Todo empieza con una foto colocada en un corcho. Virginia Espa tiene prisa y la coge sin mirarla, pues conoce bien a la mujer, guapa, con lunar en la mejilla, que aparece mirando misteriosa hacia fuera del plano en la instantánea en blanco y negro. La foto va al bolso junto a otra en color, el retrato de un muchacho rubio. Las dos acaban sobre la mesa del taller impartido por el artista Mira Bernabeu en Visiona, un ambicioso programa en torno a la imagen y el álbum de familia organizado por la Diputación Provincial de Huesca. Virginia Espa, profesora de fotografía en la Escuela de Arte oscense, mira de nuevo al muchacho rubio, su hijo, y a la mujer del lunar, su madre. Y en su cabeza une las dos fotos, tan separadas en el tiempo, y descubre que le faltan muchas piezas en el puzzle de su biografía. “Al llevar estas fotos al taller me di cuenta de que no había elaborado el duelo por la muerte de mi madre, porque había coincidido con la adopción de mi hijo. Con la ayuda de Mira Bernabeu, que va a lo personal, a lo profundo, empecé a construir la biografía de mi madre a partir de materiales, cartas, notas y recuerdos que ella guardaba”, comienza Virginia.
Para empezar por el principio tuvo que remontarse a una rama más
alta del árbol genealógico, así que buscó una foto de sus abuelos. ¿Quiénes
eran? ¿Por qué no había conocido a su abuelo Domingo? ¿Por qué su abuela Basi
nunca hablaba de él? A partir de su investigación, Virginia ha conseguido
elaborar una biografía de su abuelo, construida “a fogonazos”, sobre las
circunstancias que rodearon su muerte. Su abuela nunca quiso hablar de ello,
como una forma de autoprotección o como mecanismo desencadenado por el trauma.
Los documentos encontrados en archivos oficiales, una caja de cartas que
Virginia recibió de manos de uno de sus primos en el entierro de su madre y las
pocas fotos que su madre guardaba de su abuelo le ayudaron a recomponer la
historia de Domingo, un republicano “de Azaña” fusilado en los primeros meses
de la guerra en Huesca. Una de esas historias que se repiten en todas las
ciudades y pueblos de España.
“Me gusta pensar en aquel
instante, cuando Domingo cogía a su hija por el brazo para sujetarla bien
derecha ante la cámara. Evocar aquel momento en el estudio del fotógrafo, que
Elena no podía recordar, la leve sonrisa en la cara de Domingo, su boina, sus
gafas, su abrigo, el cigarrillo en la mano, los zapatitos de la niña… Todo ello
me emociona”, escribe Virginia al pie de una foto de ambos. Una foto que
cualquiera puede contemplar hoy en Internet, pues el trágico álbum de Domingo y
el más alegre de Elena, las fotos que ella guardaba en una caja de bombones,
sus notas, recuerdos, cartas, tarjetas y anotaciones, están colgadas en
Pinterest, una red social que permite a sus miembros crear tableros con
imágenes propias o encontradas en la red, y hacerlos públicos para el resto de
usuarios. Su álbum de familia tiene ahora una versión 2.0. “Lo he elegido así porque mis principales espectadores
son mis hermanos. Tengo una hermana que vive en California y en una red de este
tipo ella lo puede seguir. Además, esta idea de los tableros me recuerda al
corcho y a la manera en la que trabaja un detective. Cada uno de estos ‘pins’
es una unidad mínima de memoria… Es una red social muy de moda, muy comercial…
creo que este contexto -Elena era hija de una comerciante que tenía una
importante tienda de modas en el centro de Zaragoza- le hubiera gustado
mucho a mi madre”.
A través de la biografía de su madre, Virginia está
reconstruyendo parte de la memoria colectiva de las mujeres de los años 40
en España.”Fue educada en pleno régimen franquista con todo lo que eso implica:
un adoctrinamiento, una manera de pensar… Pero también vivió la transición, la
cultura de los ochenta personificada en sus hijas. Ese momento en el que a las
mujeres de esta generación se les desmoronó todo lo que les habían contado.
