Retrato del artista como saltimbanqui, de Jean Starobinski (Abada Editores, 2007)

El impecable catálogo de la editorial Abada nos ofrece esta vez una obra esencial de ese crítico literario difícilmente clasificable llamado Jean Starobinski. Starobinski, ginebrino nacido en 1920, es sin duda una de las mentes más inquietas del siglo pasado, médico experto en literatura clásica, es uno de esos janos bifrontes capaces de abordar el estudio de las letras con la pasión y el atrevimiento de un científico que estuviera a punto de lograr un descubrimiento definitivo. Ejemplar es su estudio sobre los hipogramas de Saussure, investigación que podemos encontrar en la editorial Gedisa bajo el título de Las palabras bajo las palabras. Starobinski es uno de esos autores que no sólo escribe bien sino que brilla por su aguda inteligencia, una inteligencia capaz de hallazgos y de relaciones insólitas que producen en el lector una placentera mezcla de refinamiento y sorpresa.

critica literaria

Retrato del artista como saltimbanqui era una de las deudas editoriales (hablamos de España, naturalmente, donde el retardo en la publicación de obras imprescindibles como ésta admite difícil explicación) adquiridas con este autor. Y la edición que nos propone Abada añade al interés del texto la belleza y el cuidado de las ilustraciones que terminan haciendo del libro un objeto precioso (pese a su reducido tamaño, o quizás por ello) del que cuesta despegarse.
Básicamente, lo que el autor nos propone en este pequeño gran libro es un estudio comparado de la función del payaso y del artista. Pero, en lugar de partir de la idea general para desarrollarla, Starobinski propone un recorrido fenomenológico, preñado de una extensa casuística (se apela no sólo a la literatura sino también -como no podía ser menos- a las artes plásticas) para ir cercando poco a poco el objetivo que aparecerá ante los ojos anonadados del lector como la bujía frente a una polilla que hubiese seguido un rastro de luz. No se trata, por tanto, de un texto expositivo al uso, y lo que al principio pudiera parecer errancia se descubre -en una jugada maestra digna de un autor de intriga- artefacto textual que pone cerco al meollo de la cuestión -qué será eso de ser artista, o payaso- a base de una espiral, de una sucesión de círculos cada vez más apretados.
El payaso como doble del artista, el virtuosismo y la proeza del acróbata puesto en relación con el acto poético, la ligereza del volatinero como aspiración de muchos poetas, el instinto de máscara y disfraz y su semejanza con la metáfora, la androginia como alegoría del narcisismo achacable a los defensores de la teoría de "el arte por el arte", el fetichismo de algunos artistas (ahí están Flaubert o Baudelaire) por la mujer de circo, el payaso como figura trágica asimilable al poeta despreciado por los hombres (el albatros de Baudelaire)... Son algunos de los puntos de contacto señalados por Starobinski en esta obra. Asimismo se nos proponen genealogías de figuras como el clown o el Arlequín. Según Starobinski el clown del teatro inglés del siglo XVI es el heredero del diablillo medieval Vicio, asimilable a un rústico tonto, el torpe que realiza al revés todo lo que se le pide (¿no recuerdan estas palabras al hombre de Porlock que estorbó para siempre jamás la escritura del Kubla Khan de Coleridge al golpear la puerta de la casa del poeta para solicitar ayuda en el parto de una marrana? Mirado desde cierto punto de vista, la escena es sin duda hilarante). Otra etimología interesante radica en el origen de la palabra Arlequín que parece remontarse a una antigua divinidad con rostro animal llamada Hellekin vinculada al mundo de ultratumba, de cuya "domesticación" (cambiemos el mundo de los muertos por el mundo asocial y, en cierta manera, siniestro al que pertenece el artista circense) provendría ese personaje arquetipo paradigmáticamente picassiano. Pero el golpe de efecto más importante se lo reserva Starobinski cuando habla del folk-fool (primitivo ancestro del clown), personaje de antiguas fiestas celtas que cumplía la función de chivo expiatorio. Y de este modo ya tenemos servida la asimilación del poeta, del artista (a través de la figura interpuesta del payaso) con cierta versión del ritual de chivo expiatorio. A propósito cita Starobinski unas palabras de Henry Miller, pertenecientes a la obra La sonrisa al pie de la escalera:
El payaso es el poeta en acción. Es la historia lo que está representando. Y siempre se trata de la misma sempiterna historia: adoración, oblación, crucifixión. "Crucifixión rosada", por supuesto.

Momento álgido del libro. Al modo de una cura psicoanalítica, Starobinski, al hilo de su exposición, parece haber dado con algo fundamental que afecta a la figura y a la tarea del artista. Y el lector, que ocasionalmente puede ser él también artista, asiste a este instante como a una especie de "abreacción" liberadora que le compromete si cabe aún más con la tarea del arte. Artista -de verdad- habrá de ser al fin y al cabo el que salva a la comunidad -cohesionándola a través de su sacrificio- ofreciendo su propio pellejo. Salvador y mártir al mismo tiempo.

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