KNOW COST’: COMPRAR UN MUNDO MEJOR

 

El único acto realmente democrático que ejercemos día a día es el consumo. Esta aseveración, que se encara con la tendencia a demonizar la relación económica entre el individuo y la sociedad, da inicio a la conversación en la que Miguel Conde nos explica algunos de los argumentos más impopulares de su libro “Knowcosters. Cuando el low cost es el mal”.

Este comunicador autónomo quiere convencernos de la necesidad de pagar un poco más por lo que aparentemente es lo mismo. De premiar con nuestros euros una filosofía, práctica empresarial y modo de relacionarse con el planeta que se parezca a lo que tenemos en nuestra cabeza cuando imaginamos el mundo en el que queremos vivir. Sostiene Conde que la Europa del bienestar está en peligro, pero en lugar de señalar a políticos y banqueros prefiere despertar nuestra aletargada conciencia cuando recorremos los pasillos del supermercado, bajamos al chino o nos felicitamos por el descuento obtenido al comprar un portátil en Internet. Cada vez que consumimos hacemos negocios con los buenos o con los malos, y el problema es que rara vez sabemos quién es quién.

ESTAS SON NUESTRAS ARMAS: Lo corean multitudes en cada concentración y protesta. La declaración de intenciones de las manos vacías, alzadas al frente como expresión pacifista, es una de las imágenes más elocuentes en descrédito de la violencia, el porrazo prepotente o el abuso de los poderes públicos. Pero también es, posiblemente, una de las mentiras más recurrentes y perdonadas por la masa.

“Yo compro online y creo que estoy comprando en España. Pero es mentira. En la mayor parte de los casos estoy comprando en Irlanda”, nos recuerda este publicitario, evitando citar marcas. “Compras a un conocido fabricante de informática y te lo envían a casa con la factura en castellano, pero tu IVA lo has pagado en Irlanda, el impuesto de sociedades está allí y también los puestos de empleo. Esto se debe controlar, fundamentalmente con información”.

La cruzada del know cost pretende dotar de conocimiento al acto de consumir, al que, según Conde, se lo debemos todo. “La democracia es inconcebible si no existe el consumo. Es el abuelo de la hacienda pública y el padre del bienestar. Es la expresión básica del ser humano en la paz. Sin consumo no tendríamos nada, está directamente relacionado con nuestra subsistencia y también con nuestro placer”. Por eso quiere que lo hagamos bien. “No puedes votar a quien te promete más prestaciones, más sanidad o anticipar la jubilación y día a día comprar low cost, que te está garantizando que las coberturas sociales van a ser menores. Si no actúas coherentemente con esto estás conformando la sociedad que no deseas. Debes consumir en sintonía con lo que piensas”.

PERO, ¿TAN MALO ES COMPRAR BARATO?

Con sueldos ridículos, contratos basura y récord de paro, sorprende que alguien anime al ciudadano a pagar más por lo que parece igual. Y esa es una de las obsesiones de Conde: advertir al consumidor contra la peligrosa falacia del “es-lo-mismo”. Lo define como “una poderosa arma contra el sistema económico, una manipulación de la voluntad que libera grandes dosis de serotonina al creer comprar lo mismo pero más barato. Produce inconsciencia, crea adicción y, lo que es peor, crea cultura”.

La lógica del low cost la describe en “seis pasos al infierno diabólico”:

1.    para vender barato hay que producir barato.

2.    para producir barato hay que ser muy eficiente.

3.    para ser muy eficiente hay que tener muy pocos costes.

4.    para tener pocos costes es necesario ahorrar en calidad o en mano de obra.

5.    para ahorrar en mano de obra hay que despedir.

6.    para ahorrar en mano de obra hay que pagar menos y deslocalizar la producción: buscar trabajadores más baratos en países con peores condiciones.

El resultado es un mundo peor y un país más deprimido, con más paro. Por eso el planteamiento del know cost, que nos presenta como la salvación ante ese “infierno diabólico”, es conocer al menos las consecuencias de elegir el producto ‘X’, barato y atractivo, frente a un producto ‘Y’, más caro pero menos dañino con el modelo de mundo que queremos construir. “No soy enemigo de todo lo que sea low cost, aunque en el libro diga que es el mal”, nos confiesa Miguel Conde. “Pero creo que debemos consumir de la misma forma en la que pensamos. Eso es el know cost, consumir como se piensa. Sabiendo. Y si decides consumir productos de una dictadura que paga salarios bajos o practica la explotación infantil, estás en tu derecho. Pero creo que la mayoría de las veces que esto sucede es por desconocimiento, por falta de información. Existe una disonancia entre cómo se piensa y cómo se consume”.

La información es la clave, entonces, para no cometer el error de premiar el modelo que odiamos. ¿Quién puede preferir apoyar al explotador sin escrúpulos y comeniños que al tipo íntegro y honesto al que presentarías a tu hermana? Sabemos que compramos mal, pero no siempre sabemos cómo no hacerlo. Por eso Conde plantea el “triple marcaje”, información expuesta en cada producto que indique los tres precios que terminaremos pagando: el PVP de siempre, el coste oculto que sufre el planeta y otro coste oculto que daña al Estado del bienestar. De este modo elegiremos mejor o peor, pero al menos lo haremos conscientemente.

