Una exploradora del siglo XXI
HA DADO LA VUELTA AL CONCEPTO DE EXPLORADOR CON UNA
MÁXIMA: NO SE CONOCE UN LUGAR POR LLEGAR, SINO POR PERMANECER EN ÉL Y POR
RESPETAR A QUIENES LO HABITAN. PARA ESTA INGLESA, VOLVER A UN PAÍS NO ES SINO RETORNAR
A LA VIDA DE SUS GENTES.
Christina Dodwell no se sorprende por nada. Muchos tendrían reparos si un fotógrafo les pidiera sentarse, de repente, en el suelo de una calle del barrio de las Letras de Madrid, a primera hora de la mañana, y no perder de vista el objetivo ni la sonrisa a pesar de la gente, la furgoneta de reparto que pide paso o de algún vecino que se asoma a curiosear. Christina no.
Tras una larga conversación con ella, se evidencia que lo que puede parecer una envidiable falta de pudor no es sino una capacidad de adaptación alimentada a lo largo de muchos viajes. Siempre sola, a bordo de una canoa, suspendida en un ultraligero o a lomos de caballos, camellos, elefantes o burros, esta inglesa nacida en Nigeria en 1951 ha recorrido África Occidental, Papúa-Nueva Guinea, Madagascar o Siberia en una época, el último tercio del siglo XX, en la que todo parecía descubierto.
Ella aparcó cualquier ansia de ser la primera y se mimetizó con los pueblos para, durante meses, compartir formas de vida y tradiciones prácticamente vedadas a cualquier otro. Tras la investigación vino la divulgación y las bases para el entendimiento y la colaboración entre culturas a través de su ONG Dodwell Trust. Por eso, Dodwell ha sido este año galardonada con el Premio Internacional de la Sociedad Geográfica Española.
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