Por fin el lector español puede disfrutar
de un libro más de ese autor central del siglo XX que es Italo Calvino: Las Cosmicómicas.
Un paisano de Calvino, el crítico de arte
Mario Perniola llega a afirmar en una de sus obras que las "Seis
propuestas para el próximo milenio" de Calvino suponen un diagnóstico del
arte contemporáneo, pero que precisamente el valor de Calvino consiste en
mostrar la cara en sombra de cada una de dichas propuestas (recordemos:
levedad, visibilidad, multiplicidad, exactitud y rapidez). Y decimos esto
porque en Cosmicómicas se hace patente la tesis de Perniola. Estamos hablando
de un libro sui generis, difícilmente catalogable (¿es la "cosmicómica" un nuevo
género literario?), equidistante de la mitología y de la ciencia ficción. Tiene
razón el autor al querer distanciarse de esta última, ya que mientras que la
ciencia ficción trata generalmente de un futuro más o menos cercano a nuestro
presente, el tiempo de las cosmicómicas es un tiempo pasado, el tiempo de las
explosiones que originaron el universo, el tiempo de su lento enfriamiento, el
de los grandes cataclismos... De manera que esta obra se acerca más a un
compendio de mitología o de "pasado ficción", donde los héroes serán
a veces partículas subatómicas o conciencias de difícil identificación,
narradores inmortales -como el omnipresente Qfwfq- que asisten al decurso incontenible del tiempo
y evolucionan con él. Una mitología sin dioses o donde éstos se confunden con
las fuerzas de la naturaleza.
La mayoría de estas cosmicómicas arrancan
con una información de carácter científico, excusa que sirve al autor para
fabular una historia a partir de ella. Entre la gran variedad de relatos que
componen este libro hay unos que inevitablemente destacan más que otros.
Podríamos decir que los menos interesantes provienen de personalizar algún
elemento de la naturaleza para componer una especie de prosopopeya que se
atiene a la documentación científica que circula al respecto. Las más interesantes
-y abundantes- lo son porque, partiendo de lo anterior, el autor logra tejer un
relato que, apoyado en la ciencia, aporta sin embargo una luz nueva desde la
que contemplar el fenómeno físico. Así Un signo en el espacio se propone como una auténtica teoría del
signo lingüístico. En La espiral destaca la hermosa metáfora entre la creación de la
concha de las caracolas y la búsqueda de orden en el transcurrir insignificante
del tiempo.
En realidad Calvino plasma en sus Cosmicómicas una gran variedad de géneros que van desde
la cosmogonía (así en Todo en un punto) a la novela policíaca (La persecución) o la
revisión del mito (La otra Eurídice). Tradición y novedad a un tiempo
marcan el estro de esta obra sin abandonar casi nunca el terreno de lo cómico
(explícito en el propio título) y que acercan al italiano a autores como
Luciano de Samosata, Cyrano de Bergerac o al propio Jonathan Swift. Variar la
escala humana, llevar lo humano a lo excesivamente pequeño o a lo excesivamente
grande, provoca un distanciamiento irónico que Calvino fuerza en ocasiones
hasta ese elemento tan inequívocamente humano que es la risa. Y ahora
regresemos a Perniola y a su tesis a propósito de Calvino. Efectivamente,
podemos decir que esta obra sigue el modelo impuesto por las
"propuestas" antes referidas (a las cuales hay que añadir la sexta,
de la que solamente conocemos el título: "Consistencia"). Pero al
mismo tiempo hay algo oscuro que puebla los relatos que integranCosmicómicas.
Y eso oscuro, casi siempre, corresponde con una distancia insalvable,
ejemplificada a veces en una pareja de amantes, a veces entre dos especies
animales distintas, etc. El cosmos retratado por Calvino no es el universo
simultáneo de lo virtual, es el universo gobernado por el Cronos de la mitología,
devorador de hombres y estrellas, rostro cruel de la evolución, y por tanto un
universo de procesos irreversibles y de distancias insalvables. Hay
multiplicidad, pero eso no supone la intercambiabilidad. Calvino desea asimismo
hacer luz en la totalidad de fenómenos del universo, pero esa luz muestra un
universo hecho a su vez de luces y de sombras, de anhelos insatisfechos y
desengaños. Calvino reivindica la levedad (levedad ejemplificada en distintas
ocasiones por una Luna que funciona como doble alígero de la Tierra), pero
muestra al mismo tiempo el peligro escondido en su exaltación: la inanidad.
Será por ello que el libro se cierra con un párrafo que excede el diagnóstico
para devenir profecía:
Ahora, vosotros que vivís fuera, decidme,
si por casualidad captáis en la densa masa de sonidos que os rodean el canto de
Eurídice, el canto que la tiene prisionera y es a su vez prisionero del
no-canto que engloba todos los cantos, si podéis reconocer la voz de Eurídice
en la que todavía resuena el eco lejano de la música silenciosa de los
elementos, decídmelo, dadme noticias de ella, extraterrestres provisionalmente
vencedores, para que yo pueda seguir con mis planes de devolver a Eurídice al
centro de la vida terrestre, para restablecer el reinado de los dioses del
adentro, de los dioses que habitan el espesor dentro de las cosas, ahora que
los dioses del afuera, los dioses de los altos Olimpos y del aire enrarecido os
dieron todo lo que pudieron dar, y está claro que no es bastante.
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