Tengo 52 años y darme cuenta de cómo fue la vida de mi madre es demoledor: las
educaron única y exclusivamente para ser madres y esposas, en un ambiente de
religiosidad extrema”, describe Espa. La huida a Francia y la Bolsa de Bielsa, los años de la posguerra y el luto, dan paso a las
memorias más luminosas del veraneo en San Sebastian, la visita al Tibidabo con
los primos de Barcelona, la puesta de largo con vestido de princesa, las
primeras salidas nocturnas sin compañía de adultos y los peinados a lo Grace
Kelly. Son algunas de las memorias que Virginia va anotando en los pies de foto
de este álbum público de la vida de su madre, todavía en construcción. Entre
pin y pin, además, está llenando el hueco y las incógnitas de su vida y la de
sus antepasados.
PADRE FOTÓGRAFO, MADRE ARCHIVADORA
“El álbum familiar era ese objeto, espacio o documento que daba
sentido a fotografías aisladas, que contaba una historia”, dice Edgar Gómez, doctor en Sociedad de la Información y el Conocimiento
e investigador sobre la sociología de la fotografía digital. El formato del
álbum se consolida en los años 60 y 70 siguiendo las pautas marcadas por la
industria y también el cambio social. Kodak había popularizado la fotografía
personal o familiar, en la que, según los estudios antropológicos, cada miembro
de la familia tenía su propio rol: la madre era la guardiana, la archivadora,
la que se proponía como historiadora de la familia, mientras que el padre era
el que realizaba las fotografías. “Las cámaras eran esos objetos sacralizados y
que costaban mucho dinero, solo se tomaban fotografías en momentos muy específicos
y solo algunas de esas fotografías acababan en el álbum, siguiendo esa
narrativa de momentos felices y que celebraban la unidad familiar”, recuerda
Gómez.
Por supuesto, siempre hubo limitaciones, especialmente en
ciertos contextos económicos y sociales. El acceso a la tecnología y a los
materiales no estaba siempre al alcance de todos, igual que no lo estaba la
cultura visual, el saber utilizar una cámara fotográfica con un resultado
adecuado. Por eso resultan tan especiales los álbumes de familia de los
fotógrafos profesionales. Con motivo del curso organizado por la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo y Visiona el pasado mes de septiembre, la Fototeca de Huesca-que aúna archivo y biblioteca en una apuesta importante
por la conservación del patrimonio fotográfico de la provincia- realizó un
recorrido por sus fondos más relevantes en este ámbito.
“No tenemos ni una docena de álbumes fotográficos como objeto”,
explica Valle Piedrafita, la responsable de esta institución. Se fotografía el
continente y se digitaliza el contenido, pero la mayor parte de las veces los
álbumes vuelven a las manos de los herederos del fotógrafo “por su carga
emotiva y familiar”.
CONSERVAR EN
UN LUGAR FRESCO Y SECO
Montadas sobre un cartón, la imagen de la izquierda y de la
derecha parecen iguales, aunque guardan una sutil diferencia: apenas unos
milímetros en la posición de la lente que ha captado la imagen y que al ponerla
en el visor estereoscópico, hará la magia de convertir la foto bidimensional en
una imagen en 3D. Un efecto fascinante que hacía que para Federico Llanas la
fotografía tuviera una función lúdica: colocaba a sus hijos detrás de un seto y
a su madre en primer plano, hacía posar a su padre frente a los ordenados botes
de su farmacia, o a la familia al completo en ferias y plazas. La máquina que
tantas horas de diversión les proporcionó quedaría en desuso al morir el
pequeño Fafano, que cayó por el hueco de una escalera cuando tenía ocho años.
La producción de Llanas, 1.500 placas de vidrio y 237 positivos
en papel realizados entre 1918 y 1921, descansa por iniciativa de sus nietos en
los archivos de la fototeca, envuelta en materiales protectores y completamente
digitalizada, para que su consulta no requiera la manipulación de los
originales. Es una de las muchas colecciones de importantes fotógrafos de la
historia de Huesca que permanecen aletargadas en los fríos archivos de la
fototeca, cada una envuelta y almacenada en los materiales más propicios para
evitar su degradación: papeles con pH neutro, con o sin reserva alcalina,
fundas de polipropileno para los negativos en soporte plástico… Transcurren
solo cinco minutos antes de que suene la alarma que indica que nuestra
presencia está alterando las condiciones físicas de humedad y de temperatura y
con ellas, el ecosistema propicio -entre 12 y 14 grados y a una humedad
relativa por debajo del 50%- para estas fotos, que son la memoria gráfica de
toda una provincia.
