Alemania: un asesino.
Otro nivel de comprensión lo podemos ver
en la propia vida del director. El haber pensado toda su vida que era de
descendencia judía y que a la muerte de su madre ésta le confiese que su padre
no es quien se ocupó de él, debió marcarle. De hecho en la película podemos
verle como un judío que salva a Max Hartman que precisamente tiene el apellido
de su padre biológico. El sentimiento de desubicación es muy fuerte y se
trasmite en el filme, sobre todo en ese doble entramado donde la realidad no es
lo que parece y la mujer del protagonista le miente.
Un tercer nivel lo podemos encontrar en la
Historia. La Historia de Alemania se convierte para Lars von Trier en un
trasunto de Europa. El Continente tiene una herida que no se debe olvidar que
es el nazismo, pero el país no sucumbió sólo por la pujanza del movimiento
nacional-socialista sino también por esos ciudadanos que no fueron malos pero
que tampoco hicieron nada por impedirlo, que es el caso de Max Hartman en la
película; después de ver como el judío le defiende no puede soportar su
conciencia y se suicida.
Esta es una película muy meditada, muy
preparada que sigue un método completamente diferente a la del futuro
movimiento Dogma. Aún así hay algo que une estas dos etapas y es que podemos
decir que son películas de Lars von Trier.
No hay comentarios :
Publicar un comentario