 

TRES PRECIOS, UNA DECISIÓN

“Tenemos que premiar a los productores con los que compartimos una visión. Si todos lo hiciéramos, los cafetales respetarían unas normas en su crecimiento, el protocolo de Kioto se estaría cumpliendo de forma mayoritaria…”. Pone Miguel Conde el ejemplo de las latas de atún que comenzaron a incluir la máxima “dolphin safe”, ese sello que indica que en la captura de los atunes no se ha aniquilado a los inocentes delfines que pasaban por allí. Por lo visto fue un éxito. Y lo cierto es que varias iniciativas similares se plasman ya en los envases. Todos conocemos el comercio justo, hemos recorrido el pasillo “bio” del súper y nos suena la huella de carbono, una cifra que resume cuánto CO2 se ha emitido a la atmósfera en la producción de un determinado artículo. El “coste planeta” va por ahí. Es decirle al consumidor cuánto va a terminar pagando, también en dinero, por culpa de que ese producto esté sobre la estantería del supermercado.

El “coste Estado de bienestar” también se puede calcular, según Conde. “¿Es lo mismo un productor que reinvierta sus beneficios en tu comunidad a otro que lo haga en otro sitio? ¿Es lo mismo que respete las leyes a que no lo haga? ¿Es lo mismo que sus empleados tengan unos derechos u otros? No, no es lo mismo”. Fundamentar la decisión del consumidor en otra cifra que dé una idea de cuántos impuestos, cuánto paro o cuántos beneficios va a generar la compra de un producto es el otro pilar del triple marcaje. Pero, ¿cómo se calcula eso? ¿Realmente se puede hacer pasar por el aro a la misma industria que ha creado el problema? Los knowcosters creen devotamente que sí.

“No lo veo tan complicado. Sobre todo con la cantidad de universidades y científicos espectaculares que hay en este país. Estoy seguro de que sería una matriz pequeña en el manejo de datos”. Incluso confiando en que el cálculo fuera matemáticamente posible, queda el reto de involucrar a todas las partes. “Tienen que entender que hay un cambio de paradigma, que ha habido un tsunami en el mercado. Y que haciendo las cosas como las han hecho van a llegar otra vez a lo mismo. Ellos van a estar interesadísimos en que esto salga adelante”. No es sólo optimismo. La confianza de Miguel Conde en que la industria se someta a su planteamiento es un hito
indispensable para que la cruzada del know cost, su revolución hacia el “consume como piensas”, tenga una plasmación real. “En una primera fase, me temo, tendría que ser más informativo que obligatorio. Pero se puede hacer perfectísimamente. Hace un siglo nadie imaginaría que los envases incluirían información nutricional, con las calorías y hasta el potasio. Tampoco que un paquete de tabaco enumeraría patologías mortales”.

Pero aún no hay nada. El triple marcaje es solo una hipótesis cuyo proceso de validación aún no ha concretado su autor. “Hay que concretar, sí, pero primero hay que vincular. Asociaciones de consumidores, instituciones, fabricantes… y después establecer una política de marcación con una institución capaz de determinar la trazabilidad social y en el planeta de esos productos”. Lo advierte Miguel Conde al comienzo de “Knowcosters”: “Este libro no pretende arreglar el mundo por sí mismo. Pretende arreglarlo, pero con tu ayuda”. Es un libro de combate contra “un enorme poder silencioso, sibilino, devastador, capaz de presentarse como la solución cuando en realidad es el problema”. Es el llamamiento a una revolución que sueña un paradigma ideal ante un problema urgente: conocer lo que realmente cuestan las cosas. Para que empecemos cuanto antes a dejar de pagar tan cara la existencia.

El primer ‘knowcoster’

Miguel Conde Lobato se autodenomina markitecto para describir su oficio como constructor de marcas. Es consultor estratégico de comunicación y creativo publicitario, pero se considera ante todo un observador social. Aparte de presidir la agencia BAP&Conde, compagina sus responsabilidades en distintas consultorías y productoras con la publicación de libros y la creación de campañas publicitarias. Una de las más exitosas es ¡Vivamos como galegos!, de extraordinaria longevidad y popularidad en Galicia y a la que recomendamos sin duda echar un vistazo.

Estética para una cruzada

El estandarte del know cost es el emoticono de un búho que, además de simbolizar la sabiduría, remite al reverso de una moneda antigua que figura en la portada. La historia de la economía y el “cómo hemos llegado hasta aquí” ocupa buena parte de las páginas de “Knowcosters”, ilustradas con tipografía grande y agresiva, en tonos rojos y negros, que recuerda sutilmente a la propaganda de las ideologías extremas del siglo XX. “Es un libro casi audiovisual”, dice con razón el autor. La descripción del crédito como una droga, de Keynes como un camello y de los Estados occidentales como yonkis son llamativas imágenes con las que se explican los planteamientos. Un cameo de Nietzsche como el gran impulsor del endeudamiento, una bomba atómica llamada low cost o afirmaciones categóricas como la de que “al progreso le sobran las personas” dan pie a la reflexión y a la controversia. Y, consciente de ello, Miguel Conde se dirige en ocasiones a un detractor imaginario al que llega a replicar que, si sus afirmaciones no le gustan, “lo siento, pero estamos en mi libro”.