LA IMAGEN
PERSONAL DE UN FOTÓGRAFO PÚBLICO
Para los fotógrafos profesionales o los amateurs más avanzados,
la fotografía se convirtió no solo en una manera de retratar los hitos de las
biografías ajenas y cercanas, sino también un objeto personal que les
acompañaba en su día a día. En el trascurso del curso organizado por la UIMP y
Visiona, Pilar Irala, la responsable de la colección de Jalón Ángel, fotógrafo profesional muy destacado en los cuarenta y
cincuenta, autor de retratos oficiales de Juan Carlos y Sofía como Príncipes de
Asturias o del Generalísimo y otros miembros de la élite militar franquista,
presentó una de sus facetas menos conocidas. “Uno de sus temas más
trabajados fueron los retratos de hijos. Es fácil encontrar a personas en
Zaragoza que tienen fotos del estudio de Jalón Ángel en su álbum familiar”,
aclara Irala.
Irala, que desde hace dos años gestiona en la Universidad de San
Jorge el archivo del fotógrafo navarro, ha encontrado en las fotografías
personales de Jalón “escenas a veces más espontáneas y a veces más teatrales”.
Unas fotos que el fotógrafo hacía exclusivamente para él. “Son prácticamente
desconocidas, han sido una gran sorpresa”, dice Irala. “A él no le parecía raro
sacar la cámara en cualquier momento y así ir construyendo esa identidad
personal y familiar, una trazabilidad de sus viajes, las personas a las que
conocía… su vida”. Gracias a su acceso a los materiales, que conseguía a bajo
coste, y la presencia constante de cámaras en su vida cotidiana, Jalón Ángel y
otros fotógrafos profesionales se anticiparon con sus instantáneas de paisajes
y reuniones en cafés al uso de la fotografía que se extendería más adelante y
que lo cambiaría todo: la fotografía se volvió ubicua gracias a la llegada de
los smartphones.
LA PEQUEÑA
SOPHIE Y EL PRIMER ‘CAMERAPHONE’
Es el 11 de junio de 1997 y Sonia Lee está en pleno parto, un
proceso complicado que amenaza con alargarse varias horas. Su marido, Philippe
Khan, no sabe a qué dedicar la larga espera que tiene por delante. Ha llevado
al hospital su ordenador y su cámara digital y se pone a pensar en lo
complicado que le va a resultar tomar la foto, transferirla al disco duro del
portátil y enviarla después a través de la lenta conexión a internet de su
móvil, de forma que la foto de su nueva hija llegue lo antes posible a sus
familiares. Khan, matemático e inventor residente en California, realiza un par
de viajes a RadioShack y como un auténtico manitas, crea un híbrido a partir de
su Motorola Starc y su cámara digital Casio. La foto de la pequeña Sophie,
dormida entre mantas, es la primera imagen tomada con un teléfono con cámara.
La historia de Philippe Khan y la invención del “cameraphone” le
sirve a Jordi
V. Pou, fotógrafo profesional que ha desarrollado
un trabajo de reflexión sobre la fotografía y el “álbum de familia 2.0” y
proyectos artísticos realizados con teléfonos con cámara, para explicar por qué
los smartphones han cambiado la fotografía digital, devolviendo la toma de
imágenes a la sencillez alcanzada en la era Kodak. Para Pou, la
integración de cámaras y teléfonos con sistema operativo que permiten su conexión
permanente con internet ha sido la clave de la popularización de la fotografía.
“La llegada de la fotografía digital supuso un incremento de la complejidad del
proceso fotográfico”, explica Pou, que ve en esa dificultad la causa de que
hayan disminuido las fotografías que acaban en álbumes familiares. “La
combinación de smartphone con cámara e internet es el punto de inflexión, el
fin de la complejidad. La fotografía personal encuentra su vía de salida en las
redes sociales y arrastra con ella la mayoría de la fotografía doméstica”.
