Amaneces con la sensación de que unos pocos sacan tajada de la situación financiera actual mientras el resto pagamos los vicios de un sistema injusto cuyas reglas se nos escapan. Sí, es un día normal. Como en los peores chistes, hay dos noticias: una buena y una mala. La mala es que esa sensación tuya es una sólida y palpable realidad. La buena: que, con tiempo, paciencia y mucha disciplina, tú mismo podrías pasarte al bando de los listos. Supongamos que los listos son los que aumentan sus ganancias en tiempos de río revuelto… y admitamos que “el resto” somos el antónimo de “listos”. Si te hallas en el primer grupo, enhorabuena: conoces el mercado. Si, en cambio, eres del segundo, deberías seguir leyendo.
SOY
MERCADO
¿Qué es el mercado?, preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. El mercado, querido amigo, eres tú. Te guste o no. Resistirse a esta incómoda afirmación es como negar que formas parte de la sociedad, de la especie humana o del sistema solar. Entonces, ¿Cómo es posible que yo sea el mercado, si el mercado manda y yo no mando nada en esta situación? Esa es la clave de este indigno juego de miserias en el que nunca hay culpables. Cuando el mercado es responsable, el mercado no es nadie. Y si das con él, preséntamelo. Tu dinero viaja, compra, se asocia, apoya, coacciona o determina multitud de operaciones que, junto al dinero de otros, va construyendo la historia financiera de la humanidad. Desde la traición de Judas por 30 monedas hasta la quiebra de Lehman Brothers. Hasta aquí todo en orden.
Pero, ¿Quién decide esas
operaciones? ¿De quién es la mano que mece el mercado? “El precio de los
productos, definido por la oferta y la demanda” es la respuesta oficial. Pero
el mercado hace cosas extrañas. Da alegrías inesperadas o hunde economías sin
compasión. Sorprende, traiciona y se merienda la teoría antes de que el mayor
de los expertos termine de anudarse la corbata. “Los mercados son oferta y
demanda”, nos explican desde Hanseatic Brokerhouse,
pero su subdirector en España, Alejandro Martín, aporta una elocuente metáfora
para entender por qué no todo es tan previsible. “Lo que sucede es que detrás
de la oferta y de la demanda siempre hay nombres propios, y si esos nombres
propios manejan los recursos suficientes, tienen una capacidad real para
alterar la situación de un mercado. Sería como pensar en el juego de la cuerda,
donde a la izquierda ponemos a tirar a un joven de 50 kilos y a la derecha a un
luchador de sumo. Probablemente ya sepamos quién va a ganar”.
“El mercado somos todos y todos
participamos”, defienden desde el Departamento de Análisis de XTB. “Hay quien cree que son las decisiones de Bernanke o de
Draghi, pero nadie en solitario puede mover el mercado”. Daniel Pingarrón,
Estratega de Mercados de IG Markets,
reconoce en cambio que “todos los que participan en el mercado lo mueven, pero
de manera muy especial los mayores inversores, que tienen mucha más fuerza y
capacidad de influencia”.
Visualizamos ya el viejo
estereotipo. Ese fulano apodado ‘pez gordo’ que se enriquece gracias al poder
que le otorga su dinero, y que lo utiliza a su vez para generar más dinero y
poder. Nos lo presentaron como un tipo insensible pegado a un teléfono móvil,
un ambicioso sin vida personal, histérico vociferador sobre el parqué de la
bolsa o en frías oficinas. Pero todo eso ha cambiado. Hoy la bolsa es un lugar
de encuentro de jubilados y nostálgicos que pasean por los señoriales salones
en los que un día se movían las acciones. Ahora ni siquiera los servidores
informáticos están ubicados allí. El mercado se mueve, como es de esperar,
desde un ordenador. Por ejemplo, el tuyo. En un par de minutos podrías ser un trader, sólo
necesitas elegir bien a tu hombre en el mercado. “Es importante que el bróker
ofrezca garantías y esté inscrito en la CNMV. Que sea transparente y sólido, y
que la plataforma tenga calidad, sea estable y segura”, aconseja Daniel
Pingarrón, de IG Markets. Hay más empresas, pero no todas son limpias. Las que
mencionamos en este artículo sí que lo son: cumplen los requisitos básicos para
saber que no estás ante un trilero, que los hay. Porque los anuncios de “alarga
tu pene” tienen su equivalente en el mundo del trading. Su reclamo es “triplica
tus ingresos” o “¡he ganado 4.000 euros en sólo 10 minutos!”. Escenarios
posibles pero, como puedes imaginar, engañosos.