Un euro = un voto

La idea para el libro surgió en 2007, antes de que se desatara la crisis que hoy lo acapara todo. “La buena noticia es que tenemos un enorme poder al alcance de la mano para salir de aquí”, dice Miguel con su notorio acento gallego. “Ese poder es la libre manifestación del acto cívico por excelencia: elegir. Elegir lo que hacemos, lo que construimos, lo que compramos, adónde va nuestro dinero”. Un euro, un voto. Así entiende el consumo. Para ilustrar la aplicación práctica de su proyecto ha elegido un envase de leche ficticio que remite a las marcas gallegas. A su entorno se refiere en múltiples ocasiones para señalar los peligros del desarrollo y la globalización: “prefiero consumir leche que permita que el pasto siga siendo verde”. “Leí un artículo sobre los corderos procedentes de Nueva Zelanda”, nos cuenta. “Su inmensa importación se está cargando al cordero de los Picos de Europa, el que se cría en trashumancia, el que mantiene los caminos que hacen de cortafuegos en los montes. A mí me gustan los Picos de Europa como están. Por eso prefiero comer menos veces cordero y pagar 3, 6 ó 10 euros más el kilo. Porque no necesito comer tanto cordero y porque, cuando lo haga, prefiero pensar en los Picos de Europa. Habrá quien no esté de acuerdo, pero yo prefiero hacerlo así”.



LA CAÍDA DEL IMPERIO CULTURAL ITALIANO

EL PAÍS SE HACE EL HARA-KIRI CON EL MALTRATO A SU PATRIMONIO

“El italiano medio es inconscientemente consciente del patrimonio que hay en su país. Cuando viaja al extranjero se da cuenta de la importancia de nuestro patrimonio, mientras tanto no le hacemos caso porque vivimos en el arte”. Estas palabras pertenecen a Alessandro Manna, voz de una asociación que trabaja por salvar la Reggia de Carditello (cerca de Nápoles), un palacio de caza borbónico en ruinas que sirve de ejemplo para hablar de muchos casos similares del patrimonio cultural italiano. La patria del arte, víctima de esta conciencia pasiva y de la dejadez, sobrevive en una situación en la que crisis se conforma como un elemento más de la tormenta.

Un paseo por Italia es un paseo sorprendente. Con la mochila a cuestas es fácil pasar de los fríos Alpes al elegante Turín en sólo un día, en apenas un par de horas. El país cuenta con uno de los mayores patrimonios artísticos del mundo. Patria del Imperio Romano, cuenca del Renacimiento y fragmentada durante siglos en pequeñas maravillas, a día de hoy, la UNESCO estima en 47 los lugares protegidos de los que goza el país transalpino. Sin embargo, mermas en presupuestos, malos tratos del público y de la administración y crisis endémica transforman el gozo en tortura, e invitan a que el Estado venda parte de su patrimonio para poder financiarse o a que grandes marcas hagan publicidad ayudando con una restauración vistosa pero parcial. De esta manera, en diciembre está previsto que arranque la restauración del Coliseo a través del empresario Diego Della Valle, propietario de la firma de calzado Tod’sUnos 25 millones a cambio de la exclusividad de la imagen del monumento durante 15 años.


La inconfundible sombra del David (Andy_bcn vía Flickr)

La lista es larga y cada cierto tiempo aparece en la prensa una nueva noticia que da cuenta de la situación del Patrimonio. Los últimos ejemplos tuvieron lugar este verano. Las Cinco Tierras, parada obligatoria de verano para muchos estadounidenses a orillas del Mediterráneo, vio como uno de sus paisajes idílicos casi provoca un accidente con la rotura de una barandilla. Poco antes, el enésimo problema – derrumbe – en Pompeya, la ciudad sepultada por la lava.

Pese a estos problemas, las cuentas siguen saliendo al Estado italiano. ¿Para qué invertir dinero si se tiene una gallina de los huevos de oro? Pese a la leonina crisis que dejó este verano a media Italia en casa, el pasado mes de agosto Pompeya gozaba de más de 313.000 visitas, apenas 16.000 menos que al año anterior, un descenso que, por si fuera poco, se compensará con las cifras de un septiembre al alza, según el sitio arqueológico.

Sin embargo, aunque estos números puedan parecer atractivos a primera vista, no hay que dejarse engañar. El número de visitantes por día de Pompeya con respecto a un gran museo como el Louvre es la mitad. Italia, con su número de bellezas de la UNESCO se encuentra 28ª en la tabla de Turismo y Competitividad del Foro Económico Mundial, por detrás de países como Estonia, Chipre o Bélgica. Un dato a primera vista extraño, aunque sólo los turistas que hayan estado en Tallín y en el país mediterráneo podrán valorar si se les trata mejor en el Foro Romano o en el Festival Veraniego de la Cerveza de Estonia.  Sin ir más lejos, según un estudio de la Cámara de Comercio de Monza, el Coliseo valdría 5 veces menos que la Torre Eiffel, mientras que la Sagrada Familia superaría al famoso Duomo de Milán. Un patrimonio tan inmenso como aparentemente desaprovechado que provoca situaciones de gran riesgo para la memoria.

