“¿Y no había escritores de verdad?”

En lo social, la Feria es más bien cómica. Javier Marías comparte megáfono con Rosa Benito, porque ambos han publicado “libros”.

Sábado por la tarde. Me embarco con mi hijo menor con destino a la Feria del Libro de Madrid. He quedado con Guillermina Royo-Villanova para comprarle el libro de poemas que ha dedicado a Jorge Berlanga y que le ha editado Ouka Leele en Huerga y Fierro.

Compro libros casi todas las semanas así que no busco novedades, sino el mareo del papel que reconforta anualmente, ese derroche visual de imprenta, árboles y tinta que es de otra época, como todo exceso. Y veo cientos de editoriales menudas, cuidadosas, empeñadas en rescatar originales desconocidos, mimando el diseño de sus portadas, la rugosidad exacta de su papel, su contenido. Editores que siguen aventurándose frente al abismo para publicar, publicar, publicar… Y no sé si el libro digital se consume más o no. El de papel dicen que nada, pero lo siguen fabricando ingentemente. Y me da gusto ver eso.

En lo social, la Feria es más bien cómica. Tiene mucho de Feria de Abril, pero en Madrid y en Mayo-Junio. Enrique Vila-Matas o Eduardo Mendoza, Javier Marías y Almudena Grandes, comparten megáfono con Rosa Benito, Fiona Ferrer y Mario Vakerizo, porque  todos ellos han publicado “libros”. Incluso la actriz Kiti Manver se cuela en una caseta porque le ha escrito el prólogo a un novel.

Feria del libro

Las cámaras rosas se hacen allí sus crónicas a placer porque firman Isabel Sartorius, Ana García-Siñeriz y todo aquel que tiene cara y ojos. Incluso hace la ronda por el Retiro una larguísima infanta Elena seguida por un grupillo de agentes disfrazados de pijos, jugando al incógnito cuando ya a nadie le importa.

Porque la gente va a otra cosa, a ver a Boris Izaguirre y a Antonio Gala, que no están. La gente va como va a las puertas de las bodas. Pero va. Así que los libros funcionan como espectáculo aunque nadie los compre.

Al volver a casa, doy tantos nombres de personas que firmaban libros y apenas saben hablar, que mi hijo preuniversitario me pregunta “¿Y no había escritores de verdad?”.

“También, hijo, también. Estaba el pobre Benjamín Prado viendo pasar la tarde en Hiperión, con un aire de desamparo muy grande porque le había tocado una caseta fuera de circuito. Y sentí por él mucha ternura y comprensión, porque yo también firmé una vez en la Feria del Libro”.

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