PELIGRO: RIESGO DE
RUINA
Como todo lo que suena a dinero
fácil, el trading atrae a mucha gentuza. Por eso hay
que asesorarse bien antes de entregar los ahorros a nadie. Pero aun delante de
un gestor sólido y con garantías, tu dinero no está a salvo. Puedes perder. De
hecho, casi todo el mundo pierde. “La mayoría de los estudios demuestra que
solamente el 10% de los traders consiguen
beneficios sostenibles”, revela Alejandro Martín, de Hanseatic Brokerhouse.
“Hacerse rico con un capital no demasiado grande es bastante improbable, y no
debería ser la finalidad del trading, sino más bien conseguir una renta
adicional o, en el caso de tener un capital más grande, poder llegar a vivir
del trading”.
Algunos lo hacen. Alberto
García Sesma está ganando dinero. Lleva algo más de tres años arriesgando sus
ahorros delante del ordenador y ahora come de ello. “Al principio, cuando
perdía me salía a fumar a la terraza con una cara muy larga. Pero si sale mal
una vez tienes que ir a por otra, esa es la actitud”. Pero a su tocayo Alberto
Domínguez no le va tan bien. “De momento voy perdiendo dinero, pero lo
considero normal”, nos cuenta este joven trader. “No
tenía conocimientos de bolsa y me metí durante el crash del
Ibex del verano de 2011. Los movimientos eran brutales”.
Operar en tiempo real es como
viajar en una montaña rusa, sólo que lo que sube o baja son tus ahorros.
“Invertir 200 euros y que 15 minutos más tarde vayas perdiendo 50 puede ser
demoledor para la moral, como fue mi caso”, confiesa Alberto, que si no hubiera
cerrado su operación habría podido ganar 100 euros tan sólo una hora más tarde.
Situaciones como esta se pueden dar con cantidades mucho mayores y, por tanto,
multiplicar las pérdidas. “Me pasó otras dos o tres veces más en una semana,
los nervios me podían y acabé dolorido. Desde fuera puede parecer de idiotas,
pero si no estás ahí no sabes lo que es eso”.
No controlar las emociones
puede hundir los ahorros de cualquier aficionado al trading. La impulsividad es
una constante entre los novatos, que asemejan la inversión con una apuesta en
la que el azar juega más que el mercado. Pero ante la comparación del trading
con la ludopatía, los profesionales sacan las uñas. “El trading sí se puede
asimilar a ludopatía porque tiene un componente adictivo fuerte” –admiten
desde XTB– “pero el componente de azar es mucho menor. Especular
engancha, pero el trabajo que hay detrás es dolorosamente solitario. La actitud
del trader delante del ordenador, observando el movimiento del precio, puede
resultar chocante”.
“ESPECULADORES
ANÓNIMOS”
Es frecuente encontrar en los
foros a quienes aseguran haber perdido todos sus ahorros. Anuncian que ‘lo
dejan’, como quien dice “no vuelvo a beber”. La adicción al trading, aún por
diagnosticar, mina el ánimo de los más fuertes. Algunos se desahogan en
Internet, pero en su vida cotidiana no sueltan prenda. ‘W’ perdió varios
millones ahorrados a finales de los 80 y ahora opera en trading, aunque su
familia no lo sabe. “Recuerdan lo mal que lo pasé cuando lo perdí todo, así que
ahora no hablo de mis inversiones. Ni loco”. El trader, tal y como lo conciben
los profesionales, debe pasar horas aprendiendo y, por qué no, fracasando. Es
una actividad silenciosa que exige concentrarse en gráficos, estudiarlos y
anotar los errores para recordarlos. Pero existen ganadores. Algunos, incluso,
han ganado también el odio universal.