El peligro que corre esta marca ya maltratada es su continuo desgaste por la falta de recursos. La capital romana requiere reformas valoradas en varios millones de euros para solucionar los desperfectos en las ruinas del Foro Romano, en sus murallas o en la famosa Fontana di Trevi. Este último monumento es de una belleza todavía incuestionable, pero del que recientemente han caído piedras como puños. Muchas ruinas que corren el riesgo de arruinarse todavía más.

 

LA RUINA QUE CARCOME LA RUINA

“Lo poco que quedaba por robar ya ha sido robado”El panorama de la Reggia de Carditello, una joya borbónica en Campania, la región de Nápoles, no es demasiado halagüeño. Este palacio de caza lleva en desuso desde finales de los años 80, cuando fue embargado, y este enero saldrá a subasta por quinta vez con el consecuente peligro de que acabe en manos de un ente privado o de la Camorra. El destrozo, los escombros y los robos han sido la tónica general de la Reggia en los últimos 20 años.

Cinco subastas desiertas en los últimos años han ido bajando el precio inicial de salida, un paso que allana el camino a los aspirantes camorristas a hacerse con el lugar de nacimiento de la famosa mozzarella de búfala. El palacio que servía de reposo a los Borbones napolitanos, y que en su día fue tomado por los nazis como cuartel, se asemeja más a un castillo del terror por efecto del saqueo a manos llenas en los últimos años, con los políticos y policía de la región mirando a otro lado.

“Está en juego la memoria. Si no lo adquiere el Estado estamos en riesgo de perder una parte de nuestra memoria”, explica Manna, portavoz de Agenda 21, un conglomerado de asociaciones que se desviven por intentar salvar este trozo de historia. Gracias a ellos, la Reggia ha entrado en los hogares italianos a través de un ininterrumpido ruido en televisión, mientras que otros tantos ciudadanos han podido entrar gracias a las jornadas de visitas que organizan.

Y es que el salvamento de la Reggia supondría un empujón económico a la región. “Hay mucha gente que nos pide visitarlo. Si se abriese al público definitivamente se incrementarían las visitas a los monumentos de toda la región. Serviría para promocionar al territorio, incluso como un escaparate para productos de excelencia de la región. No hay que olvidar que la mozzarella viene de Carditello”.


Galería Uffizi en Florencia (cfwee vía Flickr)

En este caso hay una pequeña luz en la oscuridad. El ministro de Bienes Culturales anunció a esta asociación que el Estado podría ejercer su derecho a igualar la mejor oferta de la subasta y que la Reggia vuelva a ser propiedad de los italianos. Aunque el Estado realizó una restauración parcial por valor de 2,5 millones de euros entre 2000 y 2003, Agenda 21 explica a esta revista que calcula que una reforma para que todo vuelva a estar en orden se deberían invertir unos 10 millones de euros. Un dinero al que se debe unir el pagado por adquirir la finca, una cifra que hace temblar a un Estado que recorta año tras año los gastos patrimoniales, no sólo en reformas, sino también en salarios.

 

EL UJIER DEL SENADO Y EL DIRECTOR DE LOS UFFIZI

Si la Reggia de Carditello es el ejemplo del descuido del patrimonio, el maltrato a los cuidadores queda representado en Antonio Natali, director de la Galería de los Uffizi en Florencia, corazón del arte en Italia y uno de los puntos cardinales museísticos en Europa. En la nómina de Natali figura al final de mes un sueldo de 1.800 euros. Una cantidad cuatro veces inferior a lo que cobra un ujier del Senado. La carta, casualidad o no, se publicó el día después de que Mario Monti dijese que sueldos y méritos deberían ir de la mano. El guardián de Botticelli, Caravaggio o Miguel Ángel explica, entre amargura y costumbre, que el Gobierno técnico no ha hecho nada en este sentido desde entonces.

“La crisis no ayuda, pero desde que yo era joven he escuchado que el Estado da pocos fondos al patrimonio, algo que la crisis agudiza”, explica Natali. Y razón no le falta, pues este año el presupuesto de Cultura llega a 1.400 millones, cuando hace poco más de 10 años superaba generosamente los 2.000. “El patrimonio debería ser conservado más allá de si se gana o no dinero con él, pero Italia debería tener más consideración por su patrimonio teniendo en cuenta que su economía depende de esto”, añade el director de los Uffizi.

Un paseo por Florencia cualquier fin de semana sirve para chequear la cantidad de turistas que pasean por la ciudad. Una cola en cada calle, restaurantes y cafés llenos y regates continuos para evitar salir en una foto no deseada. Sin embargo, revisando la lista de los 10 museos más visitados del mundo no se encuentra ningún italiano. El mejor situado, los Uffizi, está en 19º lugar, con 1.700.000 visitantes, una cifra, eso sí, en aumento con respecto al año anterior.

