Rompiendo las olas es una reflexión descarnada y sin
concesiones en torno a la locura y a las taras de una sociedad encerrada en
tradiciones y puritanismos intolerantes y crueles. En esta película, Lars von
Trier nos sumerge en uno de sus peculiares universos de vida y de muerte, donde
la realidad va empujando a la heroína hasta el anunciado sacrificio final, en
un fin trágico (incluso mágico), en el sentido arcaico y mítico, inexorable de
las antiguas tragedias griegas.
Bajo la observancia estricta del famoso
Dogma, y con un tratamiento perfectamente lineal y desprovisto de elementos
superfluos, Lars von Trier desgrana un guión en el que confluyen varias
criaturas sometidas a un íntimo conflicto, y una sociedad enfermiza y
anquilosada en la cual los seres débiles no tienen la menor posibilidad. En la
periferia de esta sociedad, encontramos a Jan y sus amigos, extraños venidos a
trabajar desde otros lugares y obligados a convivir con los habitantes de la
costa y su estricta religión.
Bess es una mujer especial aquejada de
cierta debilidad mental, en que la razón y los convencionalismos del grupo en
que vive han sido sustituidos por una capacidad ilimitada para experimentar y
sufrir emociones y en una peculiar relación con su cerrado código religioso.
Sus diálogos con dios son una muestra de cómo sus propios males se ven
potenciados por un ambiente hostil y reprimido. Sin embargo, el amor por y de
Jan no es suficiente para proteger a Bess, que se ve dominada por la
esquizofrenia de su personal relación con ese dios despótico, racista,
excluyente y cruel, y por el abandono y aun agresión de los suyos. Será, en
efecto, como romper las olas, los elementos desatados con su frágil cuerpo,
como se muestra en una emblemática imagen de la película. Su amor brutal,
ilimitado e irrefrenable no tiene sitio en el universo donde se ve obligada a
habitar, y sólo podrá encontrar consuelo ofreciéndose por el otro, ese objeto
de amor que la extorsiona y maltrata desde su postración mental. Se trata de un
retrato excelente de cómo ciertas obsesiones, fomentadas hasta el paroxismo más
atroz por un entorno castrante, pueden conducir a la autoinmolación en los
menos fuertes y, en este sentido, Lars von Trier plantea casi una muestra de
selección natural, ciega, en que lo potencialmente humano no tiene posibilidades
de subsistir. Pero esta película posee también un trasfondo y un potencial
mayor y más profundo que el que esta sumaria recensión puede mostrar (no en
vano es una de las muestras más conocidas de la filmografía de este director),
y que invita a contemplar todas las facetas de la compleja historia,
perfectamente complementada por una realización impecable. Ahí está, dentro de
un guión que no hace concesiones a la interpretación, al simbolismo, a la
abolición de la distancia con los personajes (amables y odiosos
alternativamente), esa sorpresa final, inesperada y provocativa, en un tremendo
desmentido de las virtudes de los que quedan abajo, que entierran a sus muertos
con palabras de condenación y furia, sin ese amor y compasión de que estaba
necesitada la protagonista y aun el resto de seres constreñidos e infelices que
están presentes en la película, ellos mismos tan indefensos como Bess, pero
mucho más acomodaticios. Bess se ha atrevido a intentar una felicidad fuera de
la estrechez de aquellas costas, y pagará por ello.
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