Han cambiado el lugar donde se ven y se comentan las fotos y los
temas a fotografiar. “Se ha pasado de una cámara familiar a una en el bolsillo
de cada uno de sus miembros, y esto ha supuesto la multiplicación de imágenes,
algunas todavía en el ámbito familiar tradicional, pero la gran mayoría dentro
de un nuevo ámbito más ligado a las relaciones sociales”, explica Pou. “Ahora
la cámara es un dispositivo personal que, integrada en los teléfonos móviles,
tenemos constantemente en el bolsillo. Y si además es un smartphone, también
tenemos conexión constante, de forma que la idea de tomar fotografías solamente
en momentos específicos se ve completamente transformada y empezamos a tomar
fotografías de lo que algunos llaman ‘la banalidad de la vida cotidiana’:
porque estamos aburridos, como si hiciéramos listas de la compra, porque vemos
algo que creemos que le puede interesar a alguien que conocemos…” reflexiona
Edgar Gómez.
Instagram, Facebook y otras redes sociales como Flickr o Pinterest demuestran la importancia que está adquiriendo la
comunicación a través de fotografías. “Pero en estas redes sociales, es más
importante la novedad y lo reciente que el tiempo histórico”, considera Edgar.
“Ya no tomamos una foto de un niño para recordar dentro de veinte
años cómo era, sino para que tus familiares vean cómo es ahora. Es una fotografía
del presente para el presente, no del pasado hacia el futuro”, opina. Pedro
Vicente, el director del programa Visiona,
coincide con él. “Sigue habiendo una foto para la memoria pero ha surgido un
nuevo género de foto pasajera, efímera, una foto que se envía por Whatsapp, que
se consume y se desecha. Antes, las fotos eran preciosas, intocables, ahora
tenemos que deshacernos de muchas de ellas, no podríamos conservarlas todas. El
exceso de fotos nos lleva a un consumo mucho más rápido de ellas”, observa.
MISMAS FOTOS,
NUEVAS FORMAS
¿Significa esto que el álbum de familia ha pasado a la historia?
Según estos expertos, más bien parece que ha cambiado de forma. “Aún no somos
capaces de imaginar cómo será el álbum de familia de uno de los niños nacidos
en el cambio de siglo, pero sí creo que se están dando nuevas formas: ahora se
hacen llaveros, tazas, un póster o un calendario con las fotos del año
anterior. La tecnología permite que el álbum de familia esté en cualquier
sitio”, explica Pedro Vicente.
Jordi V. Pou sigue teniendo el suyo en papel. “Ante la duda de
la conservación digital y la seguridad de la copia química, sigo manteniendo un
álbum de formato tradicional con sus copias. No obstante, es solo un resumen de
otro mucho más extenso formado por archivos digitales y, además de tenerlo en
varias localizaciones, siempre está disponible para verlo en mi teléfono
móvil”. Edgar Gómez destaca también los múltiples nuevos formatos de
reproducción. “Lo cierto es que se siguen imprimiendo muchas fotos y que cada vez
existen más empresas dedicadas a la reproducción de fotografías que mandas por
internet y te llegan por correo. Moo Cards, libros de fotografía Blurb…”, enumera Gómez.
Otro ejemplo claro de que sigue existiendo un interés por
conservar copias de nuestras fotos es el proyecto de la marca Impossible
Project -la que rescató las películas Polaroid de su completa desaparición- de
crear una impresora que imprima de forma directa desde el iPhone: recaudaron el
doble de su objetivo inicial mediante preventas a través de la plataforma de
crowdfunding Kickstarter para su ‘Impossible Instant Lab’. En estos momentos de hibridación, cambios y
reformulaciones de la fotografía, parece claro que nos sigue gustando
aferrarnos a una imagen que nos diga quiénes somos y de dónde venimos. “Está
muy bien que pueda hacer cincuenta fotos de mi hijo, pero necesito salvar dos o
tres que me sirvan de referencia, ante este mar de imágenes necesito una que me
haga pensar”, dice Pedro Vicente. Seguiremos, pues, teniendo un álbum de
familia, aunque este pueda estar en un tablero de Pinterest o en el fondo de
pantalla del smartphone.
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