Las conversaciones con otros directores de museos europeos son a veces incómodas porque el lamento de cualquier jefe palidece ante las necesidades italianas. Para muestra basta con cruzar la frontera sin necesidad de cambiar la nacionalidad. Claudia Ferrazzi tiene 34 años, es italiana y en su tarjeta de visita está escrito que es la número tres del Louvre parisino – primero en la anterior clasificación-, donde la suma de los diez mayores sueldos es de un millón de euros anuales. Ferrazzi supera pues dos tabús italianos, el sueldo a los directivos de museos y la gerontocracia que integra administración y empresas.

“A veces te ríes y a veces lloras”, se lamenta este hombre de inconfundible aspecto italiano, rector de los destinos de la Galería desde hace seis años. Estas palabras sobre su sueldo casi se fusionan con la tristeza que expresa al ser preguntado por si los italianos son conscientes de la riqueza de su patrimonio. “Los italianos dicen que lo conocen bien, pero conocimiento quiere decir respeto, atención”. Un reflejo que no se ve en el cuidado de algunas piezas de su patrimonio.

Sin embargo, el gusto de pasearse entre el inmenso patrimonio de esta galería le ata. El director reconoce que si se tuviera que ir lo haría “con un nudo en la garganta”. “Tendría la tentación si encontrase un trabajo que me diese la misma satisfacción”, explica, y es que 30 años escalando peldaños en los pasillos de los Uffizi son difíciles de olvidar. Casi tanto como el follón de las calles de Florencia, llenas de unos turistas ansiosos por ver un patrimonio que alimenta a un país que no alimenta a su patrimonio. “Un hijo no deja que la herencia de su padre se pierda, sino que intenta garantizarla para la posteridad y revalorizarla”. Dos deberes muy complicados a vista de los ejemplos.

UN CONTORNO POCO APETECIBLE

Aunque la tragedia principal, como señalan Natali y Manna, es la pérdida de la memoria del país, existe un problema secundario: la pérdida de turistas. El turismo en Italia supone un 10% del PIB y da empleo a más de dos millones de personas, pero en lugar de pensar en crecer, se piensa en cómo evitar perder lo que ya se tiene. El italiano medio se mueve en estos temas con su habitual indignación seguida de un “qué se le va a hacer…”. “Se vive de las rentas. Tenemos un gran patrimonio, pero hemos sido superado por otros países con menos”, explican unos italianos. “Parece que los que dirigen la imagen de Italia son aquellos italianos que no quieres encontrarte como turistas en el extranjero”.

Roma convive la pérdida de pujanza de la marca Coliseo y el deterioro de sus ruinas con precios prohibitivos y con turistas regateando sablazos, desde el hostelero avispado hasta el avispado centurión dispuesto a sacarse un sueldo con fotos junto a turistas. En este contexto, el Gobierno Monti trabaja en solucionar los males señalados en un reciente estudio: promociones ineficaces, malas conexiones de transporte o promociones turísticas sin encanto. El turista de la Ciudad Eterna se debate entre la comprensión y la decepción. “Tiene que ser difícil mantener todos esos monumentos, pero sí es verdad que decepciona ver paredes desconchadas o ennegrecidas”, explica un visitante español en Roma que se queja de “la caza del turista”. Esta caza no sólo se da con los extranjeros, ya que una italiana comenta cómo reservó con varios meses de antelación en un albergue de la capital y que al llegar la querían cobrar más. La explicación fue sencilla: “No esperábamos que hubiese habido tanto turismo esta semana”.

Sergio Rizzi y Gian Antonio Stella, periodistas de Il Corriere della Sera autores de Vandali, un libro sobre el maltrato patrimonial italiano, indicaban en televisión un ejemplo que ilustra la promoción turística en Italia. En la página web de turismo italiano, había un vídeo del cantante Albano vendiendo las bondades de la dieta mediterránea a turistas foráneos… una pena que hablase en italiano.


 

PASAPORTE Y ROTULADORES

 

Detrás del oso viajero y bonachón que aparece en todas sus imágenes está Pablo Ientile, un ilustrador y diseñador gráfico que supo dibujarse un plan B a su medida. En 2009 estuvo muy cerca de ganar un concurso, organizado por la marca de ropa Pull & Bear, que consistía en viajar alrededor del mundo haciendo un diario gráfico. Finalmente quedó cuarto y no pudo ser. Dos años después, Pablo seguía pensando en lo mucho que le habría gustado hacer ese viaje, así que tiró de ahorros y creó su proyecto personal: Ilustration around the World.

Como no tenía dinero suficiente para recorrerse el planeta entero, optó por algo más asequible, Europa. “Pero entonces todo el mundo empezó a hablarme bien de Asia: que si la gente era muy maja, que si era precioso, que si era muy barato… Y allí me fui”. Mediante el crowdfunding, Pablo consiguió reunir 2.046 euros gracias a las pequeñas aportaciones de muchos mecenas (y con un empujón final de la marca de vodka Absolut). A cambio él les enviaría, por ejemplo, postales desde sus diferentes destinos: Kuala Lumpur, Tokio, Seúl, Pekín, Shanghái, Taipei, Hong Kong, Manila, Bangkok, Jakarta y Bali. El blog y las redes sociales sirvieron a sus seguidores para envidiar las andanzas de Pablo Bear -así se llama su alter ego osezno- y a él para ir haciendo amigos en los países que recorría.