Durante un par de días, la cosa
estuvo muy calentita por las palabras de un desconocido de 33 años que aseguró
en la BBC que “los gobiernos no gobiernan, es Goldman Sachs quien lo hace”.
Auguró que “en un año se desvanecerán los ahorros de millones de personas” y se
sinceró del todo: “Cada día me voy a la cama soñando con otra recesión”. Alessio
Rastani se convirtió en un momento en la viva representación del mal, era
el mismísimo Satanás con chaqueta. Sospecharon que pudiera ser un cómico de
los Yes Men, le acusaron de farsante y fue vilipendiado en las tertulias.
Pero el pecado imperdonable de Rastani fue confesar su pasión: ganar dinero en
bolsa, como tantos otros.
Como él, cualquier trader puede
apostar a la baja. Si cree que una empresa va a caer, venderá las acciones que
aún no tiene y contribuirá a ello. Si cree que un país se va a hundir, venderá
deuda que no ha comprado y pondrá su granito de arena. El mercado lo permite y
las leyes (que no son lo mismo) también. Sólo de vez en cuando la CNMV
prohíbe operar “en corto”, con acciones de los bancos o con todas en
general, y lo hace provisionalmente. El resto del tiempo, vía libre. Después,
bancos que se hunden, economías que quiebran y divisas que se tambalean. Pero
una vez más –¿te suena?– no hay responsables.
¿CON LA COMIDA NO SE JUEGA?
Igual que es posible especular
con acciones, divisas o fuentes de energía, el trading permite especular
también con el precio de los alimentos. Así se ha hecho siempre en el mercado y
así se puede hacer hoy desde casa. El trigo, el maíz, el arroz, la soja, el
café o el azúcar son bienes esenciales para la supervivencia de comunidades
enteras. Pero también son productos financieros. Forman un grupo propio dentro
de las llamadas “commodities”, que significa “mercancía”. Pero esa mercancía no
son yenes, barriles de petróleo o lingotes de oro. Es comida. La que escasea en
muchas de las casas de quienes la producen. Podemos vivir sin Apple o Bankia,
pero no podemos vivir sin alimentos. Los inversores lo saben y algunos se
aprovechan de ello. Esperan a que se publique un informe negativo sobre alguna
cosecha desastrosa provocada por inundaciones, sequías o conflictos armados. Lo
escuchan, sonríen y corren al mercado. El éxito está garantizado, observa el
siguiente ejemplo.
Imaginemos que en un país que
produce cacao estalla una guerra civil. El gobierno está paralizado y suspende
las exportaciones. Alguien con mucha avaricia y poca humanidad podría invertir
enormes fortunas en comprar todo el cacao posible y almacenarlo hasta que la
combinación de una demanda angustiosa con una acuciante escasez provoque una
rápida subida del precio a niveles estratosféricos. En ese momento, cuando la
falta de cacao ya ha mermado a suficientes familias, vende lo que tiene y gana
un dineral. No es un ejemplo ficticio, es Costa de Marfil. Y ese individuo
existe: se llama Anthony Ward, alias “Chocfinger”.
El señor Ward dejó su empleo de
mensajero en Londres y cambió su moto por las commodities. En
apenas 4 años, su empresa Armajaro logró lo que se
conoce como “arrinconar al mercado”: manejar una cantidad suficiente de algo
como para influir en el destino. Hace tres años repitió la operación y volvió a
forrarse. Arrinconar al mercado no está al alcance de todos y no siempre es
legal. En el caso de Armajaro, uno de los principales donantes de los
conservadores británicos, sí que lo fue. Al menos en Reino Unido. En algunas
regiones de África Occidental, en cambio, Armajaro no puede poner un pie. Pero
todas las consecuencias para el señor Ward, cuya compañía ha preferido no
aportar su versión para este reportaje, se reducen a un mote de villano.