Después de seis meses de viaje por la derecha del mundo, este argentino volvió a Europa con ocho cuadernos repletos de dibujos que ilustrarán el libro que está preparando (cuyos primeros destinatarios, asegura Pablo, serán los ilustradores que conoció en Asia). Mientras termina el primer capítulo para enseñárselo a algún posible futuro editor, Pablo organiza charlas en las que cuenta anécdotas que minan el estereotipo del oriental frío, asustadizo o gruñón. Es inspirador asistir a una de estas presentaciones, uno entiende que la gracia del proyecto no consistía solamente en ilustrar lo que iba ocurriendo, sino en meterse de lleno en el personaje de su propia vida. Pablo se unió en Pekín a una multitud que bailaba una especie de Macarena china, subió por primera vez a una tabla de surf en Bali, decoró la pared de un hostal de Taipei, comprobó que muchos de los ilustradores con los que contactaba a las bravas acababan convirtiéndose en anfitriones, y en más de cien ocasiones se sintió como un pequeño héroe al decirle que sí a un desconocido que le pedía, amablemente, un dibujo de recuerdo en una servilleta de papel.

El gran reto que se le presenta a Rotary actualmente es que, aparte de los problemas que hay en el mundo, también hay que analizar los que hay en casa: el abismo entre empresarios de mediana edad y estudiantes de 25 años es claro. La renovación y captación se hace urgente, y la publicidad es un paso necesario.

Pero no parece fácil en una organización donde por un lado, hay galas como puede ser la del club rotario de Marbella este verano: mujeres vestidas de largo, hombres de traje, un photocall, una finca donde recaudar fondos para “los más necesitados”. Se acerca a la parodia que hacía Quino cuando Susanita, la amiga de Mafalda, decía: “Cuando seamos señoras nos asociaremos a una fundación de ayuda al desvalido, donde comeremos pollo y pavo y todas esas cosas ricas, así recaudaremos fondos para comprar a los pobres harina y sémola y porquerías de esas que comen ellos”. Y por otro lado, los Rotaract se disfrazan ellos mismos de Papa Noel en Navidad para repartir regalos, aportan su fuerza de trabajo y no tanto su dinero.

La diferencia estriba también en su manera de presentar Rotary: mientras José Ramón prefiere hablar de “captar a gente a través de amigos o conocidos del trabajo”, Laura invita a quien esté interesado a “pasarse un día y tomarse algo con nosotros, conocernos y preguntar lo que quiera”. Mientras algunos miembros presumen de pertenecer al Rotary como algo cerrado y exclusivo, otros no pierden oportunidad de hablar abiertamente de la organización.

En este momento de ‘promocionar’ Rotary España se les plantea si es compatible mantener su actividad de manera casi paralela a la sociedad o normalizar su situación en España, presentándose por sí mismos y dejando atrás sectas, élites o conspiraciones.

 


JUICIO A LOS 90: LOS TROTAMÚSICOS

Parecía imposible, pero ha ocurrido. En este juicio ambos letrados se han puesto de acuerdo. Además de llenar el suelo de paja y excrementos, la entrada de Los Trotamúsicos en la sala del juzgado ha impregnado el ambiente de un olor insoportable a establo. El golpe del mazo ha sido contundente, un juicio rápido en toda regla, tan solo una oleada de comentarios en contra de los argumentos de Xavi Daura y Pepón Fuentes y a favor de Koki ‘el rey del corral’ y sus amigos mamíferos podrá hacer cambiar de opinión a nuestro juez.

XAVI DAURA: EN CONTRA

Los Trotamúsicos, señoría, esa serie de animación pocha que lleva deprimiendo niños desde el año 1989. Cuatro bestias mal juntadas que nos enseñan el valor de vagar por el mundo sin un objetivo más allá que el de pelar la pava. Un perro, un gato, un burro y un gallo que lo mejor que pueden decir de sí mismos es que son cuatro. Si recordamos la sintonía de la serie, lo que nuestros “amigos” nos destacan machaconamente es que son “un, dos, tres, cuatro: somos cuatro; cuatro tipos, locos los cuatro”. No se mojan a vender la calidad de sus música, lo original de su condición o ningún tipo de carácter especial (bueno, sí, que están “locos”, en fin…), simplemente que son cuatro. Como si, por ejemplo, lo mejor que pudiese decir uno de su equipo de fútbol es que son once.

Que alguien se atreva a decirme que es capaz de mirar fijamente a cualquier trotamúsico y no caer rendido al sopor de su mirada de funcionario nocturno, de vigilante de párking. La mirada cansada del indigente que se niega a reconocerse como tal, con ese optimismo imposible que lo hace todo peor de lo que ya está. Más cercanos a un grupo de alcohólicos anónimos en risoterapia que a una serie de dibujos animados.

¿Y las groupies de Los Trotamúsicos? ¿Cómo se supone que funciona eso? Porque son una banda, esto se lo tienen que plantear. ¿Estamos hablando de zoofilia?

Señoría, no tengo más preguntas

PEPÓN FUENTES: EN CONTRA

Señores del jurado, me presento ante ustedes sabiendo que la mía es una tarea ingrata: lanzar un cubo de agua fría a sus respectivas infancias demostrando que Los Trotamúsicos apesta.

El primero de mis argumentos es bien sencillo: a lo largo de veintiséis episodios, los bichos protagonistas ni se mueven del caserón donde viven ni cantan más que un puñado de canciones, lo cual, teniendo en cuenta que el nombre de la serie era Los Trotamúsicos, no deja de ser contradictorio. Al final acaba uno pensando que sus protagonistas son los típicos que van por ahí diciendo que tocan en un grupo, pero solo por el postureo y las fotos. En otras palabras, Los Trotamúsicos es lo más cerca que la ficción ha estado de representar a un grupo de Malasaña.

Pero no es esa la falta más grave de la serie. Ni mucho menos. Me refiero, por supuesto, al último capítulo. En ese momento, el grupo se disuelve en pos de una vida mejor cuando el burro, el perro y el gallo son adoptados por gente que les quiere y promete tratarles, por fin, a cuerpo de rey… Pero solo durante más o menos cinco minutos, pues la intervención de un pequeño genio deshace el final feliz convirtiéndolo todo en un sueño del gato y les vuelve a reunir para que todo siga… ¿igual?

No, igual no, pues todavía falta una última revelación capaz de destrozar la infancia de cualquiera: 

Y ahora, señores del jurado, es cuando les pregunto: ¿de verdad hacía falta destrozar una serie más que aceptable con este giro inesperado y vergonzosamente meta? ¿Cómo? ¿Que un mal final de serie no invalida el disfrute que han proporcionado todos los capítulos anteriores? ¿Qué lo que importa es el viaje y no la conclusión?

Ya, claro. Pues no es eso lo que dijeron cuando terminó Lost.




JOAN CORNELLÀ: HUMOR NEGRO (EN COLORINES)

Accidentes de coche, disparos por la espalda y personajes que harían las delicias de tu sobrina preescolar. Los dibujos de Joan Cornellà han dado la vuelta al mundo a través de las redes sociales y la segunda edición de su cómic “Mox Nox” (Bang ediciones, 2013) se ha agotado en pocas semanas. Está claro que cada vez son más los que descubren que después de la muerte llega una desconcertante sonrisa de anuncio. Sin embargo, sus viñetas no siempre fueron así de coloridas y populares. Hasta el año pasado jamás usaba tonos que pudieran encontrarse en una tienda de chucherías. La papada de “Abulio” (Ediciones Glénat, 2010), su premiado personaje, es un buen ejemplo de ese estilo feísta: Cornellà dedicó horas para conseguir un pellejo flácido que diera la sensación de oler y raspar.

Nos sentamos en una terraza del barrio de Gràcia, en Barcelona, para hablar del éxito de su radical cambio de estilo. Después de todo, su página de Facebook supera los 400 000 fans, casi el doble que la de la FNAC; la última viñeta que ha colgado tiene más de 16 000 “me gusta” y se ha compartido 3151 veces. Unas cifras insólitas en las redes sociales del cómic español (del número de comentarios en los que le han llamado ‘psicópata’ no hay estadísticas oficiales, pero él asegura que son muchos).Le advierto de que conozco su truquito de mentir en las entrevistas (afirmó ser descendiente del historietista Manuel Vázquez y no haber pasado por Bellas Artes) y él suplica dejar para después el incómodo momento de las fotos.

 


PREGUNTA: Cuando comenzaste a dibujar, ¿imaginabas que el rosa sería el gran color de tu obra?
RESPUESTA: Para nada, es un color que odio. Y odio todavía más el fucsia. Me parecía el último color que pondría en cualquier sitio. Supongo que porque me da asco lo uso.

P: Pero normalmente uno hace algo que le gusta…

R:  Sí, es una cosa rara porque me ha acabado gustando.  Antes era odio puro y duro, y ahora es amor odio raro.

P: ¿Cómo pasa uno de dibujar arrugas, granos y pelos a dibujar un oso rosa con ojos azules?

R: Precisamente un poco por eso. La gente no entraba en las historietas que hacía porque era algo muy feo.  El envoltorio hace mucho, cuando haces algo amable que entra muy bien por los ojos es mucho más fácil contar cualquier cosa políticamente incorrecta.

P: ¿Entonces el cambio de estilo fue una decisión que tomaste conscientemente, en plan estrategia?

R: Bueno, siempre hay una parte de mercadotecnia oscura chunga que metes para intentar ser un tío aceptado por el mundo. Pero tampoco fue algo tan radical. El verano pasado (2012) empecé a hacer historietas sin granos, con una estética más agradable. Digamos que eran personas que podrían pasar por aceptables en la vida real. En un mes estuve experimentado con muchos estilos diferentes y por eso a mí el cambio no me pareció tan radical, aunque lo sea.

 

P: Los señores de tus historietas casi siempre tienen la misma cara, ¿te fijaste en alguien real para este personaje?

R: Me han dicho varias veces que el señor se parece a Matthew Broderick. Igual es porque tiene las pupilas muy dilatadas. Pero no, no me fijé en ninguna persona en concreto.  Es más, lo de ponerles los ojos como puntos era precisamente para que no se parecieran a nadie.

P: Porque tú antes lo que hacías era fijarte en fotografías de personas concretas y después deformar los rasgos…

R: Sí, de hecho me pasaba demasiado tiempo haciendo eso. Mirando caras y redibujándolas, basándome en personajes reales; intentándolo hacer todo muy real y a la vez muy asqueroso. Y al ser el dibujo tan obsesivo me perdía mucho en eso y no tanto en lo que quería explicar. 

P: Por cierto, ¿dibujas con rotuladores, con acuarelas?

R: Con acuarelas. La portada está hecha con acrílico sobre el lienzo. Es que ahora me quiero tirar al rollo artista y sacar tajada. Suena a broma, pero lo digo en serio: del mundo del cómic no se puede vivir (a no ser que trabajes en El Jueves). Y yo quiero vivir.

P: No sabía que la portada era un lienzo. Y el color rosa que aparece, ¿sale del tubo directamente o hiciste tú la mezcla en una paleta?

 R: Este rosa salió directamente del tubo, es uno que se llama “color carne”, aunque parece rosa. Hay otros que sí mezclo, pero la mayoría de las veces los colores que utilizo son directamente del tubo.

P: O sea que vas de artista, pero ni siquiera mezclas…

R: Sí, soy un artista fraudulento. ¡Bárcenas del arte!

P: Una de las cosas que más llama la atención de tus historietas es lo bien que funcionan los colores. R: Cuando estudiaba Bellas Artes yo tenía la sensación de que el color no era lo mío. A mí siempre me había gustado el dibujo, pero con el color tenía la sensación de que no sabía hacer composiciones pasables. Sin embargo, cuando empecé a hacer estos dibujos de repente me empezó a gustar. Se me debió de quedar algo de alguna clase y le pillé el rollo.  Con muchas historietas me he pasado mucho más tiempo mirando el color que haciendo el esbozo de la historia.

P: Estás triunfando en Corea, ¿no? R: ¡Y en Brasil! Me han dicho que allí soy una especie de estrella de rock. Yo creo que me estaban tomando el pelo, como casi siempre en mi vida. Pero yo veo en las estadísticas que hay un seguimiento muy serio. En Estados Unidos y en Brasil es donde más me siguen. Y en Hong Kong también.

P: ¿Has pensado ir a esos países a darte un baño de masas? R: Seguramente lo haré y me compraré un visón, para gustarme. No, no sé, ahora me parece muy lejano. A mí me encantaría, pero no puedo pagar ahora el alquiler, mucho menos comprar un billete de avión para ir a una feria en el extranjero. He tenido alguna oferta para hacer exposiciones en galerías fuera de España, aunque de momento no ha salido nada. Pero tengo fe.

“Mis personajes no tienen nada de real, son como muñecos de guiñol, me cuesta ver algún atisbo de humanidad. Me gusta jugar con eso. Pero, bueno, si me obligas, te diría que el pollo es un poco Julián López en sus momentos de mirada al horizonte”

P: Algunas de tus viñetas son bastante sangrientas. ¿Tú eres aprensivo con la sangre? R: Mucho. Me paralizo si veo sangre de verdad. De hecho, ni siquiera me gusta en las películas. La última película de zombies que vi, vomité.

P: ¿Cómo sienta que en la contraportada de tu libro hablen de ti como “A real cartooning genius”? R: It’s Amazing. A mí me da la sensación de estar engañando a la gente con esto. Es más, yo creo que Michael Kooperman, el dibujante que lo escribió, no lo piensa. Solo lo dijo para hacerme feliz.

P: ¿Qué significa el título de tu libro, “Mox Nox”?

R: Es latín, significa: “Pronto llegará la noche”.

P: ¿Sabes latín?

R: Mucho. Hice una tesis en la Sorbona.

P (a la grabadora): Está mintiendo. Comprobar el resto de datos que ha dicho durante la entrevista, podrían ser falsos.

R: Nota: Comprobar si el tío que ha venido es realmente Joan Cornellà.

P: Y a partir de ahora, ¿Joan Cornellà va a ser este tipo de dibujo colorido, feliz y turbio de “Mox Nox”… o seguirás experimentando con nuevos estilos? ¿Crees que te dará miedo cambiar porque lo que has hecho ahora ha tenido mucho más éxito que lo que dibujabas antes, en tu “etapa arruga”?
R:
 Pues sí da un poco de miedo, porque de repente te hacen mucho caso y antes no me hacían nada de caso. Entonces pienso: si dejo esto no me van a volver a hacer caso otra vez. Pero a mí siempre me ha gustado ir experimentando y sí que me gustaría hacer otra cosa diferente por probar, por jugar un poco y tal, pero sí que me da la paranoia de “mierda, tío, si haces otra cosa seguro que no tiene la mitad de aceptación”. Lo mejor es el inmovilismo, hacer igual que Tàpies, seguir haciendo la misma obra años y años.