En una entrevista colgada en Youtube antes de su último gran golpe
africano, “Chocfinger” aseguraba que una de las claves del éxito de su compañía
era seguir la previsión del tiempo. Pero olvídalo, tú no vas a hacerte rico por
anticiparte a las inundaciones en el sudeste asiático o porque se aproxime un
tifón a las costas de China. En cambio, si lo deseas, tal vez puedas sacar un
pellizco subiéndote al tren de los arrinconadores. La
pregunta ahora es: ¿quieres hacerlo?
REFLEXIONAR
POR ENCIMA DE NUESTRAS POSIBILIDADES
Seguro que conoces a alguien
que compró un piso en la época del boom. Tal vez incluso te animó a que
hicieras lo mismo, guiado por la certeza de que aquello era una gran inversión.
Tu amigo, o quizás tú mismo, habéis contribuido a inflar la burbuja
inmobiliaria. Perdona que te lo diga así… Ah, que ya lo sabías, que ya te lo habían
dicho.
Las burbujas son paradojas de
la vida. La lógica dice que si baja el consumo de un producto, su precio
también caerá. Pero en ocasiones los precios suben sin que haya subido la
demanda real y, cuando los precios se disparan, se genera el deseo de altas
rentabilidades. Es el paraíso para los especuladores. Cuando la paradoja
termina y regresa la lógica, miras a tu alrededor y huele a napalm. Al petróleo
le sucede a menudo. Su precio es capaz de duplicarse en unos meses sin que en
realidad haga falta el doble de petróleo que antes. Pero familias, empresas y
Estados tienen que pagar más por el combustible o la calefacción. Tú puedes
aprovecharte de ello si haces clic el momento adecuado. Te lo pregunto una vez
más: ¿quieres?
David Moreno no quiere, pese a
que vive del trading. “No me gusta especular con el sustento de los demás e
incluyo al petróleo. Su precio repercute en muchos bienes que se utilizan a
diario”. Esto supone que David, cuyos ingresos dependen de sus operaciones en
el ordenador, deja escapar cada mes muchas oportunidades de intentar ganar
dinero. Pero Alberto Domínguez lo ve de otra manera: “El precio del petróleo es
tan increíblemente manipulable por los principales productores que si quieren
bajarlo lo bajarán, y si quieren subirlo, también. Mi intervención en el
mercado no va a afectar”. Los dos tienen razón, pero la decisión es particular.
García Sesma, que dejó atrás los números rojos, se decantó hace ya tiempo: “Me
interesan las consecuencias de las operaciones financieras si afectan a mi día
a día. Nos sigue gobernando la misma clase de gentuza y así nos va a todos. Y
cuando digo a todos, me refiero a toda la humanidad”.
Toda la humanidad es,
precisamente, la que puede meter mano en el mercado de los alimentos pese a
que, como sospecharás, a una parte muy pequeña de ella le interesa realmente el
minuto a minuto del precio de la soja. Daniel Pingarrón, de IG Markets,
defiende que la especulación en alimentos se limite a los participantes en esa
industria y no esté abierta a cualquier inversor. Pero los límites y las
regulaciones desde fuera no son plato de buen gusto para el mercado.
Al
final son los propios principios los que determinan las líneas rojas que uno no
quiere traspasar. Vivir del trading o, al menos, soñar con ello, es una
travesía incierta plagada de cadáveres en la que la serenidad es lo que la
diferencia de un casino, la disciplina la diferencia de una aventura, y la
ética –voluntaria– la diferencia de la selva. Un arriesgado salto al bando de
los listos en el que se decide en el aire si se está abandonando también el
bando de los buenos. Ese bando en el que, como sabemos, no siempre están los
que